viernes, 14 de julio de 2017

Viajes de un naturalista por el sur de México

El óleo que sirve de portada al libro cuelga de la pared de una casa de Villaviciosa de Odón, en Madrid. Su título es El Popocatépetl desde Mixcoac; su autor, Armando García Núñez, un pintor oaxaqueño que murió en 1965. Los propietarios del cuadro son los principales entusiastas del libro: ella, Teresa Moreno, quien lo tradujo de la lengua inglesa; él, Antonio Carreira, el famoso gongorista, quien escribió el prólogo. Españoles los dos.
Es octubre de 2016 y los visito en el pueblo de la comunidad de Madrid en el que viven, a unos treinta minutos en tren desde la estación de Atocha (en realidad fui hasta la estación de Móstoles El Soto, donde él me recogió en coche). La conversación es animada: va y viene: de México a España y viceversa; de Góngora, de quien Carreira es el principal experto de nuestro tiempo, a Gerardo Deniz, a quien él apreciaba especialmente y sobre cuya obra escribió una visita guiada con la brújula de sus inmensos conocimientos de literatura y música; de nuestro querido amigo común David Huerta al filólogo Antonio Alatorre.
Carreira, delante de su librero especializado en Góngora.
La charla alcanza al bello óleo de tema mexicano que compraron durante una de sus visitas al país, en una tienda de antigüedades de la Zona Rosa. La pintura acabó apareciendo en la portada del libro que, precisamente con el apoyo de David Huerta y Antonio Alatorre, propusieron al Fondo de Cultura Económica en los tiempos de Joaquín Díez Canedo Flores y fue publicado en 2011 como parte de la colección Biblioteca Americana: Viajes de un naturalista por el sur de México del naturalista alemán Hans Friedrich Gadow.
Hans Gadow pintado por David Muirhead (1919).
Cuando Antonio Carreira me habla del libro tengo la sensación de que lo he visto, de que el Fondo, que de tarde en tarde me envía novedades para mi programa de radio, me lo debe de haber mandado cuando se publicó hace más de un lustro. Aunque es la primera edición en español de un interesantísimo relato de dos viajes al sur de México en los primeros años del siglo XX, un trabajo tan rico y sugerente como para interesar a dos lectores como Teresa y Antonio, el libro de Gadow no provocó comentarios o reseñas de ningún género, o no al menos que nosotros sepamos.
Carreira, en el jardín delantero de su casa.
Villaviciosa de Odón, Madrid.
La charla se desarrolla en el jardín delantero de su casa, bajo un sol que a mí me parece agresivo pero que ellos disfrutan porque saben que el invierno se aproxima –ese invierno cruel que no conocemos en la ciudad de México, que se ensaña en estos lugares–. 
Antonio se levanta de la mesa puesta al aire libre y entra a su casa para volver con el ejemplar de Through Southern Mexico: Being and Account of the Travels of a Naturalist (Londres, Whiterby and Co., 1908) con el que trabajaron para hacer la edición del Fondo.
Durante un rato pasamos sus páginas con cuidado. Con una copa de buen vino, delante de un estupendo plato de jamón, queso y espárragos, me prometo publicar algo en mi blog sobre ese libro notable, sobre todo ante la omisión del periodismo mexicano –ya no digamos de los medios académicos.
De regreso en México confirmo que el libro está en mi biblioteca. Aficionado a los temas históricos mexicanos, entusiasta de naturalismos y botánicas, me doy cuenta de que yo mismo lo pasé por alto. Cuando lo tuve en las manos lo vi con sincero aprecio y lo puse en su sitio, prometiéndome que algún día lo atendería. Ya se sabe que, como afirmó José Gaos por ahí, una biblioteca es sobre todo un proyecto de lectura.
Vista del Popocatépetl, de García Núñez.
Los datos, al calce.
También confirmo, una vez que hago una pequeña pesquisa en internet, que no hay nada escrito, con un par de excepciones. Alejandro Badillo, un narrador poblano al que aprecio, escribió una breve (pero legítima) reseña. Francisco Toledo, por otro lado, en la columna quincenal sobre libros que publica en la revista Proceso, citó el libro de Gadow. 
En su artículo, el primero de una serie de dos entregas sobre los peces como motivo pictórico (habla de su propio gusto por pintar peces y cuenta chispeantes anécdotas que tienen que ver con Soriano, Villaurrutia y Tamayo), Toledo se refiere a unos extraños peces de cuatro ojos, que dice que fueron los primeros que vio, en el río Los Perros del Istmo de Tehuantepec.
Mujer atacada por peces, de Francisco Toledo.
De la entrega sobre peces, en Proceso.
En Viajes de un naturalista por el sur de México se hace una descripción de esa singular especie y Toledo cita el pasaje con todo y los dibujos originales de su autor. He aquí el fragmento, parte del capítulo titulado “Viaje de Tehuantepec a Oaxaca”, que llamó la atención del artista oaxaqueño; es una modesta manera de volver a traer a cuento el libro de Gadow, pensando en los amigos que leen este blog.

