Galván Paulin. Foto oficial de la Escuela Mexicana de Escritores. |
[El siguiente texto fue leído en la presentación del libro de Juan Galván Paulin, Mi cuerpo germina temblor entre tus labios, el 9 de febrero de 2016 en el Centro Cultural Helénico, en la que participé al lado del autor y del poeta Arturo Córdova Just. La presentación se repitió el pasado 6 de abril, con los mismos participantes, en la nueva sede de la Escuela Mexicana de Escritores.]
La
simpatía es, para mí, la condición esencial de la crítica, entendida como lo
que es: “inclinación afectiva entre personas”, dice el
diccionario, “generalmente espontánea y mutua”. Ya en otro lugar traté de
probar cómo ese adjetivo, “mutua”, puede definir también la inclinación entre
personas y objetos, y que bien puede manifestarse de un objeto hacia la persona
que se relaciona con él, en este caso un libro, una obra literaria; es decir,
que hay libros respecto a los que uno puede sentir simpatía por la simple razón
de que ellos, esos libros, en determinadas circunstancias, parece que la muestran
también hacia nosotros.
Lo
primero que sorprende del nuevo libro de poemas de Juan Galván Paulin es el
torrente de palabras y de sensaciones que bulle en sus páginas, lo que se nota,
entre otras cosas, en la manera en la que está resuelto formalmente. La poesía se
sale de sus cauces formales tradicionales y roza la prosa, o se instala en ella
–pero la vena es poética y poéticas son sus intenciones y sus alcances. Si la
distancia que ofrece la medida del verso tradicional le parece corta, es porque
la pasión que arrebata a Juan es tempestuosa y necesita de espacio, de
suficiente espacio, para exponerse y decir.
Borges en México. Foto de Rogelio Cuéllar. |
El tema del libro es la recuperación del paraíso perdido: ya se
sabe –y Borges, por ejemplo, lo dijo hasta el cansancio– que sólo existen los
paraísos perdidos; lo otros, por definición, no son paraísos, no pueden serlo.
Y hay un paraíso que es el más paradisíaco de todos, aquel que se finca en la
recuperación del amor perdido. Borges lo dice por ahí: nada hay como
el amor denegado, vuelto a recuperar. Precisamente por estos días, caigo en la
página en la que afirma Montaigne que sólo vale la pena poseer lo que se ha
deseado largamente.
Pero
digo “tierra” y en realidad debería de decir “ciudad”: el centro, San Cosme, el
Paseo de la Reforma son algunos de los lugares en los que ese paraíso cobra vida. La vida, hasta el momento de la recuperación
amorosa, ha sido lo que pasó bajo un
puente que está sostenido por dos columnas: la primera, el momento en que se
perdió el amor; la segunda, el momento en que se ha recuperado. Bajo la lluvia, el Paseo
de la Reforma es el espacio por el que se ha paseado la tristeza irremediable,
el hastío y el aburrimiento, y es ahí mismo donde puede ocurrir el milagro del
reencuentro y la reconciliación.
Y digo “ciudad”
y menciono el centro o San Cosme o el Paseo de la Reforma, pero en realidad
debería de decir que también el hotel, los hoteles. Hay pocos lugares en los
que se pueda sentir la soledad como en un hotel, cuando uno está de paso, y a
solas. Es, me parece, una de las metáforas de la desolación amorosa. La imagen
del hotel a solas acompaña y obsesiona al poeta, y será precisamente en un
cuarto de hotel en donde ocurrirá la revelación a que va a conducir el reencuentro:
el cuerpo largamente deseado, paraíso en sí mismo, será recuperado en un cuarto
de hotel.
Hombre
de libros y cultura, sabio, lleno de noticias sobre los tiempos heroicos, Juan sabe
que su vida misma es la representación de todo lo que ha leído y por eso su vida
y su persona está marcados por sus lecturas, lo que se representa en él de
manera natural, como si fuera una manera de respirar. Juan sabe que en sus
actos y en sus decisiones están representados todos esos mitos de los que sabe tanto. Y Juan sabe también que su vida es irrepetible, y que el mito se cumple
en uno, o uno ve en los mitos ese cumplimiento para entender lo que se vive,
mucho más cuando se trata de entender la propia experiencia.
Por eso
Juan no puede ver el mundo sin esas historias y esas explicaciones, y por eso
su poema está salpicado de referencias a todo ese mundo, que alienta detrás de
lo que vemos, de lo que él ve. Juan vive a través de lo que ha leído o ha escuchado.
Por eso la mejor manera que tiene de explicarse los 40 años que han debido pasar antes de la recuperación del amor, es la guerra de Troya, y son los años en que Ulises
ha estado ausente. Más cuando se da cuenta de que su periplo ha sido del doble
de duración: si la guerra a la que ha acudido Ulises ha durado diez años, y su
regreso le ha tomado otros diez años, la aventura de Juan se he llevado el doble de tiempo de su vida. Cuarenta
años, escribe el poeta; cuarenta años, se repite. La referencia a Troya y todo
lo que supone, es perfecta; el alargamiento temporal es suficientemente
expresivo de lo que ha sido para él la gesta amorosa: su gesta, los años que
han tenido que pasar para reencontrar la Ítaca del cuerpo amado le ha llevado
¡el doble de tiempo que la gesta homérica!
