Cuando hace dos meses anuncié la inminente aparición de Palinodia del rojo, mi nuevo libro de poemas, debí tomar en consideración el conglomerado de circunstancias imprevistas que suelen determinar casi cualquier empresa humana. Una vez más olvidé que el entusiasmo, una de mis dolencias más agudas, ciega peligrosamente a sus víctimas. Pero ya el impresor, ciertos accidentes de su biografía y la pésima calidad de algunos de sus servicios, todo ello sumado a la rapidez con la que pasan los días, se encargaron de devolverme una visión más ajustada a la realidad.
Lo importante es que, aunque la editorial Aldus empezará a distribuirlo a partir de febrero, el libro está ya impreso y a la luz.
De camino a los cincuenta años, hace tiempo que dejaron de espantarme las demoras quizás porque tengo la impresión de que siempre me han acompañado. Tanto es así que creo que he llegado un poco tarde casi a todo. Me consuela la longevidad de mi familia paterna: Santos y Fernanda, mis abuelos, vivieron 96 y 93 años, respectivamente; mi tío abuelo Florentino, 90… Lo que quiere decir que si no vivo todo lo que deseo, no será por falta de tiempo. Como de costumbre, la variable desconocida la pone mi lado materno: el padre de mi madre no pasó de los cincuenta y seis años, edad que su mujer rebasó apenas… Como sea, me gusta pensar que me parezco a España, en palabras de mi admirado Menéndez Pidal un país de frutos tardíos.
Poco después de anunciar prematuramente la salida de mi libro (http://bit.ly/gK042J), un autor anónimo me hizo llegar un poema también llamado “Palinodia del rojo”. La forma en que el texto llegó a mis manos me impide resolver nada con absoluta certeza: un sobre en blanco que me fue entregado mientras atravesaba la calle de Río Nilo un mediodía al volver del correo, por una muchacha de flexibilidad y mirada gatunas, nada menos que montada en una vespa —como si estuviéramos en una ciudad de la Toscana italiana y no en la calle de Pánuco de la colonia Cuauhtémoc de la ciudad de México…—, la cual, mientras se alejaba sin esperar ninguna reacción de mi parte, pronunció una frase que no entendí en un inequívoco acento sudamericano.
El poema está escrito a imitación de Gerardo Deniz, a estas alturas un viejo conocido de los lectores de Siglo en la brisa. Cuando le conté lo sucedido, el poeta, picado por la curiosidad, me pidió ver el misterioso texto y gracias a su ayuda he podido entenderlo casi en todos sus detalles. No se me juzgue severamente por querer ponerlo en claro de manera exhaustiva: el poema, que tenía dos o tres pasajes incomprensibles para mí, era una fuente de posibles explicaciones. El ejercicio ha valido la pena por ver a Almela otra vez en acción pero también porque el texto parece confirmar que hay algo que se llama escuela deniciana, al revés de lo que siempre he sostenido. En el poema que copio a continuación y en los comentarios que le siguen se entenderá a qué me refiero.
Palinodia del rojo
14-XI-10,
8-9 am
No cantes ésa, rojo, porque ya no se estila.
Sólo algunas pazguatas piden perdón por ti,
pero la mayoría te reciben serenas
y hacen bien. Saben oscuramente
que, si bien a unas cuantas das algún dolor,
en desquite haces a muchas más ardientes [confidencia de dos]
y pones una fascinadora inflexión
en los deleitosos alientos femeninos.
Jáctate mejor, rojo, de que fue el doppleriano,
batocrómico corrimiento de las líneas espectrales
en conjunto hacia ti
lo primero que reveló la expansión de universo
(lo cual no es una cuestión de poca monta).
Piensa también, oh rojo, que si en ruso tu nombre
se funde con lo bello
(lo cual no es, por supuesto, lo que cree gente babosa)
es por algo —dímelo a mí, que vehemente acuso todavía
a la que siempre de rojo iba vestida
y cuyos ojos, oscuros teobromos deseados,
aún llevo en mis entrañas dibujados.
Para no ser prolijos, en fin, oh rojo contempla a tu poeta
confiando en que lo ayudes en su triangulación
de la topografía divinal de un blanquísimo Chaco,
ruega por nosotros los rojos y los verdes,
así como por algún Rangoni malhadado.
