Durante
unos días de junio de 1999, cuando Ora
la pluma estaba a punto de entrar a imprenta, pensé que quizás era
pertinente ofrecer algún género de explicación sobre la frase de Garcilaso
que da título al libro.
Quería ser una argucia literaria: no es precisamente que hubiera
sentido que una aclaración de esa naturaleza fuera necesaria y si pensé en
escribirla fue porque me daba la oportunidad, partiendo de un ilustrísimo
referente, de encajar un par de reflexiones sobre los poemas que aparecen en sus páginas. También, porque me hubiera permitido prevenir, si se quiere entre burlas y
veras, sobre la calidad de unos trabajos escritos en circunstancias —según
pensaba yo entonces— no exactamente propicias. Desde la aparición en 1990 de El ciclismo y los clásicos habían pasado
nueve años: el tiempo que duraron las dos empresas en las que concentré casi
todos mi empeños durante esa década: Milenio,
primero (nada que ver, por cierto, con ninguna publicación que lleve
actualmente ese nombre) y Viceversa. Una
noche, conversando con mi amiga Laureana Toledo en un restaurante italiano a un
paso de la calle de Mazatlán, deseché la idea. Trece años después, al releer la
nota que acabé redactando, me da risa que alguna vez haya siquiera considerado publicarla. En mi descarga diré que de ninguna manera trasluce el
ánimo juguetón con el que fue escrita, y por eso nada tiene que ver con el
libro. La desempolvo ahora como una curiosidad para los lectores de Siglo en la brisa.
Nota
Entre las armas del sangriento Marte,
do apenas hay quien su furor contraste,
hurté de tiempo aquesta breve suma,
tomando ora la espada, ora la pluma.
Garcilaso
de la Vega
Quizás no esté de más aclarar que
estos versos, de donde he tomado el título de este libro, de ninguna manera
desean sugerir algo así como que yo conozca alguna suerte de experiencia
siquiera remotamente militar. Nada más lejos de mi gusto y mis intereses. El
tópico renacentista que entiende la vida como el resultado del ejercicio alternado
de las letras y las armas me permite subrayar una conciliación que sucede en mi
interior, entre mi labor no literaria, que escasamente tiene que ver con la
literatura (y que a veces se ha presentado ante mis ojos como una contienda
difícil o ingrata), y mi vocación de poeta. He escrito estos trabajos a lo
largo de los últimos nueve años, de tarde en tarde, robando minutos al ruidero
y las prisas de mi vida diaria. Pero esto no es una justificación: mis poemas
están listos para correr su propia suerte y ahora es su deber salir a afrontar,
lejos de mí, empuñando sus propias armas, una batalla en la que nada significo.
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En la polaroid que abre este post, mi amiga Victoria Clay sostiene un ejemplar de Ora la pluma a los pocos meses de la salida del libro. La foto es de Carlo Pizzati.
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