domingo, 23 de enero de 2011

Cinco poemas de “El ciclismo y los clásicos”

Hace unos meses, por mediación de la escritora Mariana Bernárdez, conocí a Miguel Ángel de la Calleja, el editor que al frente de Parentalia se ha dedicado a reunir a la heterogénea parentela poética de México en una serie de plaquettes de autores tan distintos entre sí como Pura López Colomé y Raymundo Ramos, Aurelio Asiain y Efraín Bartolomé, Elsa Cross y Eduardo Langagne. Cuando me invitó a mí mismo a entregarle algún trabajo, me pareció que lo mejor era proponerle reeditar El ciclismo y los clásicos, la primera colección de poemas que publiqué y de la que se hicieron 350 ejemplares hace más de veinte años. 
Aquel pequeño librito, que salió en agosto de 1990, formó parte de los Cuadernos de Malinalco que editaba Luis Mario Schneider, uno de los investigadores imprescindibles de la poesía mexicana del pasado siglo, a quien tuve la fortuna de conocer y tratar. Como esta semana pasé un par de horas corrigiendo la nueva edición, me ha parecido buena idea compartir con los lectores de Siglo en la brisa algunas de sus páginas. Ya expresé en otra parte (http://bit.ly/gkHWh6) que me interesa que cualquiera pueda leer esta página y que por eso de cuando en cuando me permito hacer comentarios a los textos literarios, tal como hago ahora. Quien no sienta interés, necesidad o curiosidad de leer las notas que anteceden a cada texto, que se las salte: como comprobarán de inmediato, en rigor, no se necesitan.


1. Una estampa londinense enviada desde Leeds
Varias veces me he referido a mi amiga Nattie Golubov —la última vez hace sólo quince días (http://bit.ly/hh6mG9)— y casi siempre por razones relacionadas con su inspiradora personalidad. A mediados de los años ochenta, Nattie estudió la maestría en letras inglesas en la Universidad de Leeds, desde donde me escribió unas cartas llenas de brillo y poesía que provocaron algunos textos de El ciclismo y los clásicos. Por eso no es raro que en la breve muestra que publico hoy esté presente en dos ocasiones. 
Un día me mandó una foto del londinense Big Ben que al dorso, sobre la leyenda característica de la empresa fotográfica reproducida como sello de agua, escribió el nombre del lugar desde donde la tomó. Publicado este divertimento, ella misma me regaló una fotocopia del célebre poema de Wordsworth, “Composed upon Westminster Bridge, September 3, 1802”.


Desde Westminster Bridge

Por las calles de su
London

(This) Nattie piensa
un (paper)

poco en mí. Saca la
cajita

(manufactured),
apunta

y (by), aquí, el Big-
(Kodak) Ben.


2. Una suasoria inédita veinte años después
Este texto estuvo listo a mediados de 1990 para formar parte de El ciclismo y los clásicos pero por alguna razón, que dos décadas después no entiendo, decidí dejarlo fuera. Veinte años más tarde no me parece peor ni mejor que los que sí vieron la luz por lo que aprovecho la reedición para integrarlo a la serie. 
Aunque escrito con cortes de verso imitados a algunos poetas norteamericanos leídos en las ediciones de Hugo Gola o recomendados por Roberto Tejada, hechos siempre con intenciones rítmicas, este trabajo es una suerte de discurso suasorio copiado a los clásicos dedicado a una joven que conocí en la realidad. La palabra “avellanar”, por cierto, que leí en algún poema del Siglo de Oro, no quiere decir sino envejecer.


Exhorta a una hermosa conocida suya a dejar la doncellez

Según es fama sois, Fabiana,
segura ciudadela.

Y me dicen que sois dificultosa,
que a más de dos

habéis mudado el seso.
Que no ha nacido

el recio
ni existe el avisado

capaz de daros cerco.
Que nadie sabe

para quién ni para
cuándo.

Extraña fama es ésa, Fabiana.
En tiempo

de tormenta veleidosa,
de aguacero,

no pido que te des a Sodo-
mía,

mas ¿no ves que te estás avellanando
sin medalla,

y te estás dilapidando
si dilatas?


3. Un poema escrito por encargo
Sentados a la mesa durante la celebración que siguió a una boda civil, Alberto Kalach me preguntó un mediodía de finales de los años ochenta si los escritores todavía aceptaban escribir por encargo. Me apresuré a contestarle que sí. Como por esos días estaba por nacer su primer hijo, Marco, mi amigo arquitecto me pidió un texto que celebrara el hecho, para lo que acordamos un pago en metálico; también, a solicitud mía, unas palabras para servir de punto de partida, y que Alberto improvisó al vuelo: “buque”, “arco”, “cartabón” y “cobalto”. 
El resultado, aunque en el género de versos como los del poema precedente, es un pequeño homenaje al poeta Gonzalo Rojas, a quien siempre he leído con admiración (http://bit.ly/98pOi3 ).


