Hace unos meses reseñé uno de los libros más conmovedores que he leído últimamente, Cenizas de mi padre (Juan Pablos Editor, 2009) del narrador, artista plástico y cineasta Claudio Isaac.
Entre otras cosas, me llamó la atención el conocimiento musical de su autor, en particular en el terreno jazzístico, y ya entonces se me ocurrió pedirle algunas recomendaciones para mi propio consumo. Finalmente hace dos semanas, pensando en los lectores de este blog, le pedí que fijara en siete discos una mínima discografía básica del género. Esta entrega es el resultado. Nótese que al final de cada texto hay un enlace que conduce a cada uno de los tracks elegidos por Claudio, uno por disco, para que pueda escucharse antes o después de la lectura. Ya que su selección llega hasta los años sesenta, al final de su nota introductoria mi amigo anuncia la lista que cubriría sus preferencias hasta el día de hoy, y que pienso recordarle más adelante. Gracias a él por aceptar mi invitación a colaborar en Siglo en la brisa.
7 sugerencias discográficas (para iniciarse en el mejor jazz)
por Claudio Isaac
Aquellos que hacen listas para seleccionar a los imprescindibles de tal o cual tema suelen tomarse demasiado en serio y olvidan que el antojo, la veleidad y el capricho llevan una parte sustanciosa en toda inclinación personal. Por lo mismo, haría falta asumir de entrada qué tan subjetivo y parcial es el criterio que uno pretende aplicar. Lo que yo buscaría, en tal caso, no es dictar una norma sino invitar a un juego de afinidades electivas.
Confieso que es bien posible que en cada vertiente musical lo que más hondamente me guste es aquello que rebasa lo prototípico del género: el Bach que me parece más trascendente e iluminado es aquel donde olvidamos que pertenece al barroco, y así en adelante: me inclino al jazz que prescinde del “walking bass” o del fraseo frenético de los metales, así como prefiero el rock que no es típicamente rock, es decir, aquel que puede renunciar a la guitarra eléctrica altisonante o el solo de batería.
En conclusión, no hay música que me parezca más elevada, ni —valga la tautología— más quintaesencialmente musical que aquella donde se disuelven geografía y época: una secuencia de acordes de William Byrd, del siglo XVI, que pudiera confundirse con música del pianista Bobo Stenson, en pleno siglo XX, o una cadencia de Toumani Diabate en el cora africano sonándonos al francés Debussy. Estas intersecciones remiten a una hermandad pitagórica del sonido armónico, ésa es la que me interesa. La lista a continuación abarca hasta los años sesenta. Las ramificaciones formidables del jazz a partir de entonces ameritan una segunda lista.
1. Quiet nights, Miles Davis (Columbia, 1962 y 1963)
No disputo la referencia generalizada que consigna el disco All blues de Miles Davis como la expresión más pulida del jazz. Sólo quisiera ofrecer una alternativa: Quiet nights, del mismo Miles, con arreglos orquestales de Gil Evans, basándose en material de diversos compositores pero de algún modo marcado por el signo musical de Antonio Carlos Jobim. Los arreglos de Gil Evans, poderosos, dramáticos y atrevidos, con la riqueza de un sonido que se permite tanto bajos continuos como disonancias ocasionales, tributos parafrásticos, texturas heterogéneas, capas de cuerda, metal, percusión y algunos escogidos solistas, todo envolviendo y haciéndole contrapunto a un Miles que, en contraste con el álgido clima sonoro que lo rodea, está más reposado y sereno que nunca. Aunque mi primera intención me llevara a elegir como más significativa la pista número 6, la dulce versión del Corcovado de Jobim, por su complejidad y robustez, el tema que señalaría como más representativo del disco es la número 2, “Once upon a summertime”, basado en un tema del inspirado Michel Legrand. Miles Davis fluctúa entre la entrega y el distanciamiento, y lo hace con maestría.