Es muy sabido que para Deniz, un poeta lleno de citas ocultas, guiños y referencias, en la poesía no hay nada que “explicar”. A lo sumo es posible hacer listas de ingredientes. Con esa afirmación abre el prólogo a Visitas guiadas. 36 poemas comentados por su autor (Gatuperio Editores, 2000) y la tarde de miércoles de mi visita se muestra fiel a ella al comentar el texto que le pongo delante. Una cosa me llama la atención: más allá de su primera curiosidad, el asunto no produce ninguna reacción en él. ¿Quién escribió el poema? ¿Por qué en imitación de su estilo? ¿Con qué propósito me lo hizo llegar? Nada de eso parece interesarle.
La primera parte no ofrece problemas: el autor anónimo empieza hablándole directamente al rojo, aludiendo a la frase “cantar la palinodia” que el diccionario define como “retractarse públicamente, y, por extensión, reconocer el yerro propio aunque sea en privado”. De inmediato, para mi gusto desconcertantemente, salta al tema de la menstruación. Quizás valga la pena comentar la frase “pones una fascinadora inflexión / en los deleitosos alientos femeninos” con la que Almela, sonriendo, parece coincidir porque me pregunta: “¿Has notado ese fenómeno?” y sin esperar mi respuesta añade: “Es infalible. Eso sí, cambia mucho el volumen, diríamos. En algunos casos se nota poco; en otros, estrepitosamente”.
—Y ¿te parece que para agradable?— pregunto yo.
—Cómo.
—¿Para bien? ¿Es un cambio grato?
—Pues te diré. Para… raro. Pero sí. Inconfundible.
Entonces llegamos a lo primero que no entiendo —que al parecer sólo sucede a quienes andamos desnudos de conocimientos científicos—: “Jáctate mejor, oh rojo, de que fue el doppleriano, / batocrómico corrimiento de las líneas espectrales / en conjunto hacia ti / lo primero que reveló la expansión del universo”. Cuando le leo el pasaje, Almela sonríe de nuevo: aquellos son terrenos que le son conocidos. Me explica que fue, en efecto, el “corrimiento de las líneas espectrales” hacia el rojo lo que permitió plantear por vez primera que el universo está en expansión (http://bit.ly/erZYFh).
Mi ignorancia no es tanta como para no saber qué es el efecto doppler —ahora que lo pienso, si dejé de entender lo que me dijo la mensajera de la vespa quizás fue porque ya se alejaba— pero suficiente para no tener ni idea de lo que me explica a continuación.
—En términos de luz, el efecto es el mismo. Y en el caso de las estrellas, que se alejan de nosotros, la longitud de onda de la luz “se estiiiira” y las rayas espectrales se desplazan, es decir, se corren… Cuando se alejan, se corren hacia el rojo, que tiene longitud de onda más larga que el otro extremo del espectro, que es el violeta. Entonces enrojece la luz, diríamos, ¿verdad? Eso sólo puede explicarse porque la fuente de luz se está alejando. Y como eso lo muestran todas las galaxias en todas direcciones, es que el espacio está expandiéndose y aumenta la distancia de cada una con respecto a todas… El corrimiento hacia longitudes de onda más largas se llama corrimiento batocrómico…
La misma reacción le produce el pasaje que viene a continuación. A estas alturas me parece que si el texto fue escrito, como es obvio, siguiendo los lineamientos de su escritura, al menos a juzgar por la naturalidad con que lo glosa el poeta el resultado es perfecto:
Piensa también, oh rojo, que si en ruso tu nombre
se funde con lo bello
(lo cual no es, por supuesto, lo que cree gente babosa)
es por algo —dímelo a mí, que vehemente acuso todavía
a la que siempre de rojo iba vestida
y cuyos ojos, oscuros teobromos deseados,
aún llevo en mis entrañas dibujados.
—Sí, así es—me explica—. La Plaza Roja, por ejemplo, es La Plaza “Bella”… En ruso, “rojo” y “bonito” tienen la misma raíz.
—“Lo cual no es lo que cree gente babosa…”.
—Pues serán los comunistas, ¿no?… [risas]. Sí, por eso, parece decir algo así como “háblame a mí de rojos, que aparte de las pendejadas del Ejército Rojo y la bandera roja, yo sí sé de rojo… por las razones allí expuestas”.
—¿Sabes lo que son los teobromos?
—Bueno, sí, es el nombre científico del cacao: Theobroma cacao. “Theobroma” significa “alimento de dioses”. Y sí, lo es… [risas] Yo hoy me comí una paletita de agua de chocolate y aun esa cosa miserable me supo bien… [Risas]
—¿Y la triangulación? ¿Qué será esto de la topografía divinal?
