Casi seguramente porque lo primero que escribí, allá a finales de los años setenta, fue una serie de pequeños diálogos teatrales, algunos de los poemas que he publicado tienen cierta relación con el género dramático. Quizás en ningún otro texto eso sea tan evidente como en este monólogo, que todavía en su
penúltima versión llevaba el subtítulo de “sainete” y que tuve la oportunidad de leer en un teatro de Alcalá de Henares.
Lo empecé a
escribir en presencia de Fernando Rodríguez Guerra, a quien estoy seguro que no le importará que revele que es él mismo el
personaje que aparece en sus versos con el nombre de Leocadio. “Ejecutante en
Iruña” fue publicado por primera vez en Palinodia
del rojo, que vio la luz a finales de 2010 bajo el sello de Aldus. Lo comparto ahora con quienes leen Siglo
en la brisa siquiera por darme el gusto de ilustrarlo para la página electrónica.
Ejecutante en Iruña
A Fernando Rodríguez
Guerra
Detrás del
mostrador,
como si nada,
la voz de
aquella dueña la mañana
de nuestra
despedida,
camino a la
estación:
“Alguno
anduvo por allí a deshoras
metiendo
bulla,
haciendo
un ruido
igual que si rascara alguna corva suya,
o conjurara
contra el Estatuto,
o no
estuviese a gusto en este hostal…”
“Y en la
misma recámara
en que
estabais vosotros, o muy cerca,
que luego
no supimos…
¡Fue imposible acercarse
a unos
metros siquiera!”.
“Lo bueno
es que el martirio”, añadió, persinándose,
“cesó en la
madrugada.
¿No habéis
oído nada?”
Y “No,
¿verdad?”, dijimos, “No, ni pío”.
Y el caso
de Leocadio era explicable:
¿enterarse,
quien duerme
como osezno
en invierno desde el jueves
y era noche
de martes…?
¡Pero el
mío!
¡Esas
falsas fanfarrias! ¡Esos soplos nemicos!
(Extrañas
partituras, si eso eran,
de tiorba
al gong o triángulo a la tuba…)
Lo mismo
habría opinado
cualquiera
que pasara
delante de
la puerta de ese cuarto, mirara con espanto
y atinara
tan sólo a santiguarse
y huir.
¡Y ya hay
quien considera dejar el hospedaje!
Y alguno
hasta el país.
Que
admite, por lo bajo,
que nunca
había escuchado tal reclamo
de baba que
llamara
o cárabo,
y todo sin
acuerdo, o sin el mínimo,
que la
misma Natura se extrañara
—como yo,
ya lo ves, y los vecinos
y quienes
administran este hotel.
¡Fragor que
se adelgaza como ganga o torero,
y luego se
dilata como riada!
A todo
esto, Leocadio, el hombre, en babia.
Y aquella
noche, un par de pisos más abajo
y no en el
nuestro —¡no, Dios, ni pensarlo!—,
bien echado
el pestillo:
“¿Lo oye
usted, don Alcalde?
Y, san Ministro,
¿verdad que
no exagera doña Dueña?”
“Y sí, muy
bien”,
decía la
autoridad, “pero ahora dígame,
¿qué coño
es eso?”
“¡Si lo
supiéramos!
Mas mete un miedo de cagarse,
y no hemos
conseguido dormir,
ni
averiguarlo…”
Y el otro:
“¿Y no será que un caño roto, un tubo
a
averiguar, de los de antaño…?”
Pero otro
más, ninguno
en
particular,
que no se
supo quién pero glosaba,
con someros
dicterios,
los sentires de aquellos caballeros:
“¡El de la
pata hendida!
¡Escuchar,
escuchar cómo rumia su mal
y sopla su
zampoña y su pezuña afila!”
Al tiempo
que añadía una navarrona:
“Y como
suele: ¡briago!”
“¿O a ver,
dígame usted, si no es el diablo,
qué es esa
sinfonola de grajos y gargajos?”
Y así estuvimos,
o así estuve,
al menos
esa noche,
la última en Iruña,
temiendo
que allanaran a golpes la recámara
—e
intentaran situar descompostura
semejante,
si eso era, o si era un demonio
o una
conjura…
Escuché, de
lejitos, cada vez que el concierto
me dejaba:
que si era un desperfecto
en un
cuarto de baño, si una tina o un váter,
a un
fontanero se llamase;
que si era
una conjura de violentos,
a un mando
policiaco se avisara;
y al último, si un diablo,
si de veras
el Diablo,
a algún
representante de la curia romana, al arzobispo
primado,
¡al Papa!
Dispuesta a
convocar maitines a esa hora,
a nuestra
Santa Madre
de Begoña
aquel caso encomendaba
aquella
dueña
—escapulario en mano,
del tamaño
de un piesco
o fiasco…
¡Y era sólo
Leocadio, que roncaba! 1
1 Y aquellos como erutos, y ahogos
como flatos,
no eran más
que dramáticos
intentos de
Leocadio,
que todavía
bogaba, aunque inconsciente,
en el anís
del país,
¡y pretendía alcanzar
el remoto
confín del día siguiente…!
_________________________
Más sobre Palinodia del rojo en este blog:
Tres poemas
citados por Eduardo Casar, http://bit.ly/KdmqIi
Una reseña en la
revista Letras Libres, http://bit.ly/w18ZLZ
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