domingo, 5 de septiembre de 2010

Germán Dehesa

Fue Germán Dehesa quien me sugirió, durante un desayuno a finales de 1993, dedicar un número de Viceversa a Julio Scherer. Teníamos sobre la mesa uno de los primeros ejemplares de Reforma, que acababan de regalarme a la puerta del restaurante —tal como hizo el periódico como parte de la estrategia de lanzamiento en algunos lugares de la ciudad. No creo que nadie pudiera prever lo que iba a venir con el nuevo año, quizás el más movido de la historia reciente de México. Y sin embargo ninguna circunstancia (el surgimiento del EZLN el primero de enero, los asesinatos de Colosio en marzo o Ruiz Massieu en septiembre, o las elecciones anticlimáticas de agosto…) fue capaz de quitarnos la ilusión de que vendrían tiempos mejores para el país, gracias a una palabra cargada entonces de sentido mágico: cambio. Pobres ilusos: en vez de cambiar, la realidad pública empeoró en casi todos los aspectos como quizás no podía ser de otra forma considerando aquel priísimo todavía en el poder pero ya en descomposición que dejaría su lugar al PAN y su triste idea del mundo. (Por cierto, ¿cómo es posible que todavía ahora, como leí la semana antepasada en el artículo de un conocido politólogo, alguien siga llamando transición a lo que estamos viviendo?)
Pero volvamos a aquel año de ingenua ilusión. En el aire flotaba un optimismo del que era difícil no contagiarse. Yo creía en una suerte de florecimiento de los medios de comunicación, del que con modestia pero sin duda participaba Viceversa, que iba a atestiguar, a servir de medio, incluso a animar el cambio inminente. Más que nadie, Germán estaba entusiasmado con la aparición de aquel diario del que sería vocero (¡y voceador!), que le daría el lugar público que ocupó hasta el final de su vida y en el que iba a demostrar de paso el esplendor de su talento literario en una columna que, de todas las que se publicaban diariamente, era la única que podía leerse sin cansancio.
No puedo decir que al principio no me costara relacionarme con él. Si acabé buscándolo, yo que no lo conocía más que de nombre y tenía prejuicios sobre su persona y su trabajo, no había sido precisamente por mi propia iniciativa. Mi arrogancia juvenil incluso me ofrecía una prueba que daba fortaleza a mi opinión: en la Facultad me había inscrito a una materia optativa anunciada como suya… y él jamás se había presentado. Sin embargo, nada más arrancar Viceversa, un empresario del que éramos cercanos los dos —yo mucho más que él— y que fue crucial para el lanzamiento de la revista, nos había puesto en contacto. No sólo eso: a mí me había pedido expresamente, ya que solicitaba su apoyo publicitario, que me acercara a Dehesa: decía que el diálogo con él iba a serme útil y fructífero. Su predicción cristalizó muy pronto, aquella mañana de fines de 1993 cuando al final del desayuno le pedí sugerencias para números futuros de la revista, que a doce meses de su fundación estaba a punto de hacerse mensual. 
Quizás contagiado más que nadie por la época que avizorábamos, Germán no lo pensó dos veces y me propuso una idea audaz, algo que nadie había hecho: “Hay que hacer un número sobre Julio Scherer”. De inmediato me puse a trabajar en un dossier sobre el director de la revista Proceso que vería la luz en abril de 1994, sólo una semana después del asesinato de Luis Donaldo Colosio (http://bit.ly/bzpaY9 ). Pronto dedicaré un post a reseñar aquel número, uno de los mejores de la historia de Viceversa.
A partir de ahí, hicimos algunos proyectos juntos. Un mes y medio antes de las elecciones federales de 1994, en una entrega de la revista dedicada a reseñar la “cultura” de los candidatos a la presidencia, Germán entrevistó a Zedillo, tal como Alejandro Aura lo hizo con Diego Fernández de Cevallos, Javier Solórzano con Cuauhtémoc Cárdenas y Carmen Aristegui con Cecilia Soto. Al año siguiente, yo lo entrevisté largamente a él (Viceversa, núm. 22, marzo de 1995) en un número en el que aparece en la portada retratado por Juan Rodrigo Llaguno —algunas de las fotos de aquella sesión de hace quince años acompañan este artículo. 
Algunos temas de aquella conversación son la congruencia y el juego con el poder, su relación con Salinas de Gortari, su falta de obra literaria, Octavio Paz…
Dos o tres años más tarde lo acompañé a visitar a Jaime Sabines a su casa al lado de cerro Zacatépetl. Fue la única vez que vi al poeta chiapaneco, al que no le quedaba mucho tiempo de vida. Estaba en una silla de ruedas y la suela de su zapato izquierdo medía el triple que la otra. Con rugido de león, expresó su hartazgo por su estado físico que ya ni siquiera, dijo, le permitía nadar. Habló de las acusaciones de corrupción hechas a su hermano Juan, se refirió a la situación que estaba viviendo Chiapas y dijo que “todo el mundo sabe que Samuel Ruiz es el culpable”. Luego, a santo de no sé qué, habló con entusiasmo de Andalucía, en especial de Granada… Cuando le contamos por fin que el propósito de nuestra visita era que Germán conversara con él para Viceversa, dijo que ya no daría entrevistas y que no haría una excepción en favor de su amigo porque a éste no se le daba el género… “En sus entrevistas siempre es él y no deja ser a los otros”, explicó. 
A la sesión de fotos, sin embargo, dijo que sí. Rememoró la primera vez que le hicieron un retrato contando que fue un amigo en CU, y que las fotos que se hacían en aquella época eran “cuadros cerrados”. Roberto Portillo le hizo ese día una serie de retratos que, al no haber texto para acompañarla, me parece que quedó inédita.
Por desgracia, cuando regresé de España en 2006 ni siquiera logré hablar nuevamente con Germán, aunque lo intenté en dos o tres ocasiones. Antes de eso, me impresionó verlo al final de la ceremonia de promulgación de la Ley del Libro en Los Pinos, desplazándose con torpeza, con bastón y lentes, como si se hubiera quedado ciego… Alguien dijo que acababan de operarlo de los ojos. Más que en ningún otro lugar, era en el ámbito político donde su figura causaba estremecimientos y consideraciones, porque su opinión era un botín anhelado por los funcionarios públicos, cosa que se traducía en un juego que a Germán le gustaba jugar. Yo vi a cierta secretaria de estado licuándose en su presencia. Aquella vez no me animé a romper el cerco de quienes querían hablar con él pensando que podría saludarlo en cualquier otra ocasión, por correo o teléfono. Unos meses más adelante, lo busqué por meil para invitarlo a mi programa de radio pero nunca tuve respuesta. Por último, a propósito de una frase de López Velarde (“la grey astrosa”) que él contó que le había escuchado a Ricardo Garibay, volví a escribirle pero entonces alguien me contestó fingiendo torpemente su escritura, tal como conté en este espacio (“¡Tú no eres Germán!”, http://bit.ly/9m3jMV). Con su desafortunada muerte hace unos días, me quedé con ganas de reencontrarme con él y quizás entrevistarlo sobre los libros que marcaron su vida.
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Gracias al extraordinario retratista Juan Rodrigo Llaguno por permitirme usar algunas de las fotos que le hizo a Germán Dehesa en 1995. Su sitio en la red: www.juanrodrigollaguno.com/
Sobre Viceversa en este mismo blog: “Mis diez portadas preferidas”, en http://bit.ly/cJMvf4.
Los 96 números de la revista Viceversa pueden consultarse en las bibliotecas de la ciudad de México que cuentan con colecciones completas, entre ellas la “José Vasconcelos” de Buenavista y la “Rubén Bonifaz Nuño” del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. 

