La noche
del 19 de octubre de 2000, en un hotel de Guanajuato, Guanajuato, vi por última
vez a Vlady. Puedo decirlo con exactitud porque tengo delante el cuaderno que
llevaba conmigo y en el que anoté todo lo que el gran pintor ruso-mexicano dijo
durante aquella inolvidable ocasión.
No es cualquier cuaderno: originalmente
fue el domi que Rodrigo Toledo mandó
a hacer en la imprenta Rebosán para que nos diéramos una idea exacta de la
apariencia física que iba a tener el libro que estábamos haciendo por esos días, Visitas guiadas de Gerardo Deniz. En una
de sus primeras páginas había consignado la fecha en que Rodrigo me lo regaló, poco antes de estrenarlo escribiendo unos versos sobre las abejas en
un pueblo del norte de Veracruz. (Me hace gracia que también consigné que todavía
olía intensamente al tabaco oscuro de mi amigo diseñador.)
Aunque lo
abandoné antes de llegar a la mitad de sus páginas, el cuaderno recoge
materiales que cubren un arco de tiempo que va de junio a noviembre del año
2000, entre los que destacan los retratos a pluma que hizo mi primo Jose de los
amigos con los que celebré mis 36 años (Celorio, Kalach, Rodríguez Guerra, Sod,
etc.), el esbozo de un poema sobre las araucarias, unas notas de lectura de Aire de las colinas —la edición de las
cartas de Juan Rulfo a su mujer—, e incluso mi torpe interpretación a escala de
un óleo de Turnbull que me acompaña desde 1992.
Las últimas anotaciones tienen
que ver con una crónica en la que estaba muy metido entonces, poco después de que me
asociara con Sergio Autrey para hacer Viceversa
en condiciones más propicias, por los días en que dedicaba a la revista las
horas de la mañana y pasaba las tardes escribiendo y caí víctima de una suerte
de fiebre narrativa que me hizo llenar páginas y páginas sobre cierta
experiencia vivida durante ese pequeño annus
horribilis que 1999 fue para mí. Cuando estaba redactándolo, sin embargo,
advertí que a mi testimonio empezaban a salirle algunos brotes de ficción que
amenazaban con convertirlo en otra cosa y decidí que valía la pena dejarlo
reposar para volver algún día a él. Guardé todo lo que tenía que ver con esa
narración, entre otras cosas el domi
del libro de Deniz, en una bolsa de plástico que sellé con cinta canela y fui a
aventar a lo más alto del armario, detrás de unas cajas viejas, como si estuviera
mandándome una carta para recibirla en un futuro más o menos remoto. Por fin
hace unas semanas tuve curiosidad de ver qué había en ella y decidí abrirla.
Entre el material encontré el cuaderno, y en él las notas de mi último
encuentro con Vlady.
Lo había
conocido a finales de los ochenta, por la época en que unos amigos de la
Facultad y yo editábamos la revista literaria Alejandría (http://bit.ly/Vo3Aom)
y cada entrega era ilustrada por un dibujante distinto.
Para el tercer número,
mi amigo Víctor Salomón me puso en contacto con él. Por más que remuevo mis
recuerdos no consigo acordarme del día que me prestó los dibujos; en cambio
recuerdo con toda precisión la tarde que fui a devolvérselos: nada más ponerlos
en sus manos, hice acopio del valor y le pregunté si podía conservar el que más
me gustaba—en realidad se trataba de dos dibujos que estaban en una sola hoja
de papel fabriano, uno de los cuales,
el de la izquierda, había sido la afortunada portada de Alejandría—. Vlady le echó un vistazo de reconocimiento y subió las
escaleras para preguntarle a su mujer, en un volumen suficiente como para que
yo pudiera oírlo, si le parecía bien que me quedara con él. Isabel dijo que sí.
Catorce
años después lo vi por última ocasión, cuando me asomé al restaurante del hotel
donde ambos nos quedábamos en Guanajuato durante al Festival Cervantino del año
2000, para ver si cenaba algo, y lo vi sentado entre algunos amigos del mundo
del teatro. Cuando lo saludé, me invitó a sentarme en el lugar vacío que había
a su izquierda. A continuación copio del cuaderno recién exhumado lo que anoté aquella
misma noche de hace trece años.
Último encuentro con Vlady
19 de
OCTUBRE, noche
Guanajuato
__________________
“El encuentro con Vlady”
14 años,
quizás, después de verlo (de hablar con él), lo veo en el comedor del Parador
de San Javier en una mesa con Tolita Figueroa (encantadora), Alejandro Luna (distante,
muy él), Víctor Zapatero y otros amigos.
