domingo, 7 de agosto de 2011

Una Capilla Alfonsina onírica

Pasé parte de esta semana reuniendo y poniendo en orden los textos que Deniz publicó en Viceversa bajo el nombre genérico de “Red de agujeritos”. Si todo sale como parece, conformarán el primer libro de una colección coeditada por un sello especializado en literatura mexicana y una institución universitaria. 
Antes de entrar en procesos selectivos, busqué, fotocopié y organicé por fechas los textos de Deniz que he tenido la fortuna de publicar, primero en la revista estudiantil Alejandría (1986-1988) y luego en Milenio (1990-1992) y Viceversa (1992-2001). Por razones obvias, dejo fuera el libro Visitas guiadas (Gatuperio Editores, 2000). De acuerdo con el propio Deniz, al final me ha parecido que lo mejor es ceñirme a los artículos que aparecieron en forma de columna mensual en la última y más duradera de esas revistas, una serie de poco más de cuarenta artículos que se publicará con el título de Red de agujeritos (Gerardo Deniz en Viceversa). Las gratísimas horas que pasé releyendo los textos publicados con anterioridad a enero de 1994, fecha en que apareció la columna por primera vez, me han dado la idea de reproducir alguno de ellos, siempre con la anuencia de su autor, para compartirlo con los lectores de Siglo en la brisa.
Opto por un trabajo llamado “Dos, tres lugares” que salió en el número 6 de Milenio, dedicado a la Colonia Condesa, durante el año en que estuve fuera de México y la revista estuvo a cargo de su subdirector, Eduardo Vázquez Martín. Se trata de una bella evocación de la casa-biblioteca en la colonia Condesa (o quizás no precisamente) en la que Alfonso Reyes pasó la última parte de su vida, vista primero desde fuera y luego soñada interminablemente.

Dos, tres lugares
Por Gerardo Deniz
Según mi Guía Roji, la Av. Tamaulipas pasa por tres colonias: Condesa, Hipódromo de la Condesa e Hipódromo. En cambio la Av. Alfonso Reyes (Juanacatlán por siempre, para nosotros los de la tercera edad) pasa por las dos Hipódromo pero no por la Condesa a secas. 
Con sólo pensarlo un momento, se advierte que algo anda mal. No me interesa identificar qué. Me conformo con señalar cómo los dos, tres lugares de que voy a ocuparme, si no pertenecen a la colonia Condesa, merecerían pertenecer, y basta.
Ante todo, el cine Lido —hoy rebautizado Bella Época. Poco tengo yo que hablar de cines en cuanto cines. En éste sólo recuerdo yo hacer entrado una vez, quizás dos, hace mucho. En cambio el pico de cemento enhiesto del Lido era un valioso punto de referencia en algunas correrías de infancia (nunca viví por allí). Por supuesto, aún faltaban largos años para los brutales despejos y ensanchamientos de Baja California y Benjamín Franklin, para no hablar del tajo sesgado para empalmar la odiosa Av. Patriotismo con el horror en que paró la calzada de Tacubaya, a empezar por el nombre.
La Capilla Alfonsina, otrora en una esquina tranquila (casi enfrente hubo una librería alemana), se balancea hoy al borde del estruendo y del humo. Poco importa. Al fin y al cabo, sólo queda un caparazón, según las fotos interiores. Bastante repulsivo, vacío ya de aquel relleno inimitable de simpatía y fatuidad, bellos libros y muchísima morralla, del cual Reyes poseía la receta secreta.
Una mañana de vacaciones decembrinas salí a la calle (¡en pos de libros harto helénicos!) y los encabezados me comunicaron, en el puesto de periódicos, el fallecimiento del Humanista. 
Por la noche me soñé visitando una Capilla Alfonsina muy diferente de las fotografías; era un museo donde se exhibían, por ejemplo, varias vihuelas y, en la vitrina siguiente, una monografía, tabloide, sobre el ácido fluorhídrico. Lo curioso es que a lo largo de años seguí soñando frecuentes capillas alfonsinas, todas distintas, a menudo descabelladas, extraordinaria alguna (con las estanterías en la fachada, por ejemplo, y dando al Río Mixcoac). Reyes nunca apareció, si bien en un par de sueños se palpaba la inminencia de su llegada. En 1968 por fin penetré en la auténtica Capilla. 
Fuimos recibidos con una cortesía que no olvido, pese a tantos detalles sonreíbles. Volví luego dos noches, a sosos asuntos editoriales, muy breves. La inmensa pecera, aún atestada, casi a oscuras. Lástima, no poder estarse allí un enorme rato a solas. (Todavía soñé algunas fantasías). Para entonces ya había yo pasado por enfrente en cien mediodías dominicales, llevando de la mano a mi hija la ambulante, quien repetía ritualmente:
—Ahí vivía un señor gordo que tenía muchos libros.
Cuando Reyes estrenó su capilla, la calle se llamaba Av. Industria, lo cual suena a colonia Escandón, que ahora es más al sur. Poseo unas limpias fotos de la modestísima mesa donde trabajaba Don Alfonso. 
Todavía hoy me gusta detenerme enfrente de los vidrios gruesos que dan a la callecita lateral de Irapuato, y meditar, tongue in cheek, en lo que fue escrito detrás de ellos. He dicho cosas crueles acerca de Reyes, y espero seguir haciéndolo. No me entenderá del todo, sin embargo, quien prescinda de la ternura burlona con que miro la esquina: burlona he dicho; ternura también.
No tardaría Reyes en adquirir su acuario cuando escribió, en 1938, “Ciudad remota”, sarta de lugares comunes donde puede, debe tenderse —así es a veces su poesía— un puente entre las vislumbres exactas de la primera y la última cuartetas, por encima de otras quince:

