A finales de 1989, Luis Mario
Schneider y Sofía Urrutia me pidieron una plaquette
para los Cuadernos de Malinalco, la serie de pequeños cuadernos que estaban planeando por entonces. Yo tenía veinticinco años, era becario del Centro Mexicano
de Escritores y nunca había publicado mis poemas, no al menos reunidos en una
sola entrega editorial.
A Sofía me la había presentado Gonzalo Celorio. Con
Luis Mario las cosas ocurrieron de otra manera. Un par de años antes, cenando
una noche con un amigo en la Fonda Santa Anita de Insurgentes, llegó al
restaurante un nutrido grupo de maestros universitarios que ocupó una mesa alargada,
cerca de la puerta. Al poco rato, cuando nos levantamos para irnos, mi amigo se
acercó a saludar a uno de ellos, creo que José Pascual Buxó. Yo llevaba
ejemplares de Alejandría, la revista que por esa época hacía con algunos compañeros de la Facultad, por
lo que aproveché para repartirla entre aquellos académicos. Luis Mario
Schneider reaccionó de una manera distinta a todos los demás y desde el primer
instante se presentó a mis ojos como siempre lo vi: un hombre particularmente accesible, de aguda inteligencia y verdadera generosidad.
Aunque nunca lo había
visto en persona, yo estaba bien al tanto del trabajo de aquel investigador de
origen argentino que se había especializado en la literatura mexicana del siglo
XX, y para entonces en mi biblioteca ya estaban algunos de sus libros: México y el surrealismo (Arte y libros,
1978), El Estridentismo (UNAM, 1985),
incluso su novela La resurrección de
Clotilde Goñi (Joaquín Mortiz, 1977)… Más tarde, se uniría a ellos su precioso
Álbum de López Velarde (varios
editores, segunda edición corregida, 2000), hecho en colaboración con Elisa
García Barragán. Luis Mario hojeó la revista con nerviosismo característico y a
continuación, con su inolvidable sonrisa, lanzó su primer ofrecimiento: nada
menos que unos dibujos inéditos de Xavier Villaurrutia para ilustrar un número próximo
de la revista. No le importó que Alejandría
se hiciera a máquina de escribir y todo su aspecto no fuera sino el de una
publicación amateur.
Nunca conocí otro Luis Mario que aquel
hombre luminoso del primer encuentro. Lo visité en algunas ocasiones en
Malinalco y hasta dormí alguna noche acompañado de una amiga en su casa, junto a aquella fabulosa biblioteca que los devotos que iban rumbo a Chalma
confundían con una capilla y que tal como exigía el espíritu de peregrinación
que los animaba, le pedían permiso para entrar a rezar en ella.
En otra ocasión
pasamos la tarde bebiendo en una de las cantinas del pueblo. Al final, el dueño del bar echó
la cortina metálica y seguimos bebiendo a puerta cerrada, acompañados de unos
quince o veinte vecinos, gente modesta y de oficios humildes con los
que el prestigioso especialista literario se trataba con perfecta naturalidad. Como
avanzara la noche, el cantinero no tuvo otra que echarnos a la calle, desde
luego que con el respeto que unánimemente se le tenía al doctor Schneider en todos
los rincones de Malinalco. Luis Mario invitó entonces a la concurrencia a tomar
una última copa en su casa, y hasta allá fuimos, como peregrinos en medio de una
noche que por un detalle que no viene a cuento recuerdo con toda certeza que
estaba magníficamente estrellada.
Lo frecuenté, en cambio, muy poco
en sus años finales y me entristeció muchísimo su muerte a los sesenta y ocho años
en 1999. Con el tiempo, se recrudeció aquella tristeza cuando cayó en mis manos
una novela en la que me pareció reconocer su caricatura. Un amigo melómano que
también la leyó me dice que el contenido especializado de la narración, en la
que se sustituye el mundo de la literatura por el de la música convirtiendo en intérpretes
ejecutantes a los personajes que en la vida real eran gente de letras, no está
exento de pifias y errores. La novela está planteada como una espiral que se va
cerrando sobre el protagonista, me temo que un trasunto de Luis Mario
que pontifica sobre música bebiendo whiskey en un sillón. Al final, cuando
el lector espera —y en cierto sentido, desea— que la narradora acabe destruyéndolo, tal como viene
anunciando de manera reiterativa y concéntrica, el texto pierde fuerza y se
desinfla, como si a pesar de todo el personaje acabara siendo más poderoso que ella.
