domingo, 10 de febrero de 2013

Entrevista con Gerardo Deniz [1993]


El yerno de un querido amigo me hace ver que David Huerta publicó hace un par de meses un artículo sobre Red de agujeritos, el libro que reúne los ensayos de Deniz en Viceversa (“Un libro deniciano”, El Universal, 5 de diciembre de 2012). Francamente, no sé cómo no lo vi. 
Como sea, en cuanto me entero procedo a dar las gracias a su autor y armo esta entrega de Siglo en la brisa como una forma de diálogo con él. Aunque vale mucho la pena leer completo el artículo de David, y para ello ofrezco el enlace más abajo, destaco dos de sus observaciones: “Quien lea Red de agujeritos deberá estar dispuesto a aceptar una subversión completa de los valores aceptados en nuestra pequeña cultura. Deniz piensa y escribe con una soberbia libertad, sin ningún compromiso, con un talante juguetón y un genio ágil; su erudición sólo se empata con su feroz sentido del humor, junto al cual el humor medio-alto de los escritores mexicanos es francamente chirle.” 
Del cuestionario que cierra el volumen (que le pasé a Almela por escrito en el otoño de 1993, y que apareció en el número del primer aniversario de Viceversa con fotos de Nicola Lorusso), David Huerta dice que se trata de “una entrevista llena de miga, divertida y edificante para quien sea capaz de asimilarla por esos dos lados, el lúdico y el intelectualmente iluminador”. El mérito de la charla, sigue diciendo, radica en que está planteada “de un modo muy suelto y fresco, ante el cual el poeta se explaya en la misma tónica de naturalidad y franqueza.” Nada me ha parecido mejor que ponerla en línea para hacer una nueva invitación a leer el pequeño y sustancioso libro publicado en El Gabinete de Curiosidades de Meister Floh de la editorial Ficticia.

