viernes, 19 de abril de 2019

Oriundos: la postal

La edición de Oriundos que circula desde hace un par de meses bajo el sello de Cataria incluye una postal con una fotografía en la que aparecen un maestro de pueblo, una treintena de niños y dos mujeres. Esa foto la llevó consigo, en la cartera, durante varias décadas, Santos Fernández Bueno, uno de los personajes principales del libro. 
La imagen era, para él, una suerte de mapa de cariños y memorias de aquella aldea remota de los Picos de Europa donde había nacido en noviembre de 1906, y que había tenido que abandonar diecisiete años más tarde, en 1923, para venir a México en busca de mejores condiciones de vida. 
En la foto aparecen su padre, el maestro del pueblo, y un nutrido grupo de niños menores que Santos entre quienes están dos hermanos suyos y su prima hermana Fernanda, con la cual, todavía unos años más tarde, en 1933, terminará casándose para emigrar juntos definitivamente a México.
La foto de la Escuelina. Asiego de Cabrales (Asturias), ca. 1925. En la segunda fila, de arriba para abajo,
en el antepenúltimo lugar contando desde la izquierda, la niña Fernanda Bueno Bueno,
prima hermana y futura esposa de Santos Fernández Bueno.
Nunca se separó Santos de esa foto, al grado de que, durante los últimos años de su vida, cuando se había retirado del trabajo y se dedicaba a administrar las propiedades que había conseguido reunir, y por lo tanto ya no usaba la cartera con la frecuencia con la que lo había hecho hasta entonces, decidió hacerle una ampliación que procedió a colocar en una pared del despacho en el que pasaba una buena parte del día, de tal modo que siempre la tenía delante.
Santos Fernández Bueno.
Foto: JL Fernández Tolhurst
La idea de la edición de Cataria es proporcionar a los lectores la sensación de tener siempre presente, a través de las historias relatadas en el libro, esa imagen, como una suerte, ya lo decíamos, de mapa de personajes y de episodios (y por lo tanto de cariños y memorias): ni uno solo de los capítulos de Oriundos deja de tener relación con alguno de los personajes que aparecen en ella.
En el libro, por cierto, me refiero a la imagen como “la Foto de la Escuelina” y así se llama el capítulo dedicado a comentarla: quiénes salen en ella y cómo era el pequeño pueblo, Asiego de Cabrales, en los tiempos en que fue tomada. Me refiero de ese modo a ella porque así, “escuelina” (es decir, “escuelita”), es como se ha llamado siempre en el pueblo a la pequeña casa, vieja y oscura, de piedra áspera, sin ventanas, fría la mayo parte del año y francamente helada en invierno, en donde funcionaba la “escuelina” de la que era maestro el padre de Santos. 
En la primera página del capítulo “La foto de la Escuelina” (en la imagen, arriba) se reproduce, pues, la foto, acompañada, en página opuesta inmediata, de una silueta de los personajes que aparecen en ella con referencias numéricas que indican los nombres con que están mencionados en el libro. Para evitar al lector la molestia de tener que regresar a esa página cada vez que se menciona la foto, cosa que ocurre una y otra vez, Lola García Zapico, diseñadora gráfica de Oriundos, propuso imprimirla aparte e incluirla entre las páginas del libro. La idea es que los lectores tengan a la vista la imagen, igual que la tenía Santos siempre delante de los ojos.
Frente y vuelta de la postal con la foto de la Escuelina y el pasaje del libro respectivo que incluye la edición de Cataria de la crónica familiar Oriundos.
Al reverso de la postal, que funciona también como separador, se lee el siguiente fragmento tomado de las páginas inmediatamente anteriores al capítulo en que aparece reproducida la imagen, en las que se presenta al hermético Santos y se anuncia la foto:
En contraste con la falta de signos exteriores, había un llamativo detalle: su relación con una foto. Quizás se la enviaron poco después de que fuera tomada, cosa que ocurrió cuando llevaba un par de años en México; quizás la tuvo un tiempo en la mesita de noche; luego, recortándola un poco, la ajustó a la cartera, donde la llevó durante cuarenta o cincuenta años. Al final, mandó ampliarla y la colgó en una pared del despacho, delante de su escritorio, de tal forma que, hiciera lo que hiciera, estuviera pensando en lo que estuviera pensando, siempre podía levantar la mirada y posar los ojos en ella.
Fernando Fernández, Oriundos, página 17.


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Santos Fernández Bueno
al final de su vida.
Foto: JL Fernández T
Más sobre Oriundos en este blog:
Oriundos ya está en Asiego, https://bit.ly/2VVMgIc
La edición, https://bit.ly/2ES60qb
El arroz Covadonga, https://bit.ly/2IxEVe8
Santos, 1923, https://bit.ly/2CGCxir
Antonio Poo, https://bit.ly/2zgKjzi



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