lunes, 8 de febrero de 2010

El viaje definitivo. (Dos poemas de Juan Ramón Jiménez)

Me parece que tiene uno de los arranques más hermosos de la poesía española del siglo XX,
El olor de una flor nos hace dueños,
por un instante, del destino
y sin embargo, pasados los años, encuentro que el poema me gusta menos, se diluye en tanto se despliega, apuesta por una suerte de “razonamiento” que me ha dejado de convencer. Sospecho que su maravilloso fluir, debido a la maestría en el uso de la métrica tradicional, me atrapaba por encima de lo que el poema decía—enfermedad muy propia de mis tiempos de estudiante…—.
A mediados de los años ochenta, poco antes de hacer algunos descubrimientos que modificaron mis gustos literarios, tenía decidido el tema de mi tesis de licenciatura. Aquel viejo proyecto, del que conservo todas las notas, quizás funcionaría el día de hoy: escribir una guía de lectura de una colección de poemas de Juan Ramón Jiménez. 
¿Por qué escogí Belleza —publicado en 1923— cuyo título ya entonces me resultaba tan discutible? No lo recuerdo. ¿Porque era el que tenía más a mano? ¿Porque se trata de una antología que reúne poemas seleccionados por el propio autor?Según tengo escrito en un esbozo de prólogo, me parecía que algunas zonas de la obra del poeta de Huelva se habían oscurecido con el paso del tiempo. El plan era, pues, hacer un análisis poema a poema de ese libro para conocer las razones que lo hacían menos convincente para un lector contemporáneo —digamos, yo. 
No sólo tenía decidido el tema y los procedimientos para desarrollar aquella tesis: en buena medida, la tenía escrita: de los 127 textos que conforman el volumen, llegué a analizar, si se quiere de manera incompleta y provisoria, más de una centena. En el camino, de pronto algo sucedió… y aquel trabajo quedó inconcluso.
Como había empezado a asistir a clases sin estar propiamente inscrito, por aquellos días me dedicaba a convalidar con exámenes extraordinarios las materias que ya había cursado. Por eso entre las páginas de mi ejemplar de Belleza no es raro que aparezca el recibo de un examen de una materia de los primeros años —lo que confirma que si bien estuve un tiempo anclado burocráticamente en los semestres iniciales, tuve desde muy pronto los ojos puestos en los últimos. 




En el libro, que está lleno de anotaciones mías, hay algunos poemas que me siguen pareciendo afortunados. Aquí, un botón de muestra:
Mi pena, con tu compasión,
me parece una acacia
amarilla, con luna.

Con su generosa disposición espacial y mi letra inmensa de entonces, mis ingenuos y entusiastas comentarios a aquellos poemas me recuerdan lo mucho que aprendí reflexionando en silencio y por mi cuenta sobre los procedimientos de aquel escritor al que sigo considerando crucial para mi manera de entender la poesía. 
¿Cómo explicarlo? En la misma medida que el fenómeno del habla cotidiana y algunos aspectos del modernismo o el barroco, nada me ha interesado más que el tratamiento del verso limpio, aireado y lleno de luz que tanto admiré en Juan Ramón.
Del poema del bellísimo arranque, que se llama “Amor” y ocupa el número 76 del volumen, tengo menos escrito de lo que hubiera pensado. Y aunque de aquella no lo habría podido siquiera aventurar, ahora me gusta decirme que la idea del aroma de una flor relacionada con la revelación del destino, y la equiparación de todo eso con el amor, debe provenir de alguna fuente clásica —que por supuesto desconozco—. En la nota correspondiente, en cambio, además de manifestar con juicios taxativos propios de un lector veinteañero lo perfecto que me parecía el poema, apunto lo obvio: “Reinamos, por un momento, sobre nuestras vidas cuando olemos una flor o amamos. Somos dueños del destino. El poeta enumera esos instantes:
El sol del cielo azul que, por la tarde,
la puerta que se entreabre deja entrar;
el presentir una alegría justa;
un pájaro que viene a la ventana;
un momento del algo inesperado…”.

Sin embargo, creo que la fuerza del poema acaba perdiéndose entre recursos menos afortunados. Ahora disfruto menos dejarme conducir por los característicos vericuetos del estilo juanramoniano de principios de los años veinte:
No hay en la soledad ni en el silencio
más que nosotros tres:
—visita, hombre, misterio—.
                                                El tiempo y los recuerdos
no son nudos de atajos,
sino de luz y aire. Andamos sonriendo
sobre el tranquilo mar. La casa es dulce,
bellas sus vistas…

El final, que reconecta con el arranque y lo culmina —a pesar de que la elección del calificativo le reste contundencia—, no está mal:
                     Y, un instante,
reinamos ¡pobres! sobre nuestra vida.

Así que este poema, lo siento, no es uno de mis preferidos, sino el que aparece más abajo, por lo que si alguien se queja de que lo he traído de manera tortuosa hasta este lugar tendrá toda la razón. Lo mismo me ocurrió a mí. Cuando hacia 1986 estudiaba letras hispánicas y hacía mis propias lecturas y mis propios experimentos, este texto —que se llama “El viaje definitivo”, aparece en muchas antologías y representa el momento de la culminación de toda una poética—, me producía cierto desdén: me aburría quizás su serenidad; su aparente llaneza me dejaba frío. Menos mal que la juventud tiene remedio y en eso no hay vuelta atrás: hoy este poema me parece el summum de la poesía equilibrada, fina, honda, del mejor Juan Ramón —al menos del que yo prefiero—. Por una vez hasta le perdonaremos esa jota absurda que se empeñó, con verdadera necedad ibérica, en defender.

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.


El poema está tomado de Nueva antolojía, estudio preliminar y selección de Aurora de Albornoz. Ediciones Península, Barcelona, 1973, y la foto de
http://www.juntadeandalucia.es/averroes/centros-tic/21003165/helvia/bitacora/upload/img/Juan_Ramon_Jimenez.jpg



(Mis poemas preferidos, 3)

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