El domingo pasado conté que cierta mañana de febrero voy
a Gandhi con María José para que la segunda de mis tres ahijadas escoja en
persona su regalo de cumpleaños. Este año, mientras ella se dedicaba a tomar
una concienzuda decisión, encontré un espléndido volumen sobre la historia del
diseño gráfico en México. Al revisar si aparecía Viceversa, me encontré con que el juicio que se ofrece de la revista es contradictorio y la información errónea e incompleta. La idea de este post, que publico en tres partes (ésta es la segunda), no es otra que dar algo de información sobre el diseño y los diseñadores de una publicación que se tomó el aspecto gráfico particularmente en serio.
Para ello es interesante repetir el primer comentario que hace de
ella el autor del libro, Giovanni Troconi: en los años noventa, escribe, “los
suplementos y los periódicos […] perdieron fuerza frente a dos nuevos
paradigmas: el primero fue un diseño periodístico, cuyo modelo fue Reforma, y el segundo, cuyo modelo fue
la revista Viceversa, que ofrecía un
diseño ecléctico y relajado. En ambos casos, el énfasis se imprimió en lo
visual, ágil, suelto y colorido”. En otro lugar del libro, Troconi afirma que a
Viceversa se asocia el nombre de
Rocío Mireles, quien fue en efecto la primera diseñadora de la revista. Sin
embargo, si es verdad que a ella se debe su primer esquema y sus soluciones
originales, en los casi nueve años de historia de la revista —entre noviembre
de 1992 y mayo de 2001—, Viceversa fue
diseñada al menos por otros seis profesionales del arte gráfico, que en mayor o
menor medida dejaron su huella en ella: Leonel Sagahón, Álvaro Fernández Ros,
Rodrigo Toledo Crow, José Luis Silva, Soren García Ascot y Carlos Rabiella.
Rocío Mireles (del número 1 al 5)
Para hablar con justicia del trabajo de Rocío en Viceversa hay que decir algo sobre la
publicación que la antecedió, la bimestral Milenio, de la que salieron once números entre noviembre de 1990 y agosto de 1992. Por sus fechas, cualquiera
puede darse cuenta de que nada tiene que ver con la revista que apareció después
con ese mismo nombre, aunque el descabalado índice onomástico del libro de
Troconi las confunda refiriéndose a ellas como si fueran una sola.
Aquella
primera Milenio, que se ocupaba de
cosas como literatura, crónica o artes plásticas, se hizo en una pequeña empresa
llamada Esfera Editores que era propiedad de Antonio Elías Rodríguez, a quien
también pertenecía la Editorial Herrero. En la primavera de 1990, Elías me había
propuesto que creáramos una editorial de libros y yo le propuse a mi vez que
empezáramos haciendo una revista. En noviembre de ese año apareció Milenio con un diseño de Adriana Esteve
y Pablo Rulfo, con quienes entré en contacto por sugerencia de Juan José Reyes.
Sin embargo, la propuesta de Esteve y Rulfo, hecha a partir de un esquema
editorial que armé con algunos amigos, no era precisamente práctica ni hermosa.
Hay que destacar, eso sí, el meritorio trabajo que hizo Berenice Miranda en la
interpretación de aquel desafortunado diseño original. Rocío Mireles tomó Milenio desde el número 4 (el quinto de
la serie ya que hubo un número cero) cuyo tema de portada fue el eclipse de
sol de julio de 1991. A esa revista sobre todo y no a Viceversa
es que es justo asociar plenamente su nombre: Rocío la rescató de la confusión de su
primer diseño y le dio juventud, frescura y eficacia.
Por aquellos días, ella
era socia de Eduardo Cemaj, un empresario con el que nos entendimos a la
perfección y a quien a partir de entonces encargamos también el trabajo de pre-prensa.
Tal fue la identificación con Rocío que Milenio
la invitó a aparecer en la portada del número que la revista dedicó a la
colonia Condesa, en la que puede vérsele en una foto de Eniac
Martínez.
Yo acababa de irme a la Universidad de Bucknell, en
Pensilvania, a donde me invitaron por intermediación de David Huerta como profesor adjunto del Departamento de Lenguas Modernas, y por eso había ofrecido la subdirección de Milenio al jefe de redacción de la revista, Eduardo Vázquez Martín. Fue éste
quien la dirigió durante aquellos meses y trabajó por tanto de manera directa con Rocío
en la elaboración de los números que siguieron, del sexto al noveno. Yo regresé a dirigir el último número, el décimo, que apareció en julio de 1992. Otro día
contaré las razones por las que debió cerrar aquella revista. Lo que importa decir aquí es que Rocío Mireles armó el primer diseño de la flamante publicación
(que vio la luz en noviembre de ese mismo año) respetando el tamaño y la
periodicidad de su antecesora.
