Mi padre compró la cámara asesorado por un amigo, en una tienda de la Zona Rosa, a mediados de 1962. Tenía veintiocho años, acababa de terminar la carrera de arquitectura y se preparaba para pasar una temporada en Asturias. Aquel viaje resultaría trascendental: en diciembre, dos días antes de Navidad, conocería a mi madre. Según recuerda, las primeras fotos las hizo en un par de visitas a las afueras de la ciudad de México, entre ellas al convento de Tepotzotlán, con su inseparable amigo Manuel Sánchez Santoveña. A partir de entonces se acompañó de ella siempre que pudo y tomó fotos incansablemente: de las primeras obras en las que participó como arquitecto, de sus hermanos y sus primeros sobrinos, de su casa, del perro familiar, del gato… La Canon RM era, por supuesto, réflex, y se manufacturó por vez primera aquel año. La novedad principal del modelo es que tenía incorporado un sistema de medición de luz, operado por una fotocelda, lo que permitía prescindir del exposímetro.
De regreso de España, claro, vinieron los hijos: hay infinidad de valiosas imágenes, desde luego que para nosotros, con aquellos colores saturados característicos de las reproducciones de Kodachrome y Ektachrome. La cámara se convirtió en un acompañante de primera necesidad, como muestra la foto de 1966 en que aparece recién aterrizado en Santiago de Chile en una misión de trabajo como funcionario de un organismo internacional dependiente de la Unesco. Como sucede tantas veces, con los años, su pasión fotográfica fue poco a poco enfriándose.
El viernes pasado, Fernando Fernández Bueno cumplió 76 años y pasé el final de la tarde viendo fotos con él. Nada más llegar, se me ocurrió preguntarle por la cámara y sacó un caja metálica donde conserva archivadas con todo cuidado las primeras diapositivas que tomó con ella, y que fuimos viendo contra una pared blanca como improvisada mesa de luz. La cámara, por desgracia, se ha perdido: me explica que dejó de funcionar ya no recuerda ni cuándo, que el estuche de piel terminó por romperse en dos pedazos y que acabó regalándola no sabe a quién.
A mediados de los años ochenta, la tomé prestada e hice yo mismo unos cuantos rollos, casi siempre de retratos de amigos, por lo que unos años antes de extraviarse aquella estupenda Canon RM vivió una breve y más o menos significativa resurrección, un cuarto de siglo después de haber sido adquirida. La idea de este post y el de la semana entrante es mostrar algunas imágenes captadas con ella, primero por mi padre entre 1962 y 1963, cuando él aún no cumplía los treinta años, y después por mí, a partir digamos de 1988, acercándome más o menos a esa edad. Si no publico mis fotos y las suyas en una misma entrega es por una elemental precaución: en términos de elegancia, de buen gusto y apreciación de la realidad desde un punto de vista plástico, jamás osaría compararme con él.
La foto muestra una de las primeras obras que proyectó y construyó, en el terreno de dos mil metros en donde estaba el negocio paterno, llamado Corrugados Anáhuac, en la esquina de Mariano Escobedo y Laguna de Términos. El local se hizo para ser rentado, y posteriormente fue vendido. En 1962, recién acabado el edificio, alojó a una empresa de maquinaria llamada IGSA. El precioso Renault color azul cielo que está estacionado delante es el primer coche que tuvo mi padre: se lo compró a sus dueños originales, unos vecinos de la calle de Orizaba premonitoriamente apellidados Figueroa, que lo habían traído de Francia. La foto, al igual que casi todas las de esta serie, está notablemente virada al rojo, quiero creer que por culpa del escaneo doméstico. Nótese el hermoso pretil de ladrillo aparente que subraya la perspectiva del edificio hacia al norte.
La Güera, como era conocida la gata negrísima que tenían mis abuelos en su casa de la calle de Pascal —hoy Juana de Ibarbourou, delante de la actual Plaza de Uruguay—, no reconocía más amo que mi padre, quien la retrató en diversas ocasiones. Aun con la luz en contra, esta foto me parece particularmente cálida y entrañable. La gata tenía gran amistad con el perro de la casa, un King Charles Cavalier que fue muy longevo, y que de acuerdo con la naturaleza hispánica de sus dueños se llamaba Brandy. La Güera seguía a su dueño por la casa, y no se echaba a dormir sino hasta que él volviera de la calle. Por las mañanas, se adelantaba a su partida, colocándose sobre el cofre de su coche.
