viernes, 24 de agosto de 2018

Algo de política


Este otoño publicaré Oriundos, una crónica familiar sobre la emigración española a México, redactada mayormente durante los cinco años que viví en Asturias. Como saben quienes conocen el libro, o me han oído contar detalles sobre aquel lustro, uno de mis principales afectos de ese tiempo fue mi tío abuelo Florentino. Aquel singular y voluntarioso octogenario estuvo tres décadas en México y terminó regresando a tierras asturianas, donde murió en 2006, a los noventa años de su edad, una década exacta después de que empezara yo a tratarlo. 
Florentino estaba cansado de oírme preguntarle sobre las historias más viejas de nuestra familia, y le desconcertaba y a veces incluso le irritaba el verme constantemente dedicado a unas averiguaciones y pesquisas que, desde su perspectiva, carecían de cualquier interés. Un día, el hermano de mi abuela Fernanda me preguntó, quizás para irritarme ahora él a mí, que si no tenía escrito nada sobre política, a lo que le respondí que no, como él bien sabía. Para sorpresa de todos, empezando por mí mismo (que no suelo ocuparme por escrito de ese tema), resultó que al final sí tuve alguna cosa que mostrarle, algo relacionado con un descubrimiento que asombró a casi todos, o mejor dicho a todos menos a él, que recordaba los hechos con precisión perfecta –y otra cosa muy distinta es que quisiera o no referírmelos–. A continuación, "Algo de política", un nuevo adelanto de Oriundos, libro que verá la luz en un par de meses.

