Durante largos años he leído a Octavio Paz de manera constante
pero desordenada. Eso explica que, con frecuencia, me acuerde de algunos pasajes
de su poesía o de su prosa que me gustan pero que no puedo fijar como parte de una
totalidad —y por lo tanto, no los pueda volver a leer—. El año pasado hice el serio intento de ubicar uno de esos pasajes, uno de los que más vuelven a mi mente,
entre otras razones porque no puedo establecer si incluí yo mismo ciertas
conclusiones o si las mencionaba explícitamente el poeta.
El resultado fue todo
menos satisfactorio. Después de repasar en vano los lugares donde me parecía
que podía estar, recurrí a un par de amigos conocedores de la obra del
poeta. Uno de ellos insistió en que el pasaje estaba en donde no está; el otro,
aunque se mostró particularmente interesado en ayudarme, quizás sobre todo
porque el primero no fue capaz de consiguirlo –cosa que bien me cuidé de contarle–, me
aseguró que me escribiría al día siguiente… De eso ya pasó un año.
Y hace unos días, cuando ya no me lo esperaba, cuando hacía
algún tiempo que el asunto no volvía a mi cabeza, di con el huidizo pasaje, ayudado
por el cíclico volver de algunas relecturas (y, gracias, claro, a mi constancia, todo
lo desordenada que se quiera, en volver a Paz). Ahora que lo tengo delante, veo
que no están en él las palabras con las que mi mente hizo el episodio más
interesante, y en cierto modo, más turbador: el que un edificio aromático y
exquisito, colocado en un ambiente hediondo, en una decadente
ciudad del norte de la India, funcione como una metáfora de la trabazón que en
los seres humanos, como buenos vertebrados, presenta el tráfago sexual con el sistema urinario. También me doy cuenta de que si llegué
a esa conclusión es porque Paz lo dice sin decirlo: por el contexto en el que
lo hace y por la poderosa sugerencia de sus palabras.
El pasaje está en una de las últimas cartas que el poeta escribió
a su editor y amigo, el catalán Pere Gimferrer. Esas cartas, como todo el mundo
sabe, fueron reunidas en un libro notable, Memorias
y palabras. Cartas a Pere Gimferrer 1966-1997 (Seix Barral, abril de 1999).
Paz explica los reparos que pone a Mascarada,
un poema de su colega catalán, especialmente la mención que Gimferrer hace de
la coprofilia (que no “coprofagia”, cuidado; aquella interesante palabreja, por
cierto, no aparece en el frecuentemente estrecho diccionario académico).
No copia
Paz en su carta los versos del poema en los que aparece la mención a la
coprofilia, pero yo, que leí Mascarada
al poco de aparecer en 1996 (Gimferrer es uno de los poetas españoles vivos que
me interesan), conservo un ejemplar de la primera edición bilingüe (catalán,
lengua en la que fue escrito originalmente, y castellano; es de ediciones
Península, 1998), así que puedo reproducirlos para mis lectores. Aquí el fragmento
del poema en el que aparece la palabra "coprofilia", en la traducción de Justo Navarro:
Con qué blanca
violencia cae
hasta
abrirse tu espalda y son
dos flores
de cobre tus nalgas
que abiertas
derraman dulzura
el presente
de las dos lunas
oro
depuesto lo más tibio
fondo de
toda tu pureza
Ah el ángel
de la coprofilia
la piel de
armiño de los ángeles
el doble arcángel
de las nalgas
frufrú de
noches clandestinas
de una
colegiala en París
el gotear
del cobre líquido
nalgas que dan
melocotones
regalan
monedas de moka
aroma de ámbar
subterráneo
Ay el amor
de las dos ancas
No no
toquéis nunca esta luz
no
profanéis el cielo suave
escándalo
de claridad
nadie
profane el paraíso
cuando tu
cuerpo da bombones
Saint-Germain
y sus fuegos fatuos
bistrots de zinc ametrallado
chirridos
del billar eléctrico
el sorbo de
nieve en tu vientre
Todo lo que
fuiste de niña
y la niña
que eres ahora
pastorcilla
de los crepúsculos
La noche
con ojos vendados
el invierno con botas negras
El pasaje da para hilar largo (“el gotear del cobre líquido”, las “nalgas
que dan melocotones” y “regalan monedas de moka”…). De momento, nos
conformaremos con lo que señala Paz y que copio más abajo. La carta está firmada, a unas calles de donde
redacto este artículo, el 24 de enero de 1997, es decir un año y tres meses antes de
su muerte. Todavía antes de llegar al asunto de estos versos, Paz reprocha a
Gimferrer que en otro lugar del poema ataque a Felipe González, al que el
catalán llama “ser criado de uno”, y cuyo gobierno resulta en sus palabras, en
expresión afortunada, “quincallería sevillí”. Entonces llegamos a mi pasaje –que, cosa curiosa, está entre
paréntesis–. Es tan elocuente Octavio Paz que no tengo que explicar las razones
de la fascinación que produjo en mí cuando leí su magnífico epistolario a
Gimferrer. Esa fascinación permanece intacta en quien relee las
palabras que siguen, quince años después. Y más importante: al menos para este lector, aquella interpretación
metafórica de hace tres lustros sigue latiendo poderosamente en ellas.