Gestación y alumbramiento del niño Marcovaldo Kalach (por encargo de su padre)

Valdo puso un cartabón,
un buque de arcos

en el mar co-
balto,

y entre un octubre
y otro

armó el terror, le dio
preocupación

al mundo, y sin saberlo
vino

y fue y anduvo
entre las cosas del origen

(su propia luz hallando
al otro

lado). Y ahora que llegó
(llenándonos

de luz
la parte oscura) ¿quién

lo creería? ¿Caber, puede
caber

tamaño brío, bravura
semejante,

en este microscópico
faldero,

en este diminuto
mirmidón?


4. Asperezas e infortunios de un periplo real
Las muchas cartas que recibí de Nattie desde Inglaterra hicieron de la imagen de la reina Isabel II, invariablemente reproducida en los timbres postales, una presencia cotidiana en mi escritorio. Un día me pareció advertir, detrás de su regia indolencia, un mohín que me expliqué calculando las largas horas de viaje y los maltratos a los que debió de ser sometida, provocados al no ser ella la monarca auténtica, por los empleados de correos de los dos países. También sin duda por una inherente aspereza de carácter disimulada en mi presencia con toda educación. El relato está contado desde el punto de vista de un palafrenero del género de los corteses, que vino con ella. 
El texto apareció en el número de noviembre de 1990 de la revista Vuelta —en el que se anunciaba el flamante premio Nobel a su director, Octavio Paz—, con un par de erratas (una de ellas, inexplicable) que bien darían para un futuro post.


Diplomacia inglesa

Ahora, arriba, en el ángulo derecho, silenciosa
     nuevamente,
pero antes viera ud. las cosas que dijo Majestad acerca del camino,
cómo perdió la compostura al ver las postas,
viera ud. de qué manera la tomó contra nosotros,
cómo nos maldijo hasta la séptima las malas noches, la peor comida,
los tristes tratos destas bajas tierras.

Y mírela hora, en el ángulo del sobre, campeando el escritorio,
devuelta a su perfil de pura sangre,
mírela mirando amable el sacapuntas, los lápices en ristre, el vaso de
     agua.


5. Historia de una metamorfosis falsamente ovidiana
Muchas veces bromeé con que Isolda, que como buena persa era pródiga en pelos y carnes, había sido conejo antes que gato. Vista desde ciertos ángulos, lo parecía todavía. Un día me animé y puse por escrito esa versión de las cosas argumentando una chusca transformación. 
Este texto, penúltimo de El ciclismo y los clásicos, apareció originalmente en el número de diciembre de 1989 de la revista Los Universitarios que dirigía Gonzalo Celorio y editaba Pancho Hinojosa.


Cuenta la extraña transformación de su gata Isolda

Ayer fue liebre, mas hoy quién lo diría
si la mira lamiéndose de pronto
agora el pecho con aguda lengua, agora la pata
     delantera
y más allá la cola.

Oyó el fusil alimañero de un astuto solapado en la espesura
y, cundida de mieditis, puso pies en polvorosa,
y trepando acá una cumbre o bajando allí un declive
(no llegó a la luna por falta de escalera),
si no en laurel —como a la ninfa—, el susto la trocó de cuy en micha,
de silvestre en doméstica criatura.

El cambio la hermoseó, le devolvió la proporción perdida
de vivir acechando entre las fieras.
Mudó la dentición
(canjeó los incisivos por caninos),
se le achinó la mira y se le puso más donosa
y de largas —que mucho es el cuidado
donde el escollo es mucho—
en cortas se mutaron sus orejas, y en más acomodadas,
y hasta en el habla misma le crecieron
por mor de gongorismo unas espinas.

Por tan nimia razón —¡un sobresalto!—
y en tales condiciones,
¿habráse visto semejante trueque?
Que más parece cosa de invención, y figurada,
y asumpto de otro Ovidio.

___________________________
Una estupenda reseña del trabajo de Luis Mario Schneider, escrita por Adolfo Castañón, puede leerse en http://bit.ly/hiJwIh
La foto de Roberto Tejada fue tomada durante una visita que hicimos con otros amigos, alrededor del año noventa, al sitio arqueológico de Tula.
La primera edición de El ciclismo y los clásicos apareció en agosto de 1990 en la colección Cuadernos de Malinalco, en la que ocupa el número 15. La nueva edición aparecerá próximamente en la colección “Fervores” de Parentalia ediciones, cuyo logotipo reproduzco a la derecha.

2 comentarios:

  1. Fer,

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    Javor el Tibor

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