La imagen, tomada en la futura Plaza de Uruguay, a dos cuadras de donde hoy se encuentra la estación del metro Polanco, muestra a Pepe Luis, el hermano de mi padre que vive en Australia, y su sobrino Daniel. Es en este mismo lugar, unos cuatro o cinco años más tarde, donde yo daré mis primeros pasos. Resulta muy llamativo ver el parque que casi medio siglo después será un verdadero laberinto de lujosos follajes, sin un solo árbol, mucho antes de que fuera llevado a presidirlo (desde el vecino cruce de Mazaryk y Arquímedes) el General José Gervasio Artigas, prócer máximo de la República Oriental del Uruguay.
María del Perpetuo Socorro Florentina, mi tía Mariflor, aparece asomada a la ventana de la recámara llamada italiana del piso de la calle Mendizábal, en el corazón de la ciudad de Oviedo, en el que desde la niñez pasó algunas largas temporadas con sus tíos Ángel y Carmela, quienes no tuvieron descendencia y la consideraron siempre como una hija. La foto es de los días exactos en los que acaba de servir de enlace entre mis futuros padres: Mariflor hizo amistad con Oti Figueroa en las Fiestas del Día de América de 1962, donde ambas representaron el papel de “reinas de honor” —mi madre de Colombia y mi tía del Perú.
Instalado en Asturias, donde pasó la mayor parte del tiempo ya como novio de Oti, mi padre llevó un día a mis abuelos a visitar la aldea de Muriellos, en el concejo asturiano de Quirós —por cierto no muy lejos de Bermiego (http://bit.ly/9NE36k)—. En aquel pueblo había sido maestro de enseñanza elemental el abuelo de mi padre, allá por el año veintitantos, poco antes de conseguir colocarse en su Cabrales natal. En el grupo que visitó aquel día Quirós iban mis abuelos Santos y Fernanda, mi tía abuela Paulina, hermana de él, y mi padre. Aquí, a la entrada misma del concejo, cuya capital es Bárzana. En un lugar como éste pero más adelante en el mismo camino, tuvieron que dejar el coche para seguir a pie.
En la Semana Santa de 1963, el grupo familiar visitó Sevilla. Entre otros lugares, estuvieron en El Arahal, a unos cuarenta kilómetros de la capital sevillana, donde mi abuelo tenía nada menos que seis primos, hermanos entre sí, cada uno más misterioso e introvertido que el otro, y quienes por cierto no dejaron un solo descendiente. La escala en tierras andaluzas fue una de las varias que hicieron mis abuelos con sus hijos mayores en el último viaje que hizo mi padre en calidad de soltero. Entre las fotos, que abundan, me gusta esta instantánea llena de espontaneidad de Sofía de Grecia, futura Reina de España, que pasó en coche saludando a la multitud, por los días de su matrimonio con Juan Carlos de Borbón, ocurrido el 14 de mayo de ese año.
El Peugeot que mis abuelos compraron en Europa en 1962, y que trajeron consigo a México un año más tarde, aparece en esta secuencia de dos fotos (hay una tercera, con el vapor alejándose en el mar…) en el momento en el que es embarcado en el puerto asturiano del Musel.
La foto debe de ser del 16 o 17 de septiembre de 1963, unos días después de la boda de mis padres, entonces hospedados en el Hotel Hernán Cortés de esa ciudad, Gijón. Aquella tarde o al día siguiente embarcaron para México mis abuelos y mi tía Mariflor. Mi padre cree recordar que el barco se llamaba Magallanes.
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La semana que entra publicaré una serie de fotos que yo tomé con la misma Canon RM a finales de los años ochenta.
Bellísimo relato..
ResponderEliminarMi querido y añejo amigo; que bárbaro!! Hay tanto en tus vivencias que recuerdo como parte importante de las mías, que es increíble! Sin duda compartimos un momento importante. Felicidades por tantos logros y tantas experiencias valiosas en tu camino. Recibe un muy fuerte abrazo , Eduardo LLamosa Neumann.
ResponderEliminarSensacional!
ResponderEliminarPrecioso, refleja la historia de muchos de nuestros padres. Mi padre este año cumple 76 y también tuvo una réflex, pero nosotros nunca supimos manejarla, ni él, ni yo. Son muy guapas las fotos. Y la de Quirós una sorpresa. Me ha encantado
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