Me sorprendió que el paso
de la fábula de Orwell a la investigación de Jean-Jacques Marie, aparecida originalmente
en francés en 2006, fuera tan terso: nada más empezar a leer, tuve la certeza de que estaba delante de la misma historia, contada, por decirlo así, en otro “código” pero sin acusar en exceso el
salto de la ficción a la historiografía. Al abrir el paquete en el
que venía el respetable volumen editado por la representación argentina del
Fondo y luego mientras lo colocaba en la única región de mi estudio donde un libro
de sus proporciones puede tener cabida, me prometí echar muy pronto un vistazo a los capítulos que describen los años mexicanos del gran revolucionario ruso y
por fin tuve el impulso de hacerlo al terminar de leer el relato orwelliano la noche del domingo pasado. ¿Los temas? Su llegada a Tampico en enero de 1937, acompañado de su esposa Natalia, y los
encuentros y desencuentros con Diego Rivera y Frida Kahlo; la casa que habitó primero en Coyoacán y la que compró después a sólo unas calles de
distancia, por lo visto con el apoyo de unos trotskistas gringos; sus conversaciones con
André Breton; la muerte de su hijo en París, en turbias circunstancias, y el reencuentro con su nieto en México; su conmovedor interés por los cactus, que lo llevó a hacer excursiones con el propósito de estudiarlos y coleccionarlos; la vergonzosa irrupción de David Alfaro Siquieros, que una noche atacó violentamente su casa al frente de un comando con la intención de acabar con su vida, y finalmente su espantoso asesinato en agosto de 1940 a manos de un estalinista que de todas las nacionalidades tenía que ser español.
Hace doce años, en
junio de 2000, en tiempos tan electorales como los que corren, Viceversa publicó un dossier sobre Trotski. El centro de la
entrega lo constituía un pequeño portafolio fotográfico del extraordinario personaje durante su
estancia en México: una conferencia de prensa a cielo abierto y una serie de
retratos mientras habla con su vehemencia característica.
También, la escena de crimen: un amplio e iluminado cuarto blanco con un gran
mapa de la República Mexicana en la pared: los manuscritos sobre la mesa,
quizás tal y como estaban en el momento de su muerte, y una serie de periódicos
y otros papeles, extensos como mapas o planos, todavía revueltos y salpicados de
tinta o sangre.
Por último, un par de fotos en el hospital, y una más, que me estremece
y que ahora no publicaría, en la que un médico manipula su cerebro. Las imágenes,
que pertenecen a la colección Enrique Díaz (con la salvedad de la segunda de ellas, que es de los Hermanos Mayo), iban a ser parte de un libro de
Carla Zarebska y Alejandro Gómez de Tuddo armado con fondos del Archivo General
de la Nación que iba a llamarse México
inédito, pero luego por razones que desconozco quedaron fuera. El dossier de la revista se complementaba con
un artículo de divulgación, por cierto bastante bueno, de Isabel Turrent, escrito
a pedido de Viceversa. Comparto con los lectores de Siglo en la brisa algunas de esas imágenes.
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Si el fabuloso texto orwelliano es un aliciente para leer más sobre la
corrupción de los procesos revolucionarios, la edición en español de Animal farm que tengo desde hace veinticinco años (Destino, reimpresión del año 1984) tiene un prólogo escrito por el propio Orwell, quien al final decidió no publicarlo. El texto, llamado “La libertad de prensa”, hace un análisis de las circunstancias en
las que el relato fue concebido. Aunque estoy de acuerdo en que Rebelión en la granja no necesita
ninguna aclaración previa, es muy interesante echar un ojo a ese ensayo que fue
hallado sin firma y sin mayores referencias en 1971, en un ejemplar que fue de
un amigo de su autor. Hacia el final de su argumentación, Orwell escribe: “Si
la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren
oír”.
Salvo la foto de Orwell que ilustra la nota precedente, todas las que conforman este post aparecieron en
el número 85 de Viceversa, de junio
del año 2000, del que las he escaneado. La que abre la entrega pertenece al Archivo de los Hermanos Casasola. La diseñadora de la revista era Soren García Ascot.
Más sobre Viceversa
en este blog:
Números de aniversario, http://bit.ly/KC5jkQ
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