El pez de cuatro ojos
por Hans Gadow
Anableps dowei, un ciprinodonte, el pez de cuatro ojos. En español este pez se conoce como cuatro ojos; en zapoteco lo llaman tapa-iyaloo, que significa lo mismo, y de allí ha ido a Tehuantepec la curiosa palabra híbrida tapa-ojo, que también hace sentido. Los chontales en Tequisistlán lo conocían como palgan-divi (divi =“ojo”); no pude averiguar el significado de palgan, excepto que no es ‘cuatro’. […] Que yo sepa ninguno de los que han descrito este maravilloso aparato ha observado nunca un Anableps vivo. El globo ocular, que sobresale mucho en la parte superior de la cabeza, es tan libremente movible como la articulación de la rótula. Puede girar en casi todas las direcciones; el pez, igual que el camaleón, lo sube y baja, lo adelanta y repliega. Cuando el ojo está vuelto hacia arriba, todo el blanco de la mitad superior de la córnea desaparece; puede volverse hacia abajo de nuevo, tanto que la parte superior de la pupila está casi horizontal, y entonces el aparato inferior se oculta en la cavidad. Al nadar, el pez mueve sin cesar los ojos, que sobresalen en la superficie, y el blanco de la córnea brilla visiblemente, señal segura de que en ese momento sólo utiliza la parte superior, u ojo del aire. Cuando se encuentra sumergido el juego de los ojos no puedo observarse, por la turbiedad del agua. Pero tuvimos ejemplares durante muchas horas en vasijas o jarros de cristal y entonces la mitad inferior de los ojos era la más usada.

El pez de cuatro ojos, Anableps dowei. a) Usando la mitad inferior del ojo. b) Usando la mitad superior del ojo. c) Visto desde arriba. d) Iris y pupila dividida, vista externa. e) Iris que divide la pupila, visto desde dentro. Imagen tomada del libro, Viajes de un naturalista por el sur de México.
Las costumbres de estos peces son bastante curiosas. Se reúnen en grupos de una docena, o incluso de varias veintenas, en los recodos más tranquilos cerca de las orillas del río, preferentemente al pie de un banco arenoso, o al borde de remolinos, donde se juntan el verdín y los restos flotantes de que se alimentan. Sus lugares preferidos son los bajíos tranquilos; allí se echan, en reposo aparente sobre sus robustas aletas delanteras, con sus ojos como botones asomados a la superficie. Son tímidos, en seguida se escabullen o se adentran en aguas más profundas, donde forman grupos, nadando río arriba impulsados por la cola, con la mitad anterior del cuerpo erguido, y algunos hasta saltando; pero siempre están deseosos de abandonar la corriente del agua, y después de unos minutos vuelven a su rincón favorito, en el que también deben de pasar la noche. Como muchos de los peces mexicanos de agua dulce, son vivíparos, y aunque una hembra grande raramente alcanza los 25 centímetros, las crías, desde unas pocas hasta una docena, miden dos. En el macho el canal excretor y sexual se prolonga en un largo cono perforado cubierto de escamas y dirigido hacia atrás; la aleta anal, más reducida, va sobre el dorso. El Anableps de Dowe se da sólo en las tierras bajas, por toda América Central, desde Panamá al istmo de Tehuantepec, tanto en el lado del Atlántico como en el del Pacífico. Los mayores ejemplares los vimos en el río San Juan; muchos, más pequeños, había en el de Tehuantepec y sus afluentes. En Sudamérica están representados por otra especie, A. tetrophthalmus.

Tomado de Viajes de un naturalista por el sur de México de Hans Gadow. Traducción de Teresa Moreno. Prólogo de Antonio Carreira.
FCE, México, 2011, pág. 204-206
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El texto de Francisco Toledo puede leerse completo aquí http://bit.ly/2sUYq6H

Las fotos que ilustran este post son mías; fueron hechas en Villaviciosa de Odón, Madrid, el 16 de octubre de 2016. El retrato de Toledo es de Daniela Sarquís y fue hecho el 14 de mayo pasado en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca.

El retrato de Hans Friedrich Gadow (1855–1928) es de David Muirhead (1867-1930). Tomo la imagen y el crédito de la página en línea artuk.org. El óleo está en el Departamento de Zoología de la Universidad de Cambridge.

Aquí la ficha de un óleo de García Núñez (1883-1965), que se ofrece en venta en la red: View of the Popocatépetl; oil on wood by Armando García Núñez, Mexican artist. 14.5 cm x 20 cm (5" 5/8 x 7" 13/16). La pieza está en venta en la página lapidarius.com

Más sobre Antonio Carreira en este blog:
Góngora según Velázquez (y Antonio Carreira), http://bit.ly/2u4sqw2
A una dama muy enemiga de gatos, http://bit.ly/2tx78XI
La apretada referencialidad de Adrede, http://bit.ly/2jWQq0k
Obituario de Gerardo Deniz, http://bit.ly/1Zcv8dh
Noticias de Deniz, http://bit.ly/2ahu9oo


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