Por supuesto, también es de Rocío la emblemática
cabeza en la que la segunda letra “e” está girada, y que desarrolló a partir de
una idea mía. Se trataba de glosar con un gesto gráfico el significado de la
palabra “viceversa”, que según el diccionario es “al contrario, por lo
contrario; cambiadas dos cosas recíprocamente”. De esa forma, una “e” puesta en
el sentido normal y la otra al revés querían sugerir que las cosas son de una
manera pero también pueden ser de otra, sin cambiar necesariamente su esencia, tal como quería mostrar la línea editorial de la revista. Por supuesto que nos hacía gracia que su
etimología fuera vice y versa, y que por ello significara “vuelta”,
lo que permitía hacer un discreto homenaje a la revista de Octavio Paz.
Tomé la
idea del diseño de un restaurante neoyorkino que vi fugazmente, llamado Fiasco;
de acuerdo con su significado en italiano, que es “frasco” pero también (como
en español) “fracaso”, la tercera letra, la “a”, estaba colocada de cabeza. El
diseño de Rocío fue el resultado de un planteamiento esencial: hacer una
interpretación de Milenio. Queríamos
dar la sensación de continuidad, renunciando a las características gráficas
generales de una revista que habíamos fundado pero que no era nuestra y sobre
la que no teníamos derechos legales. Me parece que su conocimiento de los textos y las imágenes característicos de Milenio hacen
que su trabajo en Viceversa se sienta
maduro desde el primer número, en cuya portada aparece Alejandra Bogue en otra foto de Eniac Martínez.
Leonel Sagahón (del número 6 al 14)
Originalmente miembro del equipo de Rocío Mireles,
Leonel Sagahón trabajó como tal en el diseño de la desaparecida Milenio. Al poco tiempo de que se
fundara Viceversa creó su propia
empresa de servicios editoriales, Tipos Móviles, y abandonó a Rocío. Casi
seguramente porque ella estaba muy ocupada reforzando el lanzamiento de su
propia publicación, Poliéster, y
porque Leonel garantizaba la continuidad, a partir del número 6 pusimos el
diseño de la revista en sus manos.
No es preciso, sin embargo, el término de
Director de Arte que le otorga Troconi y que como tal nunca tuvo la revista,
que siempre trabajó con algo más que cercanía con sus editores y por lo tanto
nunca tuvo necesidad de una dirección exclusivamente dedicada al “arte”. (Si
alguien intenta explicarme que ese título es un uso convencional que proviene
del inglés, me adelanto a responderle que al menos mientras todavía sea posible
yo prefiero entenderme en español.) Leonel acabó garantizando la estabilidad de
la revista, lo que fue muy importante porque entre el número 7, el de nuestro primer
aniversario, y el 8, la revista pasó a ser mensual. Su diseño brilló por sus
propias virtudes pero también porque los materiales empezaron a ser mejores
conforme la revista se afianzaba.
Así, no es raro que al final retocara la
cabeza, engrosándola, sin duda con la idea de brindarle mayor fuerza. Es
interesante que eso haya ocurrido en el número 12, el inmediatamente posterior
al monográfico sobre Julio Scherer —que diseñó Leonel y fue el primer éxito
importante de la revista—, para dejarla tal y como sería hasta el final de la historia
de Viceversa.
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Los retratos de Rocío y Leonel los tomo prestados de sus respectivas páginas de Facebook. El de ella es obra de Rubén Ortiz-Torres y fue hecho en 1990. Actualmente está expuesto en la Galería OMR.
La próxima semana me referiré al trabajo de Álvaro
Fernández Ros, Rodrigo Toledo Crow, José Luis Silva, Soren García Ascot y
Carlos Rabiella.
Las contradicciones que se leen sobre Viceversa en el libro de Troconi ¿son
suyas o se deben a una falta de sincronía con sus editores? Por ejemplo ¿escribió
también él los pies de foto? Lo que afirma en la página 323 —que he citado más
arriba— está en contradicción con el pie que comenta las imágenes de la 338. Las
cosas empeoran cuando se revisa el inefable índice onomástico del que la semana
pasada comentamos algunas peculiaridades. Una más: la llamada a Viceversa de la página 327, registrada
en el índice como la primera mención a la revista, se explica porque en el
texto de Alberto Ruy Sánchez que hay en ella, y en la que el director de Artes de México habla de su revista, ¡aparece
la palabra “viceversa”!: “Hasta entonces, si se exhibía lo virreinal se
despreciaba lo prehispánico y viceversa”. Parece mentira que un libro sobre
diseño gráfico, producido por la editorial que hace tan prestigiosa revista de
arte mexicano, haya descuidado todos estos detalles.
Más sobre Viceversa en este blog:
gracias x De Orwell a Trotski a Viceversa...un saludo
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