Así
ocurre con otros personajes de la mitología grecorromana, como Medea, la mujer
hechicera, o Ismene, la hija de Edipo y de Yocasta, pero también con Cihuateteo o Xólotl, el
dios mesoamericano del fuego y el ocaso. Este dios viene a cuento para ejemplificar
el cambio que se ha obrado en el poeta. El desgate físico, el cambio del
físico, todo aquello que se ha sido entre las mezquiteras, o entre los autos, y con el paso del tiempo y la llegada de los hijos, temas en los que reflexiona el hombre solo en el hotel,
hace que el poeta se duela o celebre, y todo ello convierte al poema en una recuperación
del tiempo perdido y un intento de búsqueda de razones para entender el tiempo
que ha pasado por el cuerpo de quien lo ha vivido.
Chet Baker. |
Su
estado es una suerte de lúcido aturdimiento, que es el del amor, por eso
escucha mejor y con oído más agudo, y por eso aparecen el Almost blues de Elvis Costello interpretado por Chet Baker, o el Blue in Green de Miles Davis. Por eso
aparecen los versos de Mario Benedetti, Amado Nervo, Edmond Jabés o Ungaretti.
Y por eso aparece el canto del cenzontle. La vida se apoya en todos esos
referentes que entran por los ojos y por los oídos, y va cargando de sus
sensaciones todo aquello que experimenta el poeta. Sólo en el paraíso
recuperado dejan de doler, cuando son el canto vivo de las horas que hemos
conseguido recuperar del tiempo que ha pasado arrastrándonos consigo.
Pasolini entrevista a Ungaretti. |
El
armado de Mi cuerpo germina temblor entre
tus labios, que en realidad recoge un solo poema extenso, es musical: a
Juan le interesa subrayar que detrás de su experiencia de recuperación amorosa
hay un cierto sentido musical, y es por eso que las partes de su poema, tres
partes de tamaños irregulares, se llaman “Grave ritenuto”, “Andante sostenuto”
y “Adagio a capriccio”. Las series proponen una suerte de orden-desorden que
priva sobre el conjunto de los materiales; un orden nuevo del desorden
felicísimo con que se vive y ama.
Juan ha
vivido y escrito su historia de una determinada manera, pero a la hora de armar
la secuencia general del poema advierte que la exposición debe ser levemente
distinta a la expresión de su primera materialidad, por eso los capítulos, o
mejor dicho los cantos, tienen una numeración que de cuando en cuando se ve
alterada. Se trata de veinte cantos, organizados, como ya decíamos, en tres
partes de tamaños irregulares, pero esos veinte cantos no aparecen ordenados
forzosamente de acuerdo a la progresión natural de la numeración, que de pronto
experimenta algún salto: entre el cuarto y el quinto canto, aparece el décimo
sexto, por ejemplo; o hay dos cantos cuartos…
Los
nombres de las secciones en que están organizados los cantos son bastante
expresivos de sus intenciones. Juan acude, como veíamos antes, a la
nomenclatura musical. La primera parte se llama “Grave ritenuto”. Como sabemos,
el modo “grave” significa “lento”; es una suerte de adagio con un carácter de
seriedad, de gravedad (de ahí su nombre); “ritenuto”, por su parte, es un
término que se usa mucho en música pero no para describir el carácter de un
movimiento sino de un pasaje específico; se
retiene, quiere decir la palabra, el flujo acumulado de la pulsación
rítmica (como en una cámara lenta). El nombre parece atinar al describir una
situación de seriedad, incluso de gravedad, que, a pesar de su larguísima
duración, ha sido vivida con todavía gran lentitud.
La
segunda sección se llama “Andante sostenuto”; el “andante”, ya lo sabemos, es
un tiempo entre el allegro y el adagio, próximo al “moderato”; no es alegre ni
lento; fluye pero no va con la rapidez de allegro ni con la lentitud del adagio.
Por su parte, en el “sostenuto” (estamos analizando la expresión “andante
sostenuto”) se busca que el sonido se sostenga todo lo que se pueda, pero sin
romper la frase. Es una suerte de alargamiento, el máximo posible, que permite
que cada nota luzca, pero sin que se interrumpa su flujo hacia la nota siguiente.
Por
último, el “adagio a capriccio”, que es como se llama la tercera y última
parte del poema, se compone de ese “adagio” que no es más que un tiempo lento, que se
adjetiva con ese “a capriccio”, o “caprichoso” que sugiere una cierta libertad
interpretativa. Es decir, a voluntad del intérprete, se imprime en la
interpretación, de las notas, por supuesto, pero también de los sentimientos y
las emociones vividas, la propia subjetividad.
Esos
nombres son bastante expresivos de las intenciones de Juan: un tiempo largo,
que se ha vivido acaso con mayor duración aún que los cuarenta años cronológicos, el
doble Homero, por decirlo así, con que se ha vivido la separación y el anhelo;
un flujo que no tiene prisa, y que se alarga para ser vivido con todo
lucimiento y gozo, y no menos que eso, con la sabiduría que dan los años
decantados, ese largo desear a solas en una calle lluviosa o en un cuarto de
hotel. Por último, una interpretación libérrima, cargada de subjetividad.
Por fin
Juan ha conseguido volver, de la trama apretada y a veces crudelísima de la
vida, con una presa en su red de hombre de palabras, y ella no es otra que, tal
como la describe en sus propios términos, “esa extraña ave de la que
abjuran los poetas […] que es la felicidad”.
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Gracias
a mi amigo Sergio Vela por su asesoría musical.
Las imágenes que aparecen en este post
proceden de diversas fuentes de Internet. Ungaretti aparece en un momento de su entrevista con Pier
Paolo Pasolini. El primer retrato de Galván Paulin es de Mario González Súarez.
Los dos siguientes, míos. La foto de Borges es de Rogelio Cuéllar.
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