domingo, 7 de noviembre de 2010

Contra la fotografía de paisaje


La semana pasada publiqué algunas de las primeras imágenes captadas por mi padre con una Canon RM comprada en 1962, y anuncié una serie de fotos que yo mismo hice con esa máquina fotográfica un cuarto de siglo después. Un día de mediados de los años ochenta caí en la cuenta de que la cámara, que ya para entonces parecía muy pesada, seguía allí, sin uso, conservada en un estupendo estuche de piel. Me pareció irresistible hacer unos cuantos rollos, cosa que hice casi todas las veces con retratos de amigos. 
Siempre me ha gustado el género retratístico y lo he cultivado con relativa frecuencia sin más pretensiones que las de la mera afición: quiero decir que sin saber nada de fotografía y por el mero gusto de hacerlo (véase como ejemplo el retrato que le hice a mi hermana Covadonga en el Parque Güell).
Por esos años, no muy en serio, decía que planeaba escribir una teoría que iba a llamarse Contra la fotografía de paisaje. Su objetivo era probar lo absurdo de fotografiar nada que no fuera personas, el único referente capaz de dar cuenta del paso del tiempo, según pensaba yo la suprema finalidad del arte fotográfico. El nombre me sigue gustando, desde luego que para cualquier cosa menos que para una teoría tan peregrina, por lo que quizás algún día lo use más que como el título de un post… De esa forma hice las fotos que conforman esta entrega de Siglo en la brisa. Como en el caso de las que publiqué el domingo pasado, cada imagen lleva un comentario al calce.
Quiero agradecer a mi amigo Mario González Suárez (http://bit.ly/9qX3CH) por haberme hecho las hermosas ampliaciones en blanco y negro que publico en esta ocasión —todas excepto las de Sergio Vela y Fernando Rodríguez Guerra—. Autor de un puñado de libros que destacan con singularidad en la indiscriminada producción narrativa de los años recientes, Mario es también un interesante fotógrafo y me ha prometido una serie de imágenes para publicar próximamente en este mismo espacio. Un ejemplo de su doble vocación en una sola entrega editorial es su libro Dulce la sal (Pre-Textos), publicado en España en 2008.


Dzazil, maestra de español y flamenco
Cuando hace unos meses publiqué este retrato en Facebook, mi amiga Dzazil me escribió desde los Estados Unidos, donde vive actualmente, para decirme que la foto la transportaba a malos tiempos. Yo estuve cerca de ella y su familia y atestigüé los golpes y las pérdidas de aquellos años, por lo que bien sé a qué se refiere. Sin embargo, al entrar a la Universidad, cuando la vida estudiantil se hizo para mí por vez primera mixta, ella fue sin lugar a dudas mi primera amiga. Recuerdo las encendidas discusiones casi sobre cualquier cosa: el feminismo o la literatura, la música o el cine, los otros amigos… Pero si la foto me dice todo eso, le tengo aprecio más que nada porque recupera la belleza fresca y nítida de esta mujer de origen yucateco, descendiente de Francis Drake, apasionada del flamenco y la lengua inglesa, cuyo nombre significa “claridad” en maya.


Alberto, arquitecto
Diseñé y formé la revista universitaria Alejandría, que circuló en la Facultad de Filosofía y Letras entre 1986 y 1989, en el despacho que este arquitecto de extraordinario talento, descendiente de emigrantes sirios, tenía con mi primo Daniel en la colonia Nochebuena. Sentado en un restirador cerca del suyo, echando mano de su papelería, sus lápices y sus reglas, de cuando en cuando bajo los efectos de su café con cardamomo, yo armaba aquella revista siempre atento a sus observaciones sabias y de buen gusto. Si se diera el caso extraño de que alguien no conozca el trabajo de Alberto, estupendo lector, amante de las plantas y los árboles, le recomiendo echar un ojo a su obra más famosa en México, la espectacular Biblioteca Vasconcelos (http://bit.ly/czI4L0), un edificio proyectado para ser construido en medio de un enorme jardín. Para tomarle esta foto salimos a una especie de falsa terraza que había en el último piso de aquel despacho ubicado en la calle de Atlanta.


Isolda, gata persa
Cuando a finales del verano de 1982 llegué a vivir a San Jerónimo, un amigo me arrastró un día entresemana a ver unos gatos que tenía en venta una tía suya. Isolda, a la que acababan de separar de un hermano de camada color plomo previsiblemente llamado Tristán, era una pequeña persa color amarillo tenue, de antepasados ilustres, vivaz y encantadora... pero yo no tenía ni de lejos el dinero que pedía su dueña. Por hacer menos áspera mi negativa terminante de llevármela, cuando nos íbamos se me ocurrió preguntar cuántos meses tenía y ella contestó que sacara yo mismo el cálculo, que había nacido el… 12 de junio. En el momento en que comenté la coincidencia de que yo había nacido en esa misma fecha, se selló mi unión con la gatita: la tía de mi amigo, aficionada a esoterismos y supersticiones, opinó con sobresalto que aquello no era sino una señal y que la gata forzosamente debía de irse conmigo. Isolda vivió casi trece años y fue la compañera inolvidable de mis años de estudiante. En la foto aparece retratada en el pequeñísimo jardín de mi casa, en Porfirio Díaz y Luis Cabrera.


