Acostumbrado como estoy a verme
así, Lysi, lisiado
y mal alcaide de mis bienes,
por volverme al acomodo de esas fechas cuando Dios quería,
repaso con la vista aquellos prados
que más no me permite,
con unos como estrábicos requiebros,
la tanta confusión de mi ventura.
Sólo tengo de aliada a la memoria.
Me quedo, así, sin nada,
quitadas las espigas de esos campos.
Juega burlonamente con la metáfora platónica
Malicias del equino,
señora,
son estas de tender al precipicio.
Si trato de explicarle las esencias,
las cosas que se miran de la bóveda
es lo mismo,
no hace caso,
se la pasa mofándose de mí,
del plan de la carrera en ascendente,
y hace fuchi con los belfos.
Sólo piensa en su pienso,
mirando aquellos tiempos idos
de su vida,
imagínese, señora,
metido entre las sombras de un establo.
En medio de un lance deportivo, advierte más que nunca la belleza de su amada,
y pierde un punto
No estabas esa noche tan lozana,
ni aun aquella noche mirando entre lo oscuro
—los ojos transparentes, el índice mostrándome una estrella—,
ni estabas, Clarinda, tan hermosa
como unas horas antes;
al centro de la cancha,
mirándome subir hasta la red, y mi remate:
el hálito agitado,
las crenchas confundidas
y tus ojos
(14-7, cambio, sacan ellos)
el brillo de tus ojos cuidando mi descuido.
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