La semana pasada publiqué la primera parte de un pequeña guía de reconocimiento de las diez principales especies de árboles presentes en la ciudad de México: el trueno, la jacaranda, el fresno, el hule y la palmera. Éstas son las cinco que completan la lista.
Nativo de México, el colorín quizás sea uno de los árboles que más han desaparecido en la ciudad durante los últimos años.
Su belleza se debe a un contraste de colores que va, dependiendo de la época del año, del amarillo de su tronco al verde nuevo de sus hojas y al colorado que anuncia su nombre científico (del griego erythrós, que significa rojo) y que lo mismo pinta las vainas, que los niños identifican con pequeñas espadas, que las semillas idénticas a frijoles con las que han jugado a la lotería desde siempre. Cada año inunda sin ningún pudor las calles de sus inacabables hojas muertas, de lo que le vienen todas las desgracias. Con el afán de ponerle límites, se han podado sus ramas y cancelado las extensiones de su tronco hasta volverlo enano, absurdo, ridículo. Aún así, mancos, rotos, hollados, llenan año con año las banquetas con sus pequeñas espadas trayendo de regreso el esplendor de la niñez perdida.
7. Ficus (Ficus benjamina)
Especie asiática, que se da de la India a las Filipinas, suele llenar las calles en las que aparece de un profuso follaje, para algunos exagerado, que impide el paso de cualquier rayo solar.
Podemos reconocerlo por su tallo, que casi nunca es demasiado robusto y suele ramificarse desde la base, y sobre todo porque sus hojas, que son más bien pequeñas y siempre dan la impresión de ser muchas, presentan simultáneamente varios tonos de verde, del más claro al más oscuro. También, por esa fea moda de trenzar sus troncos cuando jóvenes, para que se fundan en uno solo. Si no alcanzan el porte de algunos fenomenales ejemplares, como en el estado de Morelos, tienden a cobrar considerable presencia sobre todo si se conjuran más de dos individuos ostentando el lustre brillante de sus copas. Puede vivir ochenta y hasta cien años.
Los álamos, también llamados “chopos” por la corrupción de la palabra latina populus, son una familia amplia y bien representada en la ciudad de México: los hay temblones, blancos, del Canadá… En cuanto veamos que las hojas de un árbol se mueven más de lo razonable —pero no con un movimiento parejo sino aislado, como si fuera cosa de cada una— es que estaremos contemplando un álamo temblón… Nos ayudará a reconocerlo el que algunas ramas, a pesar de la altura del árbol, desfallecen hasta casi tocar el suelo.
Pero también está el llamativo álamo blanco, al que se refiere el nombre científico de esta ficha, y que ilustran las fotos, cuyo envés es de un tono subido de ese color, como si una mano anónima hubiera aprovechado nuestra distracción para encalar una a una todas sus hojas. En las calles de la ciudad suele verse algo desgarbado y difuso, sin perder por eso su atractivo.
Pero también está el llamativo álamo blanco, al que se refiere el nombre científico de esta ficha, y que ilustran las fotos, cuyo envés es de un tono subido de ese color, como si una mano anónima hubiera aprovechado nuestra distracción para encalar una a una todas sus hojas. En las calles de la ciudad suele verse algo desgarbado y difuso, sin perder por eso su atractivo.
9. Pirul (Schinus molle Linn)
Por su procedencia es llamado pirú, pirul, o incluso “árbol del Perú”. Es frecuente encontrarlo en la zona volcánica de Ciudad Universitaria y el Pedregal. Se afirma que lo trajo el Virrey de Mendoza a mediados del siglo XVI, y hay quien dice que fueron los pájaros, en especial los “chinitos” (Bombicylla cedrorum), quienes se encargaron de propagarlo por el valle de México.