6 comentarios:

  1. ¡Gracias Fernando! Por tu memoria y tu pluma, por llevarnos en pequeños viajes al "túnel del tiempo" y, compartir a ese Germán con el que muchos aprendimos, a pesar de los pendientes.

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  2. Llegué a este artículo por una liga publicada por Juan Rodrigo Llaguno. Leí tu currículo y ello me motivó a comenzar la lectura; paré en la línea número diez. Es inverosímil que alguien con tus credenciales cometa dos faltas gramaticales en tan poco espacio...

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  3. ¿Por qué va a ser inverosímil? Y no sé a qué "credenciales" te refieras... De todas formas, gracias por la indicación. Hice algún retoque, a ver si así queda mejor. Saludos.

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  4. Fer, es increíble que a tu corta edad (digo, corta para todo lo que cuentas), estés lleno de anécdotas maravillosas como estas que cuentas acá. Qué fortuna ver a Sabines justo en esos días, fortuna y nostalgia, claro. Yo le vi por primera vez en silla de ruedas y guayabera blanca en el auditorio del Cecut, allá por 1992. La primera vez que vi a Dehesa, estaba 3 lugares frente a mí en la fila del examen para sacar la Licencia de Locutor. Él hacía el programa "La Almohada" en el Canal 13, ya lo había visto y me parecía aburridísimo y cometí la torpeza de decírselo. Yo tenía menos de 15 años, pero quería ser locutora y entonces se hacían exámenes de 2 días orales y escritos en TV Educativa. Me preguntó qué hacía yo ahí. Detrás de mí estaba Rebeca de Alba, fue una mañana curiosa, jamás olvidé ni su regaño ni sus orejas. Ya contaré. Gracias de nuevo por otro excelente post.

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  5. ¡Pobre anónimo! debe leer muy poco si cada vez que se topa con una falta gramatical detiene su lectura...

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  6. Entrada de poquísimas tuercas. Como una postal (de las padres, que conste) que retrata el zeitgeist de esos años y que nos da un vistacilo a Dehesa en persona.

    Yo también odié La Almohada. Pero después me hice adicta a sus programas de radio. El y sus Nauyacas alivianaban la tarde como nadie. El día que le dediqué sus mañanitas, a ritmo de Another Brick on the Wall, mi vecina de cubículo me amó por el resto de mis días.

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