Pepe Luis me llama desde su hotel granadino
para preguntarme los datos de los parientes que nos quedan en Arahal. Según me
deja dicho en la grabadora de mi teléfono, necesita la información porque planea
hacer una visita a la casa de aquellos Fernández sevillanos de los que tanto hemos hablado. Como todos los años por estas fechas, el hermano de mi padre que vive en Australia
pasa unos días en España.
Por una llamada anterior sé que estuvo en la isla de
Ibiza, pero no en la zona turística en la que vacacionan los ingleses —según me
aclaró con la agudeza entusiasta de sus mejores descubrimientos— sino en una
hermosa zona de casas rurales. Luego estuvo en Valencia y Alicante. Todavía antes de viajar a Asturias, a donde
nunca deja de ir en su paso por la Península, ha decidido volver a ver algunos lugares andaluces. Hoy, por ejemplo, estuvo en La Alhambra y visitó el Patio de los
Leones, reabierto al público después de más de diez años de restauración.
Le escribo lo que tengo: el nombre
de una prima de mi abuelo que hace seis años era la última sobreviviente de
aquella familia, una solterona que había rebasado los ochenta años y que vivía sola
y sin parientes visibles. También le copio la dirección de la fantástica casa, ubicada en el arranque de la antigua carretera a Morón, dotada de dos patios, pozo, aljibe y soberados que tuve la fortuna de visitar en un par de ocasiones entre 2005 y 2006.
Sin embargo, y se lo digo a Pepe Luis,
me parece que es muy posible que Carmen Fernández —que es como se llamaba aquella mujer— ya haya muerto, cosa que pienso no tanto por los noventa años que debería de tener a estas
alturas sino porque hace más de un lustro, por los días en que conviví con ella, estaba ya muy
desorientada. Aunque me recibió en su casa, hablé interminablemente con ella y paseé de su brazo por las calles del pueblo, me temo que nunca supo con exactitud quién era yo ni de dónde venía.
Se despistaba con facilidad y su plática giraba en torno
a dos o tres asuntos recurrentes e idénticos. Por eso le digo a mi tío que debería de buscar más bien a la hija de unos vecinos de nuestros parientes, y sobre todo quizás a su marido, nada menos que el cronista oficial
de El Arahal, una agradable pareja con la que hice amistad en mi paso por el
pueblo.
Y le ofrezco la nota que motiva
este post. Es la página de un
cuaderno de mayo de 2005 en la que, nada más colgar, escribí el contenido de la primera llamada
telefónica que hice desde Asturias a aquella anciana prima hermana de mi abuelo. Eso ocurrió poco después
de localizar su dirección e intercambiar con ella un par de cartas, siguiendo la
pista que alguien me dio en Cabrales.
El apunte da cuenta de las primeras noticias
que obtuve de aquellos misteriosos norteños trasplantados a la luz de la
campiña sevillana, con perfecto apego a lo que oí de su última sobreviviente en esa conversación. Para otra vez quedará el relato de las dos visitas que le hice y mis aventuras en El Arahal. Naturalmente,
dedico esta entrada de Siglo en la brisa
a Pepe Luis, invaluable interlocutor de estas minucias biográficas, a quien por cierto ya
he pedido las observaciones y las imágenes que haga él mismo esta semana para
una entrega futura de este blog.
Conversación
con Arahal (nota del 13 de mayo de 2005)
Cerca de las ocho de la noche del
13 de mayo hablé durante media hora por teléfono desde Asturias con Carmen Fernández
Romero, prima carnal de mi abuelo Santos. Es hija de Pedro Fernández
Berridi, tío de mi abuelo, y Amparo Romero Peñaloza. Tiene 83 años y vive en El
Arahal, Sevilla, en la casa paterna.
Cerrado acento andaluz. Un deje, no puedo
evitarlo, que me suena antillano. Las finales de los plurales elididos. Vive
sola, me cuenta, en esa casa inmensa. La acompañan algunas mujeres, dice, de
día y de noche, sobre todo de noche que es cuando más lo necesita. Sólo va a
misa, pero ahora ni siquiera eso porque está algo mala: tiene “un poquito de asúca en la sangre”, por lo que va al
médico a Sevilla. No, no está lejos Sevilla, no puede decirme los kilómetros
pero no está lejos.
Fueron seis hermanos: cuatro hombres que se llamaban
Antonio, Manuel, Pepe y Ángel, y dos “hembras”, dice, que se llamaban Carmen y
Amparo. Sólo se casaron Antonio y Pepe, con muchachas de allí mismo, de Arahal,
pero no tuvieron hijos. Ninguno. Y ahora que todos se han muerto, ella está
sola. No, no tiene quien le haga compañía. Tuvieron, dice, muy mala suerte al
no tener hijos.