2. Ballads, John Coltrane Quartet (Impulse, 1962)
Un disco que destaca la pureza lírica y capacidad melódica de Coltrane, un músico muchas veces recordado, más por la ruidosa época donde la heroína lo consumió y venció. La última pista del disco es “Nancy (with the laughing face)”, un tema que el público relaciona con Sinatra. Aquí Coltrane despliega los otros rasgos fundamentales que lo caracterizan: equilibra su interpretación entre un vigor viril de su instrumento tenor y una fragilidad melancólica, expresada con pulcritud dolorosa.
3. The Best of Chet Baker Sings, Chet Baker (Pacific Jazz, entre 1953 y 1956)
Una selección que deja claro ese don de Baker para desnudar la música de adornos e irse directo al corazón. A pesar de que el título se refiere a la faceta del cantante, está presente de principio a fin Chet Baker el trompetista, tan dulce y triste y arrobador como el otro. Quizás la pieza que mejor expresa el sino trágico de Baker es “I fall in love too easily”, el corte número 8 del disco.
4. Bill Evans: The complete Village Vanguard Recordings, Bill Evans (Riverside, 1961)
Un álbum que despliega el momento dorado de un trío legendario de breve existencia, bajo las directrices del pianista más sutil y de mayor influencia en la historia del género. Recomiendo sin dudar la pista “Some other time”, la número 8 del primer disco, una pieza que anuncia esa línea cadenciosa que Evans desarrollaría por el resto de su carrera, en la que insospechadamente aporta al jazz su conocimiento cercano de los compositores llamados impresionistas, Ravel, Debussy, Satie. Aunada al desasosiego desdibujado de estos músicos del pasado, la vivacidad del jazz resulta un complemento fascinante.
5. Mulligan meets Monk, Gerry Mulligan y Thelonious Monk (Riverside, 1957)
Una muestra de la generosidad propia del jazz: dos estilos personalísimos, el de Gerry Mulligan al saxofón barítono, y el Thelonious Monk al piano, abocándose a la empatía. Aunque el disco contiene temas originales conocidos tanto de Mulligan como de Monk, recomiendo la pista número 3, “Sweet and lovely”, una composición ya canónica que representa por tanto un terreno neutro donde cada uno de los tremendos músicos puede lanzarse al ejercicio de renunciar al estilo propio y entrelazarse con el otro.
6. Chris Connor sings lullabys for lovers, Chris Connor (Fresh Sound Records, 1953)
Un puñado de “standards” cantados con entrega y densidad, sin rastro de afectación, por una joven Connor, acompañada con arreglos de precisión exquisita. Lo que más me admira de las interpretaciones de Chris Connor es su economía expresiva, su esencialidad. Nada más emotivo que el camino sin rodeos hacia la sensibilidad del que escucha. Por eso elijo la pista número 1, “Goodbye”, un ejemplo de la eficacia del drama contenido.
7. Billie Holiday: The complete Verve Studio master takes, Billie Holiday (Verve, entre 1952 y 1959)
Este último debiera ser el primero de la lista. En lo personal lamento que las versiones más divulgadas de Billie sean las acompañadas de un “big band”, formato que a mi modo de ver la despoja de su intimidad cardinal. En cambio, para las sesiones de la disquera Verve la prodigiosa cantante fue acompañada por grupos muy pequeños pero nutridos de grandiosos ejecutantes, como Oscar Peterson, Benny Carter o Ben Webster. La Holiday en la cúspide de su expresión. En “Everything happens to me”, la pista número 15 del disco 2, Billie revela la médula de su propia vida en conflicto, pero lo más sorprendente y conmovedor es que del sustrato de contrición sobresale un rasgo distinto: la gracia. Con todo el pesar encima, ella desea ser grácil ante los demás.
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El retrato de Claudio Isaac es de Iñaki Bonillas.
Mi texto sobre su libro Cenizas de su padre, “Retrato de hombre con cenizas en el agua”, puede leerse también en este blog en http://bit.ly/9hzrkQ
Más de Claudio Isaac en Siglo en la brisa: “Sobre el origen de Piedra de sol: una confesión”, en http://bit.ly/9nx710
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