domingo, 24 de octubre de 2010

Palinodia del rojo

La primera semana de noviembre aparecerá Palinodia del rojo, mi nuevo libro de poemas. El volumen reúne diecisiete trabajos escritos a lo largo de los últimos once años. No son, por supuesto, todos lo que escribí durante ese tiempo, pero sí la mayor parte de los que me parece que pueden publicarse. El formato de la edición, que es vertical pero de una considerable anchura (19 por 21 centímetros), fue diseñado por Lola García Zapico partiendo de la medida de los versos más largos, lo que me permite ver por vez primera mis poemas sin los cortes producidos por la estrechez de la caja tipográfica con que con frecuencia se hacen los libros de poesía en México.
En las páginas de Palinodia del rojo conviven un canario y un grupo de muchachas evasivas, un niño y una solterona, un hombre que ronca y un pug, el prócer de un país sudamericano y algunas aves, en particular de la familia de las palomas. Se mencionan, entre otras, las ciudades de Madrid, Lisboa o Iruña, hay una boda y una lluvia de estrellas y ocurren dos milagros, uno en un supermercado y el otro en una playa. Apenas cuatro de los textos que conforman el volumen fueron publicados anteriormente: el poema que da título al conjunto apareció hace unos meses en el suplemento cultural de la revista Este País (“Palinodia del rojo”, http://bit.ly/byLZq8), en el que tres años antes se había publicado uno más (“Milagro en el supermercado”, http://bit.ly/99948L); los otros dos salieron en la Revista de la Universidad (“Sala de espera”, http://bit.ly/aZqsM6), y en este blog (“Retrato de muchacha con pug”, http://bit.ly/dBkSIV). El que hoy publico como adelanto, “Paloma y no”, uno de los más largos del libro, ocupa el penúltimo lugar de la colección y de alguna forma le sirve de cierre.
Esta entrega de Siglo en la brisa está ilustrada con algunas pruebas de trabajo de la formación del libro: unas “galeras” con correcciones, la imagen de una paloma torcaza que saldrá, dependiendo de una prueba de imprenta, en el colofón o en la segunda solapa, y las dos maquetas de portada con las opciones con las que jugué al principio: en la primera de ellas, a dos tintas sobre un papel color arena, los gráficos son negros con la excepción de la palabra “rojo”, que aparece de su color. 
La segunda, la que al final elegí, es una impresión en serigrafía blanca sobre un papel reciclado de Pochteca, de un rojo que aparece enlistado en el catálogo de la empresa papelera con el precioso nombre de Spirit Red. Los tipos son Minion, para los interiores, y Futura para portada y portadilla.
Además de anunciar la salida del libro y publicar un adelanto, el motivo de este post es agradecer expresamente a Fernanda Sordo, editora de Aldus, por aceptar que Palinodia del rojo aparezca bajo su prestigioso sello, y por permitirme definir, editor yo mismo, las características del volumen sin poner ni el más mínimo reparo, en parte quizás porque el resultado guarda gran afinidad con los libros que ella publica, siempre apoyada en la inteligencia literaria y el buen hacer de Gerardo González.



Paloma y no

A la hora de la hora nunca estuvo
y más tarde no vuelve
todavía,
            que todavía en la calle y de seguro
será que hasta mañana no le digan
que hablé, que sí, que un tal Fernando, que hermano
de Maca.

Luego dice que ayer no le dijeron,
que sería su papá,
                                es muy probable, o Chío,
y mi recado, en fin, no se lo dieron,
incluso ni siquiera otro de Ignacio —crucial por ser
de chamba.

La semana anterior la misma voz dijo
que nones,
que si ya la buscaste en el Canal, en producción,
por lo mismo que allá a las cinco y pico, a veces a morir,
sólo Dios sabe.

“Mas llamará, eso sí, como ella suele. ¿Le digo
que llamaste?”.
                           Y eso duele: en el cielo
del suelo, Narciso asoma entonces —imagen sobre el charco
de uno mismo.

