Hace unos meses, Pilar Montes de Oca, la directora de Algarabía, me preguntó quién podía hacer para su revista una pequeña guía de identificación de las especies de árboles más comunes en la ciudad de México. Le contesté que, si me daba tiempo, podía hacérsela yo mismo, y ella aceptó.
Unas semanas más tarde le entregué este texto, que salió en el número del mes pasado. La versión en dos partes que posteo en Siglo en la brisa es un poco más extensa que la que apareció publicada ya que tuvimos que hacer algunos cortes a mi entrega original para que se ajustara a las necesidades de Algarabía.
Los históricos ahuehuetes del bosque de Chapultepec, los fresnos centenarios de Coyoacán, los eucaliptos de Río Churubusco, las palmeras de la Diagonal San Antonio, las jacarandas de Polanco o Las Lomas, los pirules de la zona volcánica del Pedregal, los gingkos del parque de la Bombilla, los tepozanes que anuncian la cercanía con la carretera a Cuernavaca, los ahuejotes de Xochimilco, las dombeyas originarias de Madagascar…
El libro Los árboles de la ciudad de México de Lorena Martínez González y Alicia Chacalo Hilu, publicado en 1994 por la Universidad Autónoma Metropolitana, analiza 56 especies que habitan a lo largo y ancho del espacio urbano. Apabullante selva de concreto, la ciudad posee al mismo tiempo algunos lugares en donde los macizos verdes se han impuesto sin ninguna moderación. Feraces banquetas de algunos ejes viajes, copados de ficus, álamos temblones, yucas… Parques en los que no crece el pasto en la tierra siempre húmeda porque nunca la toca el sol. Ésta es una propuesta de diez especies significativas de la ciudad de México escrita por un aficionado en el que las impresiones personales se combinan con los datos que lee en los libros. Su finalidad: hacer reconocible un puñado de especies de plantas de gran tamaño para compartir el placer de su contemplación.
1. Trueno (Ligustrum lucidum)
Es el árbol clásico de banqueta defeña. De origen oriental, florece en las semanas de los chubascos más intensos, que dejan las calles llenas de su característico “polvo” amarillo. Es perenne, es decir que se mantiene con hojas todo el año, y monoico, palabra que significa que un mismo ejemplar presenta las características masculinas y femeninas.
Aguanta el calor y el frío, el viento, la sequía… Quizás porque todo lo tolera, su fruto resulta tóxico y su tronco, que nunca alcanza mucho grosor, es particularmente tortuoso. Puede alcanzar los diez metros de altura y vivir hasta treinta y cinco años. Su gran presencia en la ciudad se debe a su utilidad para la alineación de las calles. Mientras en otros lugares es conocido con el nombre de aligustre, en México preferimos el galicismo “troeno” (troéne) que se deslizó con suavidad y lógica muy nuestras hasta el expresivo “trueno”.
2. Jacaranda (Jacaranda mimosaefolia)
Cuando florece, y llena de manchas indescriptibles y bellísimas algunos barrios privilegiados, se convierte sin discusión en el árbol más hermoso de la ciudad. La primera parte de su nombre científico proviene de la palabra guaraní yacarandá; la segunda sirvió a los europeos para relacionar sus hojas con las de la mimosa (Acacia dealbata), a la que les recordaba.
Sus ramas, que ascienden de forma confiada pero zigzagueante sin temer nunca la altura, le aseguran un notable despliegue espacial. Se caracteriza por su follaje erguido, de un verde claro, que se renueva cada año, y por su tronco lleno de grietas que siempre es ancho y a veces adopta formas extraordinarias. Los que saben dicen que ayuda a controlar la contaminación porque absorbe gran cantidad del plomo que está en el ambiente.
3. Fresno (Fraxinus uhdei Wenzing Lingelsheim)
Si hubiera que escoger un árbol que representara a todos los árboles, quizás no sería mala idea que fuera un fresno. Y es que independientemente de los valores que ha depositado en él la cultura occidental, es quizás la especie con más presencia en la ciudad de México, al grado de pensarse que está utilizada en exceso.
Su nombre proviene de la palabra griega phraxo, que significa “cercado”, ya que fue usado para limitar espacios y marcar fronteras entre ellos. Sus hojas alargadas y en punta, que hacen un follaje regular, de porte clásico, lo hacen claramente reconocible. También, las características sámaras, unos frutos alados que se agrupan en vainas y que produce sólo “la hembra”. A veces no es necesario alzar la vista para saber que estamos debajo de un fresno porque la banqueta, a nuestros pies, está levantada. Crece rápida y vigorosamente y puede vivir hasta cien años.
4. Hule (Ficus elastica Roxb)
Son dos los tipos que pueden verse en las calles capitalinas de este árbol originario del Asia tropical, pero el más común es la variedad decora, lograda al parecer en un vivero belga (foto pequeña).
Sus enormes hojas, brillantes y de un color verde oscuro, son coriáceas, lo que quiere decir que recuerdan la consistencia del cuero —para el observador primerizo, quizás al plástico…—. Su nombre específico, elastica, se refiere a que contiene un tipo de látex durante un tiempo usado para fabricar caucho. Suelen ser ejemplares estupendos, de sombra densa, que pueden vivir cincuenta años y alcanzar fantásticas proporciones. Una imagen típica de la ciudad de México: un inmenso hule al lado de una pequeña miscelánea. Tal como se deduce de su paquidérmico aspecto, son inmunes a la contaminación.
5. Palmera (Phoenix canariensis Chabaud)
La segunda parte de su nombre científico recuerda su origen, las islas Canarias. La línea que trazan en el camellón de algunas calles es uno de los más hermosos espectáculos aéreos que ofrece la ciudad de México. Algunos ejemplares subrayan el trazo diagonal de avenidas como Nuevo León, en la Condesa, o Diagonal San Antonio en Narvarte.
Como ningún otro árbol, su estampa es su historia: y es que si nos fijamos bien carecen de corteza, que no es sino la base de las hojas que fueron perdiendo mientras crecían. Las hojas viejas, que no han sido podadas pero no acaban de desprenderse, son de un tono grisáceo y cuelgan como si fueran barbas. En diversos lugares fueron arrancadas salvajemente, como de la calle de Thiers, donde hacían un espectáculo digno de nunca olvidarse.
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