—La triangulación es eso para levantar planos hipsográficos, es decir de alturas y profundidades y todo… Ya sabes, los del teodolito, que miran para ver la distancia, el ángulo y la luz, con lo cual se forman triángulos. Los triángulos, por trigonometría, después de varias medidas te dan ya un plano en profundidad. Si no puede ser también en plano, vaya, de las subidas y bajadas del terreno… sus perfiles. Ésa es la “triangulación”, que es como se hacían en un principio los mapas. Ahora ya desde un satélite y [sonido irreproducible]…
—¿Qué te parece el adjetivo “divinal”?
—Curiosamente yo lo he usado repetidas veces. Por ahí puse en algún lugar “Fulana divinal”. Es que eso de “divino”, me jode…
—Dice “ruega por nosotros los rojos y los verdes”.
—Sí… Supongo que querrá decir por todos.
—Ah, claro, los rojos y los verdes y los azules y los violetas…
—Aparte de que el verde es el color complementario del rojo.
—“Así como por algún Rangoni malhadado…”.
—Rangoni es un personaje del Boris [Godunov], de Mussorgsky… Sólo aparece en el tercer acto… Además es que la melodía es muy fascinante [la tararea]. Es muy bonita. Sólo aparece en el mero final de ese acto y está en la escena de amor del falso Dmitri y Marina Mniszek en el jardín… Suena todavía el canto de Rangoni, que le acaba de decir a Marina, antes, que debe de estar dispuesta a todo en el nombre de Dios. Ella se escandaliza primero pero él contesta que “nada, nada, así es esto de la religión…” [Risas].
—¿Qué podría significar la alusión a Rangoni?
—[Risas] Quizás porque Rangoni está fomentando la unión de los católicos polacos con los ortodoxos rusos, y cuenta con que con un zar católico (el falso Dmitri convencido por él y por Marina, su esposa) imponga a su vez el catolicismo en Rusia en lugar de la ortodoxia. Es decir que en sus posibilidades, que no pasan de cantar, fomenta… un enlace.
—Eso tendrá que ver entonces —aventuro yo— con la alusión al Chaco, el “blanquísimo Chaco”, que sé que es un provincia del norte argentino. Yo conocí hace años a un escritor que era de allí y hasta leí un libro suyo.
—Ah no— responde Almela, taxativo y cortante— ahí sí tú sabrás…
¿Sabré? Al salir ese miércoles de su casa, tuve algo parecido a una visión: estacionada a unos metros de mi coche, vi una vespa idéntica a la que manejaba la muchacha que puso en mis manos el poema. Podría jurar que era la misma. ¿Qué hacía en ese lugar, la tarde de mi encuentro con el poeta? El hallazgo no hizo sino llenarme de nuevas suspicacias. Lo único que sé es que todo apunta al encuentro en Río Nilo y la muchacha del acento sudamericano. Como bien puede apreciarse, estoy lejos de resolver el enigma y no sería raro que la cosa diera todavía algo de sí. Si hubiera algo que informar, prometo hacerlo de inmediato.
____________________________
El poema “Palinodia del rojo”, que da título a mi libro, puede descargarse en la página de la revista Este País, en http://bit.ly/byLZq8
La foto de mis abuelos es del 5 de junio de 1997, día que Fernanda cumplió 83 años; Santos tenía 90.
Sobre Juan Almela / Gerardo Deniz en este blog:
Una tarde con Gerardo Deniz, http://bit.ly/bmZS4N
Cuadernos y dibujos del niño Deniz, http://bit.ly/9dkSDa
Gerardo Deniz, lector (1), http://bit.ly/hs2IA1
Gerardo Deniz, lector (2), http://bit.ly/ii4qxC
Largo y aburrido. ZZZzzzzzz
ResponderEliminarFer, por fin te leo entre tanta vacación. Qué genialidad la de Deniz y qué misterio el de la colombiana de la vespa roja. O es una admiradora secreta o una espía rusa o es la poeta disfrazada de poeta que no da la cara. Esto parece la estructura de una novela de suspenso. ¡Buenísima entrada y mil felicidades por tu libro!
ResponderEliminar¿Se sabe algo de la vespa? Bendita la hora en que Juan y tú os conocisteis. Saludos desde Alicante.
ResponderEliminar