Despide un olor perfumado debido a aceites esenciales y volátiles. Sus característicos frutos, que se dan en racimos colgantes y se parecen a la pimienta, justifican su nombre en inglés: Pepper tree. Todo de él se aprovecha: la resina, las hojas, la corteza, el fruto, las semillas… A la distancia parece que sus hojas, que largas y delgadas, se atomizan en un verde tenue, como de oliva. Acaso porque sus ramas son flexibles y colgantes, su contemplación inspira una levedad que contrasta con los pedregales en los que prospera y sobre los que proyecta su sombra que se antoja menos ligera que él.
10. Liquidámbar (Liquibambar styraciflua Linn)
Sólo por su nombre en español, que describe la sustancia color ámbar que produce su corteza exprimida, y que al parecer fue usado por vez primera en la Historia de las plantas medicinales (1565) del sevillano Nicolás Monardes, debería de aparecer en cualquier recuento de árboles notables.
Los aztecas lo llamaban xochiocotzocuáhuitl, algo así como “árbol que produce resina aromática”, sustancia que usaban como tributo y en medicina o perfumería. Se reconoce por sus hojas, que se parecen a las del arce, y que se sobreponen de manera encantadora unas a otras como pequeños emblemas formando una copa particularmente bella. Árbol de mucho porte, su follaje cambia de color y va recorriendo una gama sucesiva que empieza en rojo, pasa al púrpura y llega al dorado antes de que las hojas caigan a partir del mes de noviembre. Esa vida apasionada de sus hojas le da un punto a su favor en la lucha por mi preferencia contra el perenne trueno a la ventana de mi estudio en la ciudad de México.
____________________
Nota: Por desgracia, el momento del año es malo para tomar buenas fotos de colorines y álamos temblones, por lo que quedo a deber sus imágenes —que bien podrían justificar un nuevo post.
Este texto, podado aquí y allá, apareció en el número de septiembre de la revista Algarabía. Las fotos de este post y el anterior son mías y estuvieron a punto de causarme un problema. Pasé la tarde en Anzures buscando ejemplares fotogénicos para ilustrar la versión para Siglo en la brisa. Un par de horas después, cuando me encaminaba hacia mi domicilio, en Michelet casi esquina con Melchor Ocampo dos policías intentaron asaltarme: que me identificara; que no podía tomar fotos así como así; que los reclamos de los vecinos por la seguridad... Mi única defensa estaba en la cámara. Cuando se hartaron de ver fotos incomprensibles (“¡puros pinches árboles!”), me dejaron ir. Huyeron en un Stratus color vino.
Este texto, podado aquí y allá, apareció en el número de septiembre de la revista Algarabía. Las fotos de este post y el anterior son mías y estuvieron a punto de causarme un problema. Pasé la tarde en Anzures buscando ejemplares fotogénicos para ilustrar la versión para Siglo en la brisa. Un par de horas después, cuando me encaminaba hacia mi domicilio, en Michelet casi esquina con Melchor Ocampo dos policías intentaron asaltarme: que me identificara; que no podía tomar fotos así como así; que los reclamos de los vecinos por la seguridad... Mi única defensa estaba en la cámara. Cuando se hartaron de ver fotos incomprensibles (“¡puros pinches árboles!”), me dejaron ir. Huyeron en un Stratus color vino.
MUY BUENO ESTE INFORME, ME GUSTA MUCHO PASAR POR AQUÍ PORQUE SIEMPRE APRENDO ALGO O ME QUEDO PRENDIDÍSIMA CON ALGO INTERESANTE...UN ABRAZO
ResponderEliminarMuchas gracias, Bettiana. Un abrazo hasta Argentina. FF
ResponderEliminarGracias por estas notas con sus fotos. El pirul me es entrañable por el patio de mi niñez. Agregaré que puede verse en toda la Mesa Central, en las áreas, sí, más agrestes.
ResponderEliminarGracias!
La foto del Colorín la tomaste con mi hijo Emilio? El me lo platicó muy emocionado. Felicidades Fer, me encanta todo lo que escribes.
ResponderEliminar