Entre una cosa y otra pasaron cinco siglos.
Ya me animo otra vez:
                                       “¿Está Paloma?”,
y no, no estuvo, “Está en Toluca”
—y entre tanto desvío no me aclaro
si quiere o no me quiere (ha decidido) ni ver
en una década.

“Háblele ahora, a la hora de comer”, me dice
la empleada, una señora ignara y casi nada
descortés.

Pero a eso de las tres, ya carilarga,
me asegura:
“Averígüelo Vargas”, suficiente y burlona
a la pregunta de: “¿Y Paloma?”.

Y el análisis, ah, olvidaba el análisis —manojos
de ocasión, oh ramos
truncos—, ¿no cambió de los martes a las cuatro
en punto, al miércoles a la una, y luego a cada sábado
que quise y no se pudo?

¡Que a su clase de kendo! ¡Que a su judo!

En su casa no ahorraban en rarezas
con tal de proteger
sus evasivas, la retahíla de sus “para nadas”, o aquel jamás antes
usado “ni por pienso” —con el dramático acaecer de yo traer
las bolsas de mi saco llenas de ello.

¿Y qué decir de su manía de interrumpir
siempre la plática con circunloquios
de extraña procedencia, y así evadir cuando me ofrezco a pasar,
y si la invito a salir
y si le insisto?

“Un mirlo, ten cuidado, ¡no pases el chasís
por suyo arriba!” O aquel: “Qué linda la dombeya* aquella, mira,
¡cuán propia de Virreyes!”.

Muchacha menudica, me pregunto
si vale tu osamenta
cuanto pides;
                      te invito una tacita de café, o al cine,
a la función de media tarde,
o un vasito de esquites en el parque.

El sol, altísimo en los árboles,
da un nuevo lustre
al día
          —con ser luz se conoce que es la mía—;
es un brillar del sí que dices: “A las cuatro, si quieres
me llamas a las cuatro”.

¿Que si quiero? En la copa de un chopo
se trasluce
y anida, refulge con luz propia la esperanza
mía.

Y a la hora de la hora nunca estuvo. Hurtóse la torcaza,
huyóse, se hizo
de humo. Y acaso no sin lógica:
si se llama Paloma, ¿no es lo suyo
volar?


* Por encontrarse en fase de aclimatación a nuestra poesía, conviene aclarar que este árbol notable, conocido también como Rosa mexicana, es la Dombeya x cayeuxii hort. ex André. “Se considera un híbrido entre Dombeya mastersii y Dombeya wallichii, aunque erróneamente se cita bajo el último nombre. Ambas son especies nativas de Madagascar y el este tropical de África”. Martínez González y Chacalo Hilu, Los árboles de la Ciudad de México, UAM, México, 1994, pág. 175.

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Antes de Palinodia del rojo había publicado dos colecciones de poemas: en 1990, la plaquette El ciclismo y los clásicos, que apareció en Los Cuadernos de Malinalco, la colección que dirigían Luis Mario Schneider y Sofía Urrutia, dentro de la que ocupa el número 15; y en 1999, el libro Ora la pluma, en la editorial El Tucán de Virginia. 




La página web de Aldus es http://www.editorialaldus.com/

6 comentarios:

  1. ¡Gracias...! No termino de acomodarme en el silencio, quizá desparezca, pero por lo pronto hoy me reconozco tu admiradora secreta todavía...

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  2. pues yo sé muy bien quien ese tal "Fernando, hermano de Maca" y también sé de lo que ella se perdió

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  3. Fernando Fernandez fue mi profesor en el Instituto Luis Vives. Una persona admirable, muy importante en mi formación profesional y cultural; quien fomentó mi gusto por las humanidades, tal vez sin darse cuenta...
    Felicidades Fernando!
    Claudia Bocanegra

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  4. Recién lo encontré en una librería de Tijuana... es una verdadera belleza, ¡lo amé!

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  5. ¿De veras? ¡Me alegro muchísimo! Yo pensé que no estaba distribuido, y mucho menos por allá... Muchas gracias.

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