… ¿de dónde tanto misterio,
México, ciudad remota?

… y de tu noche en el seno
laten las locomotoras.

Ya al segundo día de mi arribo a México, Reyes burbujeaba desde la pecera de la colonia Condesa:

—¡Ay, que la primavera
no se me acaba
aun siendo abuelo!

Tiene usted razón, Don Alfonso; tal ocurre mismamente. Pero no nos pongamos así. Pocos pasos nos conducirán a la Av. Tamaulipas, aunque al cruzarla tal vez abandonemos las dos colonias Condesa. Seré de nuevo breve, por lo tanto, como cuando el cine Lido.
La Azteca —sinónimo, por muchísimo tiempo, de churros nocturnos para llevarse a casa o ser consumidos in situ con chocolate. Luego había también antojitos mexicano, y buenos. ¿Luego? ¿o si estuvieron desde siempre, pero empecé buscando sólo churros? Es estos últimos meses se mudó de establecimiento a una “casa sola” cincuentona, adaptada al lado. También me agrada pero ya no es nuestra Azteca de ladrillo enrojecido, donde la última vez oí discurrir con sabiduría a Guillermo Sheridan y José de la Colina. ¿En torno a qué? Al Bien y al Mar, creo; la zona es inmejorable para ello. Quesadillas, tacos, szópes, churros engaños coloridos de este espejismo… Lo que ustedes gusten, pero tampoco pretenderán que suprima del todo cierta antigua aventura galante sin día siguiente (dejaría de ser aventura), comenzada restregando la pierna (faire genou) en un autobús, consolidada en La Azteca —y olvidemos el resto; 1973.
(Tomado de Milenio, número 6. Noviembre-diciembre de 1991.)
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Más sobre Deniz en este blog:
Una tarde con Gerardo Deniz, http://bit.ly/bmZS4N  
Cuadernos y dibujos del niño Deniz,http://bit.ly/9dkSDa
Gerardo Deniz, lector (1), http://bit.ly/hs2IA1
Gerardo Deniz, lector (2), http://bit.ly/ii4qxC
Una “Palinodia del rojo” anónima, http://bit.ly/f7YVZ1
Programa especial sobre Deniz, http://bit.ly/mGzx7w

Gerardo Deniz es autor de la antología poética de Alfonso Reyes llamada Una ventana inmensa, publicada por Vuelta en 1993 con prólogo de Octavio Paz. 

La foto del exterior de la Capilla Alfonsina que abre este post es de Tania Gomezdaza y la tomo prestada de Justa, la revista en línea de la editorial JUS, http://bit.ly/r6HMSy   
Los retratos de Reyes en el interior de la capilla son de Ricardo Salazar y los he tomado de la red. La foto de su escritorio, del mismo fotógrafo, pertenece al archivo personal de Juan Almela.
La foto en la que aparece Deniz fue tomada en Santa María de Eunate, Navarra, durante su viaje a España en el otoño de 1992. 

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