Algo de política 
Por FF
Esta vez Florentino está dispuesto a llegar al fondo del asunto y por enésima vez me pregunta en qué trabajo, de qué vivo. Le contesto lo que suelo: estoy escribiendo un libro en que aparece él, en el que él es uno de los personajes principales. Otras veces se ha quedado en silencio, mirando a un punto fijo, como si no supiera qué opinar; hoy se inquieta: escribo, sí, eso ya se lo dije, pero ¿en qué trabajo? Le leo el pasaje sobre Fernanda y el arroz Covadonga y él afirma, a buena voz, para que lo oigan todos: “Lo que pones ahí es la pura verdad. Pero la prósima vez trae algo que no sea de la familia. ¡Eso no le interesa a nadie!”. [...]
Pero una vez que acabo de transcribir sus palabras, a Florentino le entra un acceso de ira y me pregunta que para qué escribo todo eso. Ni siquiera se toma la molestia de escucharme: “Pon cosas modernas, hoombre. ¡Eso no lo vas a leer más que tú! ¡Lo único que haces es estropear esa libretina!”. Y porque sabe por dónde va a ir mi respuesta, lo que le dará un nuevo motivo para embroncarme, me pregunta: “¿No tienes algo de política?”. Otea hacia mí, los ojos inmensos tras las muchas dioptrías, y es evidente el fastidio que se produce en él cuando le repito lo que bien sabe: no escribo de política. Hace una mueca al tiempo que vuelve a decirme, como ha hecho varias veces, que mejor vaya “haciéndolo de una vez porque eso es lo que da de comer”.
Florentino y su sobrino Pepe Luis conversan en Puertas de Cabrales.
Foto: José Luis Fernández Tolhurst
Aunque para mí siempre estuvo claro que nosotros éramos franquistas, en la medida en que podíamos serlo a tantos kilómetros de distancia, tan apartados de todo lo que en términos prácticos fuera España vivida desde México, en la casa de mis abuelos nunca vi nada que externara simpatías ideológicas de ningún género. 
Boda en Covadonga,
1933.
Ellos se hicieron novios y se casaron durante la República, pero cuando estalló la guerra llevaban dos años largos en México por lo que su vivencia de los horrores del conflicto fue distante y de segunda mano. Antes que por una innegable falta de simpatía por la causa de los refugiados españoles, no tuvieron relación con ellos en primer lugar porque no tenían relación con casi ningún género de nadie. De todas formas, el médico que se preparaba para traerme al mundo cuando, anticipándose al diluvio de flores e invitados, Antonio Poo llevaba unas horas en la sala de espera del cuarto de mi madre, era un exiliado llamado Urbano Barnés. Al parecer nací no ligeramente rojo, como se espera de los niños tras el parto, sino francamente amarillo, y el benemérito pero ya anciano doctor Barnés desaconsejó la idea de un joven pediatra mexicano que insistía en hacerme una infusión sanguínea completa.
Arriba: Lluís Companys proclama en 1934 el Estado Catalán de la República Federal de España; abajo: su nieta María Luisa Gally recibe en 2009 el documento de reparación de su figura.
Mi contacto con el exilio ocurrió mucho más tarde, cuando tenía poco más de veinte años y trabajé en un instituto fundado en México por exiliados españoles; entre sus hijos y sus nietos me sentí desde el primer momento en casa. Mi jefa directa era una mujer inteligente y sensata llamada María Luisa Gally Companys, nieta del histórico presidente de la Generalitat fusilado por Franco. 
Nota de la directora del bachillerato del Instituto Luis Vives, María Luisa Gally Companys, conservado en un volumen de la Historia de la Literatura Española de Ariel.
Por aquellos días estuve en la conmemoración de un aniversario de la Segunda República; a la hora del brindis, un escritor un poco mayor que yo, responsable del discurso, dijo que los ahí reunidos por lo menos teníamos el consuelo de saber de qué lado habían estado los buenos. Más allá del pedestre maniqueísmo del comentario, el entusiasmo de mi familia por Franco me hizo sentirme avergonzado entre aquellas personas llenas de historias desgarradas que debían de tener toda la razón.
Por eso me sorprendió muchísimo, años más tarde, en Oviedo, un día entre microfilmes borrosos en los que buscaba el episodio del Packard, encontrar una declaración “del concejal republicano del Ayuntamiento de Cabrales, Fernando Bueno Díaz”. ¿Cómo era posible? Nunca oí ni media palabra respecto a que el padre de Florentino hubiera estado metido en política, menos durante aquellos años y muchísimo menos que su nombre pudiera haberse visto asociado de ninguna manera a la palabra "república". 
Fernando Bueno Díaz, padre de Florentino, candidato republicano a concejal de Cabrales por el distrito primero. La voz de Asturias, 11 de abril de 1931.
Pero aquél sólo era el primero de una serie de hallazgos: conforme me fui metiendo en el asunto, resultó que Fernando Bueno había formado parte de la candidatura republicana que derrotó al monarquismo local en las históricas elecciones de abril de 1931, y hasta había sido, si se quiere de manera protocolaria y fugaz, el primer teniente de alcalde de la Segunda República en Cabrales. No sólo eso: en las elecciones de mes y medio más tarde, fue el candidato republicano más votado del concejo.
Acta de constitución del primer Ayuntamiento de la República.
Cabrales, 15 de abril de 1931. Fernando Bueno, presidente interino. 
