Por Claudio Isaac
Al calor de las sesiones en las que íbamos definiendo el contenido del documental que terminaría titulándose “El lenguaje de los árboles”, surgieron revelaciones de parte de Octavio Paz, cuyo carácter era bastante recóndito. Yo ignoro porqué me confió él esto a mí, en lugar de decírselo a alguno de sus herederos naturales, sus colaboradores en Vuelta, sus verdaderos amigos cercanos. Sea como fuere, en una ocasión, tras revisar pasajes de El arco y la lira, empezamos a hablar de las distintas formas de nacer del poema, desde el experimento preconcebido, como en su propio Blanco, hasta el dictado febril de una voz interna, como en las Odas de Pessoa, o las palabras acarreadas por el viento, azotando los muros del castillo de Duino, escuchadas por Rilke, o los versos de la Rima del viejo marino, soñadas Coleridge con la exactitud de los patrones métricos.
En contraste con el génesis de Blanco, de pronto Octavio mencionó Piedra de sol. Se hizo un silencio prolongado, como si, queriéndolo o no, hubiese hecho una invocación grave. El momento se cargó de una densidad que intuí como preparatoria de una especie de declaración íntima.
Tomó una cadencia reposada, de introspección. Con un dolor que me pareció añejo pero no por completo apagado, Octavio me contó que en los años cincuenta, en Nueva York, había tenido una ruptura amorosa terrible.
Tras narrarme una escena verdaderamente desgarrada que no detallaré por lealtad a su propio pudor, suspiró y dejó que transcurriera una pausa, alzando las cejas y cerrando los ojos un instante. Luego concluyó:
—Salí solo del hotel, consternado, y abordé un taxi. Me sumí en el asiento trasero y quedé mudo. Conforme avanzamos por las avenidas vacías, me fue penetrando poco a poco un único sonido cíclico: era el chirrido de una llanta del yellow cab, un chirrido recurrente. Marcadas por esa misma cadencia, fueron surgiendo en mi mente aturdida las palabras:
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante…
Claudio, poste de luz.
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