domingo, 1 de enero de 2012

Trasfondo de época

Hace dos semanas, la publicación de esta foto —en la que puede verse a mi gata Isolda sentada de perfil en la silla de mi escritorio ochentero—, me lanzó por los rumbos documentales de los que se ocupa este post. Al ver con cuidado la imagen, que me sirvió para ilustrar un comentario sobre mis textos felinos, reconocí sin problema casi todos los papeles y las fotografías que se ven borrosamente en ella. Me eché un clavado a mi archivo para desenterrarlos, operación que no me llevó más de veinte minutos. 
Si no lo hice en menos tiempo fue porque tuve que situar la fecha del ejemplar de Vuelta que se ve debajo de mi silla, sobre una pila de otros papeles o directamente en la alfombra, y aun la pequeña demora me recompensó con la fecha, bastante aproximada, en la que debe de haberse tomado la foto. Lo primero fue reconocer la silueta de una Madona de Edvard Munch que aparece en la portada de aquel número. Si en el buscador de la hemeroteca digital de Vuelta no supe cómo ubicarla, una consulta en la red bastó para dar con el texto que Octavio Paz escribió sobre el pintor noruego y que el periódico argentino La Nación reprodujo en julio de 1988 (http://bit.ly/vYykuN). 
Con ese dato, salté al primer tomo de ese año que tuve a la vista, de la colección encuadernada de Vuelta que me regaló mi amigo Sergio Vela. La Madona apareció en la portada del número de abril. (Dos entregas más tarde, en junio, Krauze publicó su polémico texto sobre Carlos Fuentes). Para mí, aquel año de la revista de Paz fue decisivo: en el número de marzo, es decir el anterior al que aparece retratado en mi estudio, la revista publicó unos poemas de la serie “Fosfenos”, de Gerardo Deniz; en uno de ellos leí los primeros versos de Juan Almela que me gustaron de verdad. Lo cuento siempre con gusto: el poema se llama “Trabajeros” y habla de una casa de disfraces, El Suplente, que estaba en la calle de Rosas Moreno, en la colonia San Rafael. Deniz escribe estos versos que me fascinaron de inmediato por su exquisita sonoridad:
Allí alquilaban ropas insólitas, fraques y futraques,
atuendos de odalisca suripanta, de margrave.

Además del texto de Paz sobre la pintura de Munch, la portada del número que me interesa, el 137, de abril de 1988, anuncia el discurso de recepción del Premio Nobel de Brodsky, en traducción de Tomás Segovia. También, un par de reseñas de La economía presidencial de Zaid, unos poemas de Pere Gimferrer (traducidos por Paz y Xirau), otros de Kenneth Rexroth (en versión de Alfonso D’Aquino) y uno más de Fabio Morábito. Si ésas son las estaciones importantes de aquel número, las mías, las que se adivinan más allá de la silueta de Isolda, son las que dan color a mis días de aquel año: un par de "tumbas" europeas; el soneto de uno de mis amigos más antiguos; el retrato de un entrañable viajero en Atenas; un puñado de muchachas al sol; una hermosa playa vacía… 
Publico, en el orden de derecha e izquierda y de arriba abajo, los documentos originales que pueden reconocerse en la foto y los comento brevemente. Sólo en dos casos no pude dar con los objetos reales: una pequeña tarjeta promocional de 1988, que de todas formas comento, y la hoja de cuaderno pegada con cinta adhesiva a la que le falta la esquina inferior izquierda… Ésta, por lo que imagino, no debe de ser sino una lista de pendientes —imperiosos, si se juzga por el salto que dieron de mi agenda al librero, pero imposibles ahora de recuperar.


El cenotafio de Dante y la tumba de Borges
El primer documento, arriba a la izquierda, es la foto del primer aspecto de la tumba de Borges, a la que me referí en http://bit.ly/tlMhkl. (Las publico aquí con el orden cambiado).
Un poco más a la derecha pueden distinguirse un par de fotos, puestas una junto a la otra, que dan la imagen completa del cenotafio de Dante en Florencia (y no su tumba, que está en Rávena), con todo y su letrero: “Onorate l’altissimo poeta”. Fueron, todas, regalo de mi amigo Sergio, que las tomó en diciembre de 1986 con su famosa Kodak Retinette.