Le pregunto que si estuvieron
muchos años casados sus hermanos y me contesta que sí. Se refiere con especial
cariño a Ángel; de Ángel habla un par de veces: “era un ángel, tenía ángel y
era un santo”. Trabajaba, dice, empleado de un almacén de aceitunas, “en el
escritorio”. Varias veces me repite que en el escritorio. También repite que
todos han muerto, menos ella. Murió Amparo y a los tres meses murió Manolo y al
año siguiente Ángel. Todos murieron en unos pocos años. Le queda sólo una prima
del lado de su madre, también soltera.
Su padre se llamaba Pedro y era de
Asturias. Fue a Sevilla y se empleó en el negocio, una tienda grande de la que
no puede decirme el nombre, de un tío suyo, cree que del lado Fernández, que
era soltero. Al morir el tío, le dejó la tienda. Cuando le pregunto si su padre
era cojo como sus dos hermanos me dice que no, que era muy guapo. “¡Tenía una
bigotito!” Y añade: “A última hora se lo quitó”. Su madre tenía dos hermanas,
solteras, con las que ellos crecieron. Dice: “Ellas nos han criado”. Nunca
nadie vino a verlos de Asturias, menos Pepa [se refiere a Pepina Mier, prima de
Santos a lo que yo había tratado brevemente antes de su muerte en un asilo en
Cangas de Onís].
Ella sí que fue varias veces y era alegre y cariñosa. Todos
los demás por los que le pregunto no sabe ni quiénes son. Le digo que en el
pueblo le queda un primo carnal, Enriquín el de la Tía Arsenia, pero ella me
interrumpe y me dice que nunca fue por allí. Cree que su padre no tenía
mala relación con su propio padre pero nunca volvió por allá.
Me pregunta una y otra vez si
estoy solo. Que dónde vivo. Que si tengo hermanas. Se ríe cuando le pregunto si
tiene los ojos claros de todos los Fernández. Sí, los tiene. Todos tenían los
ojos claros, menos Manolo y Pepe, añade. Le pregunto si tiene fotos y me dice
que sí pero que no quiere “soltarlas”.
Yo le digo que yo sólo querría verlas.
Luego se queja porque dice que está sola y cuando se muera no va a tener a
quién dejárselas. Dice que tiene fotos de su padre, joven. Le digo que algún
día iré a verla. Le ofrezco mi número telefónico pero no hace nada por coger un
lápiz por lo que entiendo, y le digo, que ya le mandaré mi número por carta y
ella me dice que sí, que por carta.
No, nunca estuvo en Asturias. Cuando
le pregunto por Asiego [Asiego de Cabrales, quiero decir, el pueblo donde
nacieron su padre y mi abuelo] me parece que no me entiende, al grado de que
tengo la impresión de que nunca ha oído esa palabra. En cambio insiste en que
está sola, que no tiene a nadie, salvo una amiga que se llama Consuelo, que
tiene varios hijos pero que está mala. Viven en la misma calle.
Así que soltero yo también. Vuelve
a preguntarme si estoy solo. Le digo que sí pero que me siento bien. Me temo que siente de lástima de mí. Dice que me debo arreglar solo. Yo insisto en que
estoy bien. Y ella, insiste a su vez, está sola. “Sola”, vuelve a decir, “sola y esto
está tan lejos”. Lejos, yo le pregunto, ¿de qué? Ella no responde.
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Las fotos que ilustran este artículo las hice en mis dos visitas a El Arahal, Sevilla, la primera de ellas los últimos días de 2005 y la segunda en abril de 2006. La de Enriquín el de la Tía Arsenia es de abril de 2005, y fue tomada en su Asiego de Cabrales natal. También de ese año es mi autorretrato en el atrio de la Mezquita de Córdoba.
El cronista oficial de El Arahal se llama Antonio Nieto Vega. En la segunda de mis estancias sevillanas se ofreció a servirme de guía para conocer Carmona y Osuna. El retrato que publico de él se lo hice en la Necrópolis romana que está a las afueras de la primera de esas ciudades.
La niña que aparece destacada de la foto del grupo de los hermanos Fernández Romero, es Carmen.
La niña que aparece destacada de la foto del grupo de los hermanos Fernández Romero, es Carmen.
Más sobre Asturias en este blog:
Autógrafos remotos, http://bit.ly/UHfZ3d
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8
Alfonso Camín en el Campo San
Francisco, http://bit.ly/IRN4qV
La calle Paraíso de Oviedo, http://bit.ly/rRi3Cu
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