Carta de
Octavio Paz a Pere Gimferrer (escrita en la ciudad de México, el 24 de enero de 1997).
Fragmento
[…] Hay también la cuestión espinosa del “ángel de la coprofilia”. Amo los
excesos pero las metáforas audaces que envuelven a esa práctica con una luz
sulfurosa y, hay que decirlo, inocente, no me reconcilian. He leído cientos de
novelas libertinas y te confieso que ciertas páginas de esos libros provocan en
mí una invencible repulsión. Pero no condeno esos pasajes por lo demás con
aciertos admirables, sino que los aparto de mí. Mis reacción es física, no
moral ni estética.
(Sobre el lugar del excremento y de los hedores en la imaginación
y la sensibilidad humana he reflexionado varias veces, sobre todo durante una
visita, hace unos diez años, a una ciudad casi abandonada de Rajastán, en donde
nos alojamos en el antiguo palacio de los señores, hoy vuelto hotel. La
inmundicia de las calles y de muchas antiguas residencias, hoy ocupadas por
familias miserables, contrastaba de manera violenta y obscena con la belleza de
algunos edificios y sus pinturas. La habitación en que nos alojamos Marie José
y yo, los muros y el techo cubiertos de espejos diminutos –fantástica
multiplicación de los cuerpos– y las vitrinas repletas de pequeños frascos de
perfumes, hoy evaporados, nos pareció como habitar en la casa misma de los aromas.
Y todo rodeado, afuera, del hedor: la muerte. Escribí unas notas sobre esta
experiencia y, si la enfermedad al fin me deja, me propongo darles forma y
publicarlas. Creo que te interesarán.) Perdona este interrupción y perdona
también mi franqueza. Tenía el deber de decírtelo. Y apenas lo digo, agrego:
esto no empaña tu poema. Si me es difícil seguirte en esos atrevimientos, no lo
es decirte que mis escrúpulos no son morales y estéticos: son una sensación y nada
más. En fin, Mascarada es una obra
singular, a un tiempo negra y luminosa; una obra única en la poesía moderna de
este tercio final del siglo. Un texto como la aparición en una solitaria calle
nocturna de una figura con el rostro absolutamente blanco en un traje flotando
y absolutamente negro.
_______________
El retrato
de Paz que abre este post es de Juan
Rodrigo Llaguno; el de Gimferrer, de Carles Mercader, y lo tomo prestado de http://bit.ly/1NQgAgP; la foto en que aparecen juntos Paz y Gimferrer procede del diario ABC, y
está en http://bit.ly/1RRJGeu; la imagen
del mapa de Rajastán pertenece a la Wikipedia; por último, la foto de grupo que acompaña esta nota es del
año 1982, y fue hecha en Madrid; aparecen en ella, en el orden de siempre, Jaime Salinas, Gimferrer, Paz, Jaime Gil de Biedma y Luis Rosales; la tomo prestada de
la página de Planeta Libros en Flickr, http://bit.ly/1Nkgk6L
Más sobre Octavio Paz en este blog:
La voz del
poeta en su contestadora automática, http://bit.ly/1fCpu0p
Unos de sus retratos más afortunados, http://bit.ly/1DCO5Jl
Su gato, que rasguñó a Lévi-Strauss, http://bit.ly/TAg6AJ
Su gato, que rasguñó a Lévi-Strauss, http://bit.ly/TAg6AJ
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