Un soneto de José Antonio Jacobo
El poema se llama “Amor con imágenes marinas” y salió en el número 6 de Alejandría (primeros meses de 1988). Como un recurso de diseño, en los tiempos en los que no teníamos casi ninguno, de tarde en tarde mandábamos ampliar algunos textos para jugar con sus tamaños. 
Siempre me ha acompañado un verso de ese soneto, escrito por quien fuera mi compañero en primero de primaria y por lo tanto es mi amigo más viejo: “agua con agua el mar la playa escombra”. En el número hay poemas, entre otros, de Charles Olson, José Luis Rivas, José Emilio Pacheco, Julio Hubard y Robert Frost. Las ilustraciones son de Xavier Villaurrutia.


Felipe Jiménez, perposa de su juvetud.e mi qur dieciocho años ebrverso de un  mi compañero en primero de primaria y por lo tanto es mi aigo mF en Atenas
“1987, sin ningún género de duda, querido Fernando”, me escribe Felipe cuando le pregunto de qué año es esta foto en la que aparece sentado delante del Partenón. 
Naturalmente, no conozco todas las fotos del álbum de mi amigo, que pasó una década y media en Europa a partir de la salida de la Preparatoria, pero ésta, en la que puede vérsele feliz, metido en una camisa cómoda de algodón, sin calcetines, bien podría ser una sólida candidata a la más entrañable de aquella etapa de su vida.

Un calendario de la “librería” Dante Alighieri
El segundo objeto en el segundo estante visible es el anverso de un pequeño calendario de 1988 que, a finales del año anterior, regaló a sus clientes mi amigo Antonio, un fósil de la Facultad que había ingresado sólo Dios sabe cuándo a la carrera de Letras Clásicas, y ahora, muchos años más tarde, había coincidido conmigo en el primer semestre de Hispánicas. 
Él fue quien me enseñó una infalible técnica para robar libros, que luego apliqué por gran éxito en innumerables ocasiones. Tenía un puesto de libros a la entrada de la Facultad, casi debajo del busto de Dante, que no era otra cosa que una sábana extendida en el piso sobre la que colocaba los volúmenes robados —por cierto con bastante idea bibliográfica—. Aquel año mandó a hacer unos pequeños calendarios que mostraban al frente a una chamacota arrodillada en la playa, mostrando un rostro angelical y una fantástica espetera. Al reverso, debajo de la leyenda “Librería Dante Alighieri”, nada menos, se leía el nombre de mi amigo seguido de la palabra “propietario”.

La imagen de los dos Sergios
Gracias a que la lista de pendientes está rota en su punta inferior izquierda, se puede ver un fragmento de una foto en la que salgo con Sergio, que nos tomó nuestro amigo el arquitecto Jorge Huft en enero de 1987. 
En la imagen que está colocada a continuación, mi amigo, gran conocedor de las culturas semíticas, aparece disfrazado de árabe. Por cierto, en el librero, a la derecha de esa foto pueden reconocerse los dos tomos de la monografía de Curtius sobre la literatura en la Edad Media latina, publicados por el Fondo de Cultura Económica.

La foto oficial de la Beca Salvador Novo
La cabeza de Isolda oculta parcialmente la foto de grupo de los jóvenes escritores que gozaron de la beca Salvador Novo en el período 1986-1987. Si en la entrada de Siglo en la brisa de hace dos semanas pusimos en tela de juicio mi aspecto ochentero, esta variante de la misma década perdida da pábulo al tema. 
La foto quizás fue tomada en el restaurante que estaba a un lado del pequeño teatro que fundó Novo en Coyoacán, en donde el Centro Mexicano de Escritores, responsable de gestionar la beca, celebró el almuerzo (como se dice en estos casos) en honor a los ganadores (como también se dice). No volví a saber nada de ninguno de los compañeros becarios, salvo del dramaturgo Flavio González Mello, que en la foto aparece colocado a mis espaldas y a quien todos los meses encuentro en las páginas de la revista Este País. Al reverso, la ampliación tiene un sello que dice: “Foto Comercial. Carlos Lazo de la Vega. México DF”.

Atardecer en Zipolite
La foto es pésima pero el lugar y quizás sobre todo el recuerdo de los días que pasé en él, durante el verano de 1987, en la compañía de Fernando, Ángeles y Eugenio, justifican que quedara bien visible en mi librero durante los meses que vinieron. Del renombre que tuvo la playa oaxaqueña en los años setenta, cuando se dice que fue un paraíso nudista, una década más tarde no quedaban sino los grandiosos atardeceres. 
Es posible que fuera un mal momento: no dejaba de estar conformada por palapas y hamacas, pero una espantosa serie de construcciones de tabique y cemento empezaban a invadirla sin orden ni concierto. Jamás volví. Como sea, nadie sabrá lo feliz que fui todo el día fumando a la sombra, con los ojos perdidos en la lejanía del mar.