Vlady está
fenomenal. Por cumplir los 80, o ya de 80.
Echado para
adelante, da la impresión de estar sentado sobre el borde de la silla.
Sencillo, escucha con humildad lo que le cuentan Tolita y Alejandro sobre
Rusia, sobre Siberia.
Lo tengo de
perfil, a mi derecha. De repente, oyéndolo hablar, algún giro suyo expresivo,
un gesto, unas palabras, un ademán acaso, me recuerdan a [Leonardo] da Jandra.
Es hasta la
habitación [más tarde] que caigo en la cuenta: Da Jandra estuvo muy cerca de él
hace siglos. ¿Recuerdas su retrato en las cuartas de forros de Entrecruzamientos?
No cena, no
bebe nada. Cuando llega mi plato —un club sándwich que no pedí, yo había pedido
un sándwich de jamón—, Vlady me pide tomar una varita de tocino. Yo le digo
agarre el montoncito de tocino, aquí yo tengo otro. Y no, no quiere, sólo dice
que para él eso es un ¿caramelo?
Habla de
pintura, de Diego [Rivera] y de Orozco, de Benjamín Domínguez y al final —de
camino al cuarto 508, yo estoy en el 507— de [Roberto] Rébora [por quien le pregunto porque hace poco, apenas en noviembre, Viceversa publicó una entrevista con él]. De Diego dice
que no era inteligente, pero que lo único del siglo [en México] es el muralismo
y sin Diego no habría nada. De Frida, que hacía cosas buenas de muchacha pero
que luego, cuando se creyó Frida, no hizo nada.
No le
interesa el arte moderno.
Habla bien,
muy bien, de un pintor para “señoras de Las Lomas” a quien no conoce, de quien
vio obra en Bellas Artes, un tal Benjamín Domínguez, de quien dice que pinta
cosas de Vermeer. El matrimonio no sé qué (¿Albertini?, dice Tolita). Dice que
este B[enjamín] D[omínguez] pinta siempre tal lámpara y que a él siempre le da
la impresión de que empieza por la lámpara.
De Rébora se expresa muy críticamente. Dice que tiene voluntad de forma, pero que no
maneja bien su “consciente”. Es bueno dibujando, es bueno pintando.
Pero no
maneja su “consciente” correctamente. Ça
vait dire [sic]: No se deja ir lo suficiente, quiere controlar. Esos planos, esos
colores que mete no le gustan. Debería de ser un gran retrato, y ya. Dice que
lo frecuenta sobre todo cuando está (Roberto) en crisis.
[A lápiz, quizás unos días despues:] Adenda: que
Diego era frívolo.
Vlady aprovechó que yo me despedía para retirarse a descansar. Fuimos
conversando por el pasillo al lado de la alberca siempre gélida y luego por el
elevador hasta el tercer piso. Nuestros cuartos, efectivamente, eran vecinos. Le
estreché la mano a la puerta del suyo y le dije adiós. Leo que murió cinco años
después, cuando yo llevaba tres o cuatro en España.
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Las imágenes
de Vlady (San Petersburgo, Rusia, 1920 – Cuernavaca, 2005) que ilustran este post son de su página oficial en
la red, vlady.org, de donde las tomo prestadas. En la foto que abre esta entrega aparece pintando a Nietszche, cosa que hizo por petición de Jean-Guy Rens (autor de la biografía Vlady, de la révolution à la rennaisance), entre 1999 y 2000, es decir por los días en lo que vi por última vez. El cuadro, según se lee en la página citada, nunca fue terminado.
Vlady, “pintor
de la revolución social”, fundanin.org/albertani4.htm
El talentoso dibujante, pintor y editor mexicano Roberto Rébora (Guadalajara, 1963) es uno de los
tres ganadores de la más reciente bienal Rufino Tamayo. Su obra puede verse en rrebora.com; sus libros, en la página de su editorial, Taller Ditoria, tallerditoria.com.mx
Benjamín
Domínguez, según Conaculta, http://bit.ly/ZWBqCn
La foto en la que aparezco en el momento de abrir la carta enviada a un futuro más o menos remoto, es de Florencia Molfino.
Más sobre pintura en ese blog:
Más sobre pintura en ese blog:
El azul
pintado más hermoso del mundo, http://bit.ly/ZAnJYL
El museo
imaginario de Marcel Proust, http://bit.ly/V3ICep
Siete
imágenes del Códice Laud, http://bit.ly/13dmUao
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