Por los resultados de las elecciones se entiende que el episodio partió en dos al concejo: los republicanos de su capital, Carreña, por una parte, y por la otra los monárquicos de Arenas, su núcleo más poblado. Aunque incompletas, las actas del ayuntamiento de aquellas fechas son un tesoro que hasta donde creo nunca han sido utilizadas con ninguna finalidad. Entre lo que se lee en ellas y lo que publica la prensa de Llanes de esos días se pueden trazar con claridad las razones por las que la República, cuyo triunfo en la comarca fue excepcional en el contexto rural de la península, que en general apoyó al monarquismo, fracasó también en Cabrales.
Fernando Bueno, quinto por la izquierda, en la tienda La Hoja de Lata, 
de su propiedad, ca. 1927. El negocio estaba en un edificio que aún existe, en la esquina de Cinco de Febrero y Mesones.
Me parece explicable que después de cuarenta años de ausencia y con la idea de un apacible retiro, de regreso de un México todavía estremecido por la Revolución, Fernando Bueno quisiera mantenerse al margen de la política. Pero al adquirir la parte de Asiego del latifundio de la familia De la Bárcena y convertirse así en uno de los principales contribuyentes, la ley lo obligó a involucrarse en la cuestión pública, la misma ley que estuvo a punto de eximirlo por exigir por lo menos cuatro años de residencia fija en el término municipal, exactamente los que llevaba de regreso.
Fernando Bueno en la cantina La Hoja de Lata, 
contigua a la tienda del mismo nombre, ca. 1927.
Eso sí: metido en política, sus simpatías no podían estar sino del lado de la capital del concejo. No sólo por razones biográficas: Asiego es una filial de la parroquia de Carreña y él se había casado con una muchacha de ese pueblo. Por empatía también: imposible reconocerse en las aspiraciones de preponderancia local de Arenas, con sus apellidos compuestos y sus casas blasonadas. Apenas en 1910 Alfonso XIII había concedido el título de villa a Arenas por “su constante adhesión a la monarquía”. 
Es bien sabido que los emigrantes, si no por nacimiento, eran republicanos por naturalización: sus vidas eran lo más parecido a un alegato contra todo privilegio heredado. En el padre de Florentino, aquella noción política debía ser un fenómeno parecido a su mexicanidad. 
No obstante, pronto debe de haberse dado cuenta de que las ideas republicanas difícilmente podrían lograrse en las tierras frías de Cabrales. Y algo más, muy importante: a él y los suyos, su anciano padre Santos, que murió durante los años de la guerra, y su cuñado el maestro del pueblo, labradores, hijos y nietos de labradores apegados a las costumbres ancestrales, tiene que haberlos impresionado muy negativamente la persecución religiosa que la República fue incapaz de controlar.
Pero la mejor prueba del silencio bajo el que dormían esos hechos fue la reacción de Florentino cuando le pregunté por aquel pasaje de la vida de su padre. ¿Estuvo metido en política? ¿Alguna vez fue concejal? Y lo más grave: ¿es verdad que fue republicano? Primero, reacción muy en su línea, se hizo el sordo. No que él supiera, dijo, perfectamente espinoso, cuando insistí decidido a mi vez a llegar al fondo del asunto. Con una copia del recorte en la mano, una semana más tarde le leí la nota del 5 de junio de 1932 de El Eco de los Valles que da cuenta del acuerdo del ayuntamiento cabraliego, tomado por unanimidad a propuesta del concejal republicano Fernando Bueno Díaz, de protestar contra la aprobación del Estatuto catalán de oponerse a “la integridad de España” o si constituyera “un privilegio sobre las demás regiones”.
El Eco de los Valles, Peñamellera Baja, Asturias, 5 de junio de 1932.
Fue la llave que abrió la puerta. Identificado setenta años más tarde con las mismas ideas de su padre respecto a los mismos temas, olvidó de pronto las reacciones en punta y se transformó en el delicadísimo diplomático de la escuela mexicana que también había en él. No pude irme ese día de su casa sin escucharle pedirme, ofreciéndome lo que fuera necesario por el costo de la reproducción, varias veces, como si el que se hiciera el sordo fuera yo, que no volviera a su casa sin una copia para él del valioso recorte.

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Tomo prestada la foto de Lluís Companys del diario El Mundo, https://bit.ly/22nGso5, donde aparece con el siguiente pie: “El presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclama el estado catalán de la República Federal de España el 6 de octubre de 1934”.

La foto de María Luisa Gally Companys la tomo de la nota de La Vanguardia que da cuenta de su éxito en las gestiones en favor de la reparación de la figura de su abuelo, https://bit.ly/2Bzt79o

Más sobre Oriundos en Siglo en la brisa:
Antonio Poo, https://bit.ly/2zgKjzi

Florentino y su yerno Félix Niembro, en la casa de éste
en Puertas de Cabrales.
Más sobre Florentino en este blog:
Florentino, a cuadro, https://bit.ly/2MI02gr
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8 
Autógrafos remotos, http://bit.ly/PvKjd9
Retratos asturianos, http://bit.ly/1l76xRa
Ocios de 1946, http://bit.ly/1gQcF2R
En la boda de Lola y Félix, http://bit.ly/1hwQqwn



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