Unos diez años antes de su muerte,
a finales de 1989, Luis Mario me pidió unos poemas para la colección de plaquettes que acababa de fundar con
Sofía Urrutia. Nunca agradeceré suficientemente aquella petición, que me hizo
reunir por vez primera algunos de mis textos para ser publicados, un momento importante
en la vida de cualquier escritor. El cuaderno vio la luz en agosto de 1990 bajo
el título de El ciclismo y los clásicos.
Mi idea original era titularlo simplemente Poemas,
palabra a la cual iba a añadir los años de 1986-1989, que eran los de su
escritura, todo muy eficiente y escueto. Sin embargo alguien me convenció de aprovechar la ocasión para encontrar un mejor título. A los pocos días
recordé algo que había leído en una publicación comercial española, de aquellas
que al final tienen una sección de contactos entre particulares: en la
descripción que una chava hacía de sí misma, así como otros se referían a los
viajes o la comida, la fotografía o la filatelia, a la playa o el jazz, afirmaba
que sus aficiones eran “el ciclismo y los clásicos”, sin ofrecer otros detalles
ni especificar nada más. Naturalmente, quería decir cosas como que era
seguidora de los grandes ciclistas europeos o del Tour de Francia, igual que tantos otros
españoles a quienes les fascina ese deporte, y por el otro lado quizás de la
obra de músicos como Beethoven o Mozart. A mí la frase me llevó largamente por
otros rumbos.
De entrada me provocó esa felicidad que con relativa frecuencia nos
prodiga el habla coloquial, sea dicha o escrita, cuando cristaliza en frases afortunadas.
También, desde luego, por la repetición, en dos palabras contrapuestas con
eficacia —el “ciclismo” como una actividad específica contra la vaguedad de los
“clásicos”—, de los sonidos del grupo consonántico “cl” antecediendo a una
sílaba tónica.
Por último, porque me pareció que los conceptos que se ponían en
juego con aquel contraste en apariencia trivial describían algo que
estaba en los poemas. Por aquellos años se hablaba de la
muerte de las vanguardias y se hacía referencia al final de los “ismos”, por lo
que me tentó al idea de participar yo mismo en la discusión un poco en burla con la propuesta de un ismo de siempre, acaso el más simpático y
noble de todos, el que está en la palabra “ciclismo”. Pero el ciclismo ofrecía algo más: recordaba todo aquello que se daba por ciclos, al revés de lo que sucede con lo que está más allá de las vueltas del tiempo, es decir todo aquello que consideramos como clásico.
Si estos días he recordado con agradecimiento a Luis Mario Schneider y a Sofía Urritia es porque acaba
de salir una nueva edición de El ciclismo
y los clásicos, esta vez en la colección Fervores de la editorial Parentalia
que dirige otro hombre generoso y amable, Miguel Ángel de la Calleja, poeta él
mismo, maestro universitario y especialista en la literatura virreinal y del Siglo
de Oro. Pienso que Luis Mario estaría de acuerdo en que los más de veinte años
que han pasado de una edición de 350 ejemplares que prácticamente nadie vio,
bien justifican su reaparición editorial. Ya habrá tiempo de destripar el pequeño librito
y hasta de reproducir lo que algunos amigos dijeron de él.
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Las fotos de Luis Mario Schneider que aparecen en este post pertenecen al archivo de la doctora Elisa García Barragán, a quien doy cumplidamente las gracias por su préstamo. Según me explica ella misma, en la primera de ellas Luis Mario aparece retratado en San Luis Potosí por los días en que ambos estudiosos realizaban la investigación para su libro sobre López Velarde. La segunda, en la que aparece con su perro, fue tomada en Malinalco. A la izquierda de estas líneas, La
resurrección de Clotilde Goñi. La imagen que ilustra la portada es de Francisco Toledo.
El retrato de Miguel Ángel de la Calleja lo hice yo mismo el día que me entregó los primeros ejemplares de la nueva edición de mi plaquette.
Luis Mario Schneider según el académico Adolfo
Castañón, http://bit.ly/QeCf0d
Un esquema de su archivo personal,
parte importante de su legado, puede verse en http://bit.ly/RfPeOs
Más sobre El ciclismo y los clásicos en este blog:
Cinco poemas comentados: http://bit.ly/NwnEzY
Dos poemas más: http://bit.ly/Ucscgb
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