domingo, 27 de enero de 2013

FRG sobre El ciclismo y los clásicos


La semana pasada se presentó la nueva edición de mi plaquette de 1990. Como he contado aquí, las más de dos décadas que han pasado y los apenas 350 ejemplares de los que constó el tiro me hicieron pensar que valía la pena dar un segunda oportunidad a mis primeros poemas. Como en su momento muy poca gente los vio, me pareció buena idea invitar a hablar de ellos a dos de las personas que sí lo hicieron, dos de mis mejores amigos, quienes mejor que nadie podrían comentarlos y de paso evocar las circunstancias en las que fueron escritos. 
Uno es el conocido director de escena Sergio Vela; el otro, el lingüista y maestro universitario Fernando Rodríguez Guerra, a quien voy a referirme. Aunque coincidimos en la preparatoria, y en el último año incluso estuvimos en el mismo salón, no fue sino hasta la Universidad que nos hicimos amigos, gracias indirectamente a unos versos de Borges. Como casi nunca había conversado con él, cuando me abordó un mediodía a la salida de la Facultad para preguntarme si tenía bien copiada una cuarteta del poeta argentino, del que para entonces yo era un seguidor entusiasta, ésa que dice

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago,
que con fuego y con sal borró el latino [,]

no me di cuenta, por la simple razón de que no estaba al tanto del gran lector que era Fernando —y menos de su notable memoria—, de que aquélla no era sino una manera extraordinariamente fina y sensible de iniciar una relación de amistad (amistad, por cierto, que por estos días cumple nada menos que treinta años). 
Además de todo lo que hemos compartido (amigos, inacabables sobremesas, viajes, publicaciones), no exagero si digo que a Fernando le debo infinidad de lecturas cruciales. Le debo, por ejemplo, la poesía de Lope de Vega y en cierto sentido toda la del Siglo de Oro español. Recuerdo que al poco de empezar a tratarlo conseguí la antología de poetas de la edad dorada hecha por Blecua para Castalia en dos tomos (el primero dedicado al Renacimiento y el segundo al Barroco), a la que mi flamante amigo volvía una y otra vez. Y le debo otras cosas que sería prolijo y quizás inadecuado contar aquí.
La noche del pasado 17 de enero, Fernando leyó una concisa nota sobre mis viejos trabajos que me recordó otra todavía más concisa que también sobre ellos leyó hace más de dos décadas, en una mesa redonda en el Claustro de Sor Juana, por los días en que El ciclismo y los clásicos estaba por publicarse o acababa de aparecer. 
Por azar, buscando otra cosa (unas fotocopias de la epístola de Aldana a Arias Montano con notas, uno de mis poemas preferidos de toda la poesía en español, que es bien posible que también le deba a Fernando), esta misma semana me di de bruces con ella.
Con ambas notas delante, no se me ha ocurrido nada mejor que publicarlas juntas. En los dos textos separados en el tiempo por más de veinte años que copio a continuación Fernando menciona sólo cuatro de los muchos gustos del refinado lector y cinéfilo que ha sido siempre: Tarkovski, la Generación del 27, Cavafis (al lado de estas líneas), Gimferrer. Y sobre todo habla con la empatía y el cariño profundo que nos ha unido toda la vida.

Partir no es poca cosa [ca. 1990]
En una de sus últimas entrevistas, Andrei Tarkovski se defendía de quienes criticaban la belleza formal de sus películas diciendo que “si en algún lugar el medio es el mensaje, ese sitio es el arte”. 
Escribo por delante estas ideas porque creo que de alguna manera resumen el quehacer poético de FF. Para Tarkovski, como para Fernando, la capacidad comunicativa de los medios —el cine, la poesía— está en relación directa con la perfección formal que alcancen ellos. No es pues casual la preferencia de Fernando por un grupo de poetas cuyo trabajo del lenguaje —desde y para el hombre— renovó la lírica española durante el siglo XX: la Generación del 27. Como ellos, su optimismo esencial, su confianza en el trabajo poético y el vivir profundo que él engendra, provienen de la íntima certeza de la inseparabilidad del hombre y la poesía. Por encima de los lugares comunes, el sentimentalismo y la chabacanería en que navega gran parte de nuestra mal llamada poesía joven, los poemas de Fernando intentan remontar el amorosamente arduo camino de la verdadera poesía, la poesía sin adjetivos, y en esta empresa —como dijo Cavafis sabiamente— partir no es poca cosa.
Texto leído en el Claustro de Sor Juana alrededor de 1990.

