Quien visite la tumba de Borges, en el cementerio ginebrino de Plainpalais, se encontrará con una imponente estela de piedra en la cabecera de una cama de vegetación cuidadosamente podada. En ella podrá distinguir, además de los años de nacimiento y muerte del gran escritor argentino, un bajorrelieve, dos epitafios (uno en anglosajón y el otro en antiguo nórdico) y una “dedicatoria” en español que alude a uno de sus cuentos.
Las cosas no siempre fueron de esa manera: por lo menos durante el año que siguió a su entierro, que se llevó a cabo el 18 de junio de 1986, la tumba no fue más que un modesto rectángulo de tierra salpicada de flores, sin más adorno que una cruz de madera clara, en la que podía leerse el nombre de Borges escrito a mano. En diciembre de aquel año, Sergio Vela hizo un alto en el viaje que hacía con un amigo por diversas ciudades europeas, expresamente para visitar Plainpalais y hacer las fotos que conforman este post. Veinticinco años más tarde me cuenta que las imágenes fueron captadas con una vieja Kodak Retinette de su propiedad, una tarde particularmente fría y lluviosa.
Yo no me resisto a preguntarle cuál es la especie a la que pertenece el inquietante árbol que asoma a la tumba. Ésta es su respuesta: “Lo único que sé es que se trata de una rareza, casi una teratología que destacaba por su deformidad y su falta de follaje.
"Desnudo, en invierno, es feísimo. Lo fotografié porque me parecía más triste que nuestro duelo, y creo que estaba bien donde se hallaba”. Después de un cuarto de siglo de atesorar estas imágenes, gustosamente las comparto ahora con los lectores de Siglo en la brisa.
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