Seguramente podría
escribir una mejor nota, explicar con argumentos más eficaces por qué me parece
un libro hermoso y conseguido, de qué manera el lenguaje y algunos recursos de la poesía clásica aparecen en sus páginas con tanta frescura
y originalidad; menos fácil sería revivir, con el tono exacto de las
palabras originales, el entusiasmo que me produjo su primera lectura. Por eso he
decidido echarme un clavado al cajón de los viejos artículos y recuperar el que
escribí hace dos décadas exactas sobre el libro de Eduardo Milán.
Errar fue publicado por primera vez en 1991 en la
colección “Vita Nova” de El Tucán de Virginia, en una edición patrocinada por
la Fundación E. Gutman; se trata de un librito de tapas azules y apariencia más
bien frágil que reúne poemas escritos entre 1989 y el año de su salida, y lleva
un prólogo de su editor, Víctor Manuel Mendiola (“¿Rehabilitación del
Significado?”).
El volumen habita en mi
librero al lado de un hermano suyo ligeramente más joven, que vio la luz en
1993 con idénticas características editoriales y bajo el título no
menos acertado de La vida mantis. El
jueves pasado un grupo de escritores (Luis Felipe Fabre, Nicolás Cabral, Maricela Guerrero) convocados
por el editor, narrador y gastrónomo Antonio Calera-Grobet, se reunieron en la Casa
Refugio Citlaltépetl para conmemorar la aparición de uno de los mejores libros
de la poesía mexicana de fines del siglo pasado. También, para presentar una
nueva edición, hecha esta vez bajo el auspicio de Aldus y Mantarraya.
El texto que copio a continuación es un fragmento mínimamente retocado del artículo que sobre Errar publiqué en Viceversa (número 5, julio-agosto de
1993) con el pretexto de acompañar cuatro poemas inéditos de La vida mantis. Mi propósito al rescatarlo
ahora es aportar al intercambio de juicios críticos una prueba documental del
entusiasmo con el que fue recibido.
Sobre Errar de Eduardo Milán [nota de 1993]
Por FF
El 1991 apareció, bajo
el sello de El Tucán de Virginia, un breve libro de tapas azules titulado Errar —una extraordinaria serie de
poemas cuya publicación representó un acontecimiento en la poesía
hispanoamericana. Su autor, el uruguayo Eduardo Milán (1952) vino a México hace
más de diez años y muy pronto se destacó por su facilidad para describir con entusiasmo
argumentado la obra de los poetas que le gustan y con violencia la que ha
insistido en llamar “crisis” de la poesía que se escribe actualmente en
español. Valiente en unas ocasiones y acaso concesivo en otras, Milán puso de
moda una forma de hablar de poesía en un país en el que esa crisis es evidente
y se traduce en un agotamiento de contenidos y en una vuelta acrítica y sin
gracia a las formas clásicas.
Aunque no podemos
ignorar que los que se debaten debajo de los poemas de Errar son asuntos graves —el lenguaje en primer lugar, pero también
el amor, la soledad, hasta la historia—, el libro produce una sensación de
ligereza, como si Milán se hubiera sentado un día a hilvanar, sólo a hilvanar, un material que ya estaba preparado, pensado, acabado… Como si un día se
hubiera decidido al fin a contarnos su cuento. Por eso los elementos que
aparecen en él —Sinaloa, el Cañón del Colorado, la oreja de Van Gogh— se nos
ponen delante con una aparente improvisación y ocupan sus lugares con toda
naturalidad, como si el hilo estuviera preparado para ensartar en él los
vocablos conforme brotaran. Como si Milán, digámoslo así, hubiera dado con su
ritmo, se hubiera puesto a tararear y un día hubieran salido las palabras enamoradas
de la seducción de sus notas sin palabras todavía.
En la poesía de
Eduardo Milán el problema entre el mundo concreto y el mundo de los signos se resuelve
por gracia del ritmo. El epígrafe de Errar,
de Félix de Azúa, sugiere que la poesía “ahora no está en nuestra boca”, sino
que es “del muerto”. ¿Quién es el muerto? ¿El lenguaje? ¿El poema? El epígrafe
funciona porque establece desde el principio que Milán está perfectamente
consciente del problema. Pero Errar
confirma lo contrario: no existe el muerto o, si acaso, el muerto no es sino el
significado de las cosas como las hemos entendido durante décadas, y que aún
entonces el lenguaje puede ser poema cantando.
Ése es el contenido, la sustancia, el mensaje y allí está el éxito de Errar. Una vuelta al canto, a la
canción, al cancionero. Porque ¿a quién le importa que no haya nada que decir
si hay tanto que cantar? ¿No existe en la imaginación un lazo verdadero entre
el impulso del pájaro desde una rama y una esdrújula, a pesar de lo que diga la
lingüística? Y en resumidas cuentas ¿a quién le importan las cuentas resumidas
de la lingüística? La poesía no busca la verdad científica: a ella no le
importa cómo funciona el microscopio o cuántas lunas tiene Júpiter, ni siquiera
qué parte de la boca tiene que ver con la pronunciación de cada letra, porque
su materia está en otra parte, en el interior de nosotros mismos, en un lugar
movedizo donde no hay certezas definitivas, donde la luz se intensifica y se
atempera con un mecanismo para el que la razón no alcanza.
Como todo poeta del
canto, Milán es un poeta a la antigua y en su acercamiento a la realidad hay
algo de sagrado, como si una parte de sí mismo se traicionara y quisiera creer
que la arbitrariedad del signo lingüístico es una afirmación hecha de puros cuentos.
Su sintaxis discontinua y caprichosa, pero sobre todo su insistencia en armar
sus poemas con voces parientes, unas precediendo a las otras, entrando a fuego
y sangre en la jungla de los vocablos, saqueando las familias de las palabras,
violando sus significados, demuestran que Milán es un poeta antiguo, un viejo
lector del Cancionero picado alguna vez por una vanguardia ahora más lejana que
el Cid y tan nutritiva en el mismo sentido en que lo es el octosílabo, la
quintilla real, la décima, más que nada por su convencimiento imaginativo de
que estas palabras y aquellos vocablos poseen un origen, un parentesco y un
significado mayores que los que les otorgan sus propios pesos específicos.
[La nota, que cierra
con un comentario sobre el inédito La
vida mantis, se refiere a Errar
de esta manera: “un libro escrito en respuesta a la crisis como Errar […] es también como un arte
poética —en el sentido en el que lo son ciertos poemas de Juan Ramón Jiménez, de
Borges, de Verlaine—, […] un todo discursivo cerrado cuyo tema central [es] la
poesía, los procesos creativos y la preponderancia del lenguaje sobre las
ideas y del ritmo sobre la convicción…”]
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El retrato de Eduardo Milán
lo tomo prestado de El Informador de Guadalajara, http://bit.ly/RP32nX, que lo reproduce sin crédito
de autoría.
Más sobre poesía en
este blog:
Poesía y tradición, http://bit.ly/RjEfdE
Un vistazo a la poesía
española de entresiglos, http://bit.ly/X8BSud
Sobre Andrés Fernández
de Andrada, http://bit.ly/9xgKZQ
Sobre César
Vallejo, http://bit.ly/yNbYFH
Sobre Fonollosa, http://bit.ly/SNtIEE
Eduardo Milán en Siglo en la brisa:
Dos notas sobre El ciclismo y los clásicos, http://bit.ly/WVnlUp
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