Una muchacha y sus compañeras de escuela
Esta foto, ya en sí misma bastante borrosa, es quizás el documento más tardío de la colección y el único que me hace pensar que, todavía sin haber abandonado 1988, quizás estemos cerca del fin de ese año. En ella aparece un grupo de muchachas al sol, entre ellas Ángeles Eraña, que ocupa el segundo lugar contando desde la izquierda.

Un cuaderno Scribe
Tengo delante cuatro o cinco cuadernos que podrían perfectamente ser el que se ve debajo de la silla de mi estudio. Aunque ahora me cueste creerlo, en una época de mi juventud escribí versos y más versos. Menos mal que al mismo tiempo leí mucha literatura. 
De la primera página de uno de esos cuadernos, fechado en agosto de 1988, copio estas líneas de Alberti que sin duda provienen de Sobre los ángeles, un libro del que fui gran admirador:
Hubo luz que trajo
por hueso una almendra amarga.
Voz que por sonido
el fleco de la lluvia,
cortado por un hacha.

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Más historias de objetos en este blog:
“Postales”, http://bit.ly/oQ5hVa  
“Refrigerador”, http://bit.ly/irv0oK
“Cosas que se van”, http://bit.ly/hh6mG9
“Viaje alrededor de mi escritorio”, http://bit.ly/dWllU5

4 comentarios:

  1. Estimado Fernando, me ha gustado mucho este "Trasfondo de época". El número de la revista Vuelta que mencionas me trae muy gratos recuerdos. Qué lejanos me parecían en ese entonces los 40 años de edad a los que Rexroth se refiere en uno de los poemas (mis cuarenta veranos)! De Fabio Morábito se publicaron en ese número no uno sino varios poemas breves que nunca recogió en un libro, con excepción del que comienza diciendo "Dime tú si no es cierto". Alguna vez me dijo que esos poemas los sentía un tanto anómalos y casi sin ninguna relación con los libros que ha venido publicando.
    Un saludo,
    Manuel R.

    P.D. Me intriga tu comentario sobre los versos de Deniz...

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  2. Muchas gracias por tu comentario, Manuel. Interesante lo que señalas de los poemas de Fabio, les echaré un ojo. ¿Por qué te intriga el comentario a los versos de Deniz?

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  3. Lo que pasó, estimado Fernando, fue que al leer tu comentario recordé los libros de Gerardo Deniz publicados hasta ese año (1988) -Adrede, Gatuperio, Enroque, Picos Pardos, Mansalva y Grosso Modo (del que forma parte Fosfenos)- y pensé que en todos ellos podría haber algunos versos que te gustaran tanto como aquellos dos que señalas. Claro que tu comentario no excluye el hecho de que al volver a los primeros libros de Deniz redescubrieras algunos poemas y los apreciaras con la misma intensidad que los de Fosfenos. Pero no quiero que la ambigüedad de esa línea final en mi comentario anterior se vea como una puesta en duda de las cualidades sonoras de esos mismos versos. Por el contrario: durante los próximos días voy a releer algunos poemas de Deniz con especial atención; algo de Picos Pardos y de Grosso Modo, que son los que tengo más olvidados.

    Un saludo,

    Manuel

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  4. Muchas gracias nuevamente por tu comentario, querido Manuel. Eso que te salta y en lo que tienes toda la razón, se explica porque Grosso modo, que se publicó por los días en los que supe de la obra de Almela, fue el primer libro de los suyos que conocí... quizás por eso en él y no en otro se produjo mi primer encuentro verdadero con el poeta. Si tardé algún tiempo en dar con un ejemplar de Adrede (durante varios años sólo lo tuve en fotocopias), Gatuperio siempre me pareció, y me sigue pareciendo, el más difícil de sus libros: el más apretado y "hermético". No me cabe duda de que es el más radical. También sigo pensando que su libro más amable, quiero decir el que se lee con mayor facilidad cuando apenas se está conociendo su trabajo, es Enroque, cronológicamente el tercero en su bibliografía. Un abrazo fuerte, FF

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