La lección de todos los poetas [2013]
Conozco la práctica totalidad de los poemas que integran El ciclismo y los clásicos desde que se escribieron, hace más de 20 años; conozco también, con más o menos detalle, las circunstancias y situaciones que dieron lugar a cada uno de ellos, y creo también haberlos discutido con su autor, en una época en la que práctica poética ocupaba un lugar central en la vida no sólo de Fernando, sino también de algunos otros. 
De modo que soy, en algún sentido, una especie tío de estos poemas. Por ello me pareció natural aceptar la invitación de su autor para acompañarlo en esta mesa.
Pero al releerlos, como ocurre a veces con las personas a las que hemos dejado de ver durante largo tiempo, me parecieron distintos, diferentes; más luminosos y precisos. Por encima de la anécdota o del motivo, que en aquél entonces ocupaba mucho espacio en mi apreciación de los poemas, lo que ahora más me sorprendió en ellos es la precisión de su artificio poético.  
Se trata en su mayor parte de breves piezas de orfebrería verbal que muestran la bien aprendida “lección de todos los poetas”, para usar un verso de Novo, y la alusión a los clásicos del título no es gratuita: de los poetas del Siglo de Oro  y su empleo de la eufonía y la exploración sonora, hasta los autores de la Generación del 27 y el verso libre tan querido por la ellos, los poemas de El ciclismo conforman un rico muestrario de recursos poéticos.
Armado con este arsenal, como si fuera una cámara, Fernando recorre gozoso, pluma en ristre, atrapando instantes y ensayando canciones, elaborando auténticas miniaturas y postales, a través de una mirada irónica y distante, en las que el verdadero protagonista es el verso, el lenguaje y sus posibilidades expresivas. 
Hacia el final de El ciclismo, Fernando parece abandonar la cámara instantánea y embarcarse en un registro más amplio, más narrativo, que anuncia lo que vendrá después en Palinodia del Rojo: la insólita combinación de un lenguaje poético acendrado y una ambición narrativa que lo vuelve perfectamente distinguible en nuestro confuso panorama poético.
Pero regreso a El ciclismo: a pesar de haber compartido muchos de los viajes físicos o emocionales que son el trasfondo de este poemario, y que son también sólo parte del poso vivencial de una ya muy vieja amistad, me emociona enormemente constatar que esos hechos poéticos, siguen ahí, de pie, más vivos y luminosos, confirmando las certezas poéticas de Fernando. Y es que como dice Gimferrer en una entrevista recientísima: “lo que importa es la eficacia poética, no sus alusiones”.
Texto leído el 17 de enero de 2013 en La Casa del Poeta.

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La presentación de la segunda edición de El ciclismo y los clásicos, que apareció en la colección Fervores de la editorial Parentalia, se llevó a cabo en La Casa del Poeta el jueves de la semana pasada. En ella participaron, al revés del orden en que aparecen en la foto que abre este post, mis amigos Sergio Vela y Fernando Rodriguez Guerra, y el editor Miguel Ángel de la Calleja. La foto es de la editorial, a la que doy las gracias por permitirme reproducirla.

La foto de Borges es de Rogelio Cuéllar y la de Salvador Novo, de Tomás Montero Torres. La que tiene las imágenes de Père Gimferrer la tomo prestada de la página del diario español El Mundo (http://mun.do/L4n7TV), que la publica sin indicar autoría.

Maestro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México desde hace varios lustros, Fernando Rodríguez Guerra se desempeña actualmente como coordinador del Centro de Lingüística Hispánica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Desde hace por lo menos una década y media tiene un libro de poemas inédito llamado Actos de habla.

Más sobre Fernando Rodríguez Guerra en este blog:
Alejandría (1986-1989), http://bit.ly/Vo3Aom
Contra la fotografía de paisaje, http://bit.ly/Y5nRw6
Nagara, el gato de Octavio Paz, http://bit.ly/TAg6AJ

Más sobre El ciclismo y los clásicos en este blog:
Notas de Gonzalo Celorio y Eduardo Milán, http://bit.ly/WVnlUp
Cinco poemas comentados, http://bit.ly/NwnEzY
Algo sobre su primer editor, Luis Mario Schneider, http://bit.ly/QsWTvt

4 comentarios:

  1. Felicidades.
    Espero conseguir pronto tu libro en mi ciudad.
    Saludos.

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  2. ¿Cómo lo consigo? Me interesa leerlo. Saludos desde mi morada de Barranco. Te sigo leyendo.

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  3. Me interesa mucho tu libro, cómo podría adquirirlo. Te escribo desde el Perú.

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  4. Gracias por el interés, estimado Orlando. Te mando, si te parece bien, el pdf. ¿Me das tu dirección? Escríbeme a oralapluma@gmail.com
    Abrazos.

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