Jose, fundador de Radioactivo, cineasta
Desde mucho antes de que las hormigas fueran rojas ya estaba escrito que tendría una relación de toda la vida con mi primo carnal José Santos. Nacimos con unos meses de diferencia, estudiamos en las mismas escuelas y tuvimos desde siempre algunos intereses en común. Por los años en los que yo hacía Viceversa, él fundó y dirigió Radioactivo, quizás la mejor estación de radio para jóvenes de los últimos quince años en México. Pero antes de todo eso, allá por 1987 pocas cosas disfrutábamos tanto como su llamada a media tarde para anunciar su visita a mi casa para ese mismo día. Nos encerrábamos para fumar y divagábamos interminablemente… Hace poco, Jose tomó el camino del cine y antes de que se mudara a Mérida viví más o menos de cerca la etapa final de la postproducción de su película sobre los huicholes, Flores en el desierto (http://on.fb.me/cVAiFp), que ganó una mención en el Festival de Morelia al año pasado. Estos días se dedica a recabar firmas para una Declaración en Defensa de Wirikuta, que puede verse en http://bit.ly/dh8m6t.


Fernando, filólogo
Aunque lo conocía de la preparatoria, no me hice amigo de Fernando sino hasta cuando coincidimos en la carrera de letras, en la que yo iba un año atrás por culpa de un perifrástico año que pasé inscrito en la gélida Facultad de Derecho. Pero si tardamos en encontrarnos, nos volvimos íntimos de manera instantánea: hicimos algunos viajes, el primero de ellos a Oaxaca, y fundamos con otros amigos la revista Alejandría
Hombre sabio, agudo lector, extraordinario conocedor de la poesía, Fernando es además un lingüista con frecuencia invitado a encuentros de especialistas dentro y fuera del país. Por estos días dirige la Coordinación de Estudios Lingüísticos de la UNAM. En mi nuevo libro, Palinodia del rojo, hay un largo poema dedicado a él (“Ejecutante en Iruña”, pág. 26), que recrea de manera hiperbólica un pequeño episodio que vivimos en Pamplona, donde pasamos un par de días. Estos dos retratos son de 1991 y se los hice a las puertas del edificio en el que vivió en Madrid, ciudad en la que estuvo becado unos meses.


Julio, poeta y filósofo
Es uno de mis amigos más antiguos: lo conocí en los años de la secundaria, en la que iba un año adelante que yo, y luego lo reencontré una noche en una fiesta de disfraces en la que se presentó a recoger a una de sus hermanas tranquilamente vestido de piyama. Nos empezamos a llevar un poco más tarde, en los tiempos de la Facultad, donde él era adjunto de Ramón Xirau. Los viernes encabezaba una tertulia literaria en un bello estudio propiedad de una tía suya en la calle de Bartolache, a la que acudían entre otros Armando González Torres, Guillermo Osorno, Enrique González o Dan Roussek… A Julio, como he dejado escrito en este mismo blog, le debo las primeras noticias sobre la obra de Juan Almela. Hace no mucho publicó Hacéldama (Dirección General de Publicaciones, Conaculta) su primer libro de poemas en algo así como veinte años. La tarde de todos los lunes coincido con él en la Escuela de Escritores de la Sogem, donde imparte el curso de Mitología.


Sergio, director de escena y (algo más que) erudito musical
Por desgracia, no he conseguido dar con los negativos de los que salió este retrato de Sergio, uno de mis más queridos amigos, de quien tengo tanto que decir que lo haré en una entrega futura con el espacio que el asunto merece. Vaya esta imagen, aunque quizás mal revelada y peor ampliada, como un pequeño adelanto. Es de un día que expusimos un rollo entero, en presencia de mi hermano José María, quien aparece en algunas fotos. Recuerdo en especial un retrato con mi hermano, que ahora entiendo que nos hizo Sergio y que lamentablemente no sé dónde quedó.


Dos autorretratos y un retrato
Cuando vi con cuidado la entrega de la semana pasada, me di cuenta de que la foto que sostengo frente al espejo no es la Canon RM. Quizás más bien sea la cámara de Conchita Perales con la que mi vieja amiga de infancia retrató a Juan Almela en el Zócalo una tarde de fines de los años ochenta. 
He encontrado un par de autorretratos, esos sí hechos con la cámara paterna y una de ellas abre esta entrega. De mi discutible apariencia prefiero no decir ni media palabra. Entre los negativos del mismo rollo encontré esta otra que no recordaba. No sé si me la tomó Nattie Golubov o Salvador de la Fuente, el mismo día que yo los retraté a ellos con ese sombrero que había comprado en Oaxaca para visitar las ruinas de Monte Albán.


2 comentarios:

  1. Man, ayer mismo que leí esto de las fotos encontré un texto del Petrovic que va de fotografías: Encuentra y marca con un círculo que está en Diferencias.

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  2. Algo interesante en la red: este blog. Te puedo contactar en un correo electrónico? Saludo


    gevira@hotmail.com

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