Deniz, el artista entre el pincel y el revólver 
por FF

—¿Cuál es el origen de su seudónimo?
—Gerardo se llamaba un abuelo mío y me iba a haber llamado yo. Deniz significa “mar”.
—¿Lo describen correctamente las palabras “erudito”, “hosco”, “raro”, “heterodoxo”?
—No. Hosco puedo serlo, a ratos. Nadie tiene la menor idea de lo que es auténtica erudición, y así basta saber la tabla del once para que lo crean a uno erudito. Con lo demás, por lo consiguiente. Eres un raro porque estudias un poco de chino, lengua de 25 por ciento de la humanidad. Afirmas, lo cual es evidente, que entre los poetas no hay más gente extraordinaria que entre los vendedores de lotería: ¡heterodoxo!
—¿A qué se debe que su poesía sea de tan difícil lectura?
—Aceptando, sin conceder, que yo escriba poesía, diré que no soy más difícil que la inmensa mayoría actual. Hace poco, después de escuchar a cierto poeta consagrado, un amigo me comentaba, más o menos, que mamarrachadas como “mi voz brota de la roca” no significan absolutamente nada pero son recibidas con aplausos. ¿Qué es lo difícil? Yo le respondía: lo único difícil es convencerse de que en verdad así están las cosas.
—¿Con qué obra del pasado le gustaría que fuera identificada la suya? ¿A cuál se parece? En ese sentido, ¿cuáles son sus influencias?
—Con la obra del Tajo de Nochistongo. Ignoro a qué se parezca. Me influye todo lo que he vivido y leído (poesía es lo que menos).
—¿Es capaz de definir su estilo?
—Oblicuamente: es lo que me impide participar en concursos, pues me reconocerían y mandarían al carajo.
—¿Tiene algo que ver, como parecería natural, con alguna tendencia de época?
—Claro que sí. Con la tendencia a la síntesis, como en Woodward, y con la tendencia a la comparación, como en Dumézil.
—¿Tiene usted idea de lo que es el neobarroco? ¿Le dice algo una expresión como “el horror al vacío”?
—No tengo ni la menor idea. La mencionada expresión, de procedencia aristotélica, evoca aquellas discusiones del XVII en torno al barómetro de Torricelli.
—¿Ha leído a José Lezama Lima? ¿Qué opinión tiene de él?
—Leí el primer par de páginas, intragables, de una monstruosidad llamada Paradiso y los últimos versos de no sé qué poema. Según estas lecturas y ochenta pomposos retratos, aquel señor era un payo de la cultura.
Considerando que su trabajo más reciente resulta de una lectura un poco menos difícil, ¿podría decirse que el camino de su obra hacia la madurez es un camino hacia el entendimiento, hacia la claridad?
—En estos menesteres es difícil una claridad mayor que la mía. Los fenómenos a los que te refieres deben de ser lamentables delicuescencias de la vejez.
—¿Puede hablarme brevemente de su procedencia científica?
—Brevemente, imposible. Pero llevo escritas muchas páginas al respecto y espero continuar. Si el proletariado las reclama, aparecerán, salpicadas de erratas, después de mi muerte.
—¿Cómo comprende un racionalista radical las zonas de la vida que no son explicables pensando? O dicho de otra manera, ¿cuáles son las fisuras de una visión de la vida completamente racional?
—Eso que se lo pregunten a los novelistas entregados a sus soporíferas exposiciones de mundo, demonio y carne. Un genuino racionalista sabe, ante todo, qué cuestiones (científicas, por supuesto) son planteables y entretenidas. Fuera de eso, todo es una olla de grillos fastidiosa, donde el llamado irracionalismo, cuando no es desvergüenza, es sinvergonzada.
—¿Pertenece al grupo de la revista Vuelta?
—Publico en la revista y la editorial Vuelta, como en otras veinte revistas y editoriales. Jamás he pertenecido a los consejos, directorios, mesas, o como se llamen, de Vuelta. ¿Conclusión? La de los imbéciles no va a cambiar por esta respuesta.
—En una reciente nota en la que presenta un cuento de Pedro Miret habla usted de “la capilla de nadies encargada de estorbar hasta por unas décadas la apreciación de todo autor que valga”. ¿No le parece un poco exagerado? En todo caso, ¿a cuál capilla se refiere?
—No, no me parece exagerado. En todo caso, una capilla de nadies es, como su nombre indica, imposible de ser señalada con el dedo. Sólo apesta e influye, pesa.
—¿No es usted mismo un autor cuyo reconocimiento proviene de una de esas “capillas”?
—No hay ningún reconocimiento digno de mención (salvo mi satisfacción personal), ni falta que hace.
—¿En qué consiste, desde su punto de vista, la crítica que le hizo Evodio Escalante? ¿Puede decirse que fue una crítica legítima?
—Aquel formidable artículo es la cosa que más he agradecido (olvidaré ahora alguna diarreílla suya posterior). Qué autorretrato del artista rojescente. En una página, ¡todo! El cretinismo, la retórica, la mala fe, el desconocimiento, la ñoñez disfrazada de desenfado, las alusiones a Vuelta y al dinero, la intelectuosidad carcajeable. Hasta no recuerdo qué mierda sobre jáideguer y los dioses (¡arroz!).
—¿Podría explicar en qué consiste la crítica que hace usted a José Emilio Pacheco? ¿Por qué es tan agresiva? ¿Es justo decir que se trata de un ataque personal?
—Se trata de un ejemplo de división del trabajo. Pacheco denuncia casi todo el mal del mundo. Por mi parte, me encargo de un escritor chirle que, curiosísimamente, se ha convertido en fetiche grotesco. Hace veinte años lo leí; si hoy lograra aún leerlo, conseguiría yo ser un poco más agresivo. En cuanto a personalizaciones, las aprendí de esa rojetería a la que Pacheco adula porque le conviene. Es un caso parecido (no idéntico) al del Klein Zaches de Hoffmann, que todo nene culto conoce.
—¿A qué obedece, a su juicio, el hecho de que nadie, ni Pacheco mismo, haya respondido a sus ataques? ¿Se debe, quizá comprensiblemente, a que su agresión está fuera del tono de las discusiones públicas que preferimos en México?
—Los paniaguados espirituales del Zorrocloco anunciaron refutaciones que nunca llegaron. El ninguneo es lo más nuestro y resulta, a veces, lo más prudente. Además, saben a la perfección que cuanto digo es verdad. Quien quiera ejemplos máximos de farisaísmo de Pacheco, que escuche a sus incondicionales hablar entre ellos. Precisamente así empecé a darme cuenta de las cosas.
—¿Qué opina de lo que dijo Margarita Michelena, que de los poemas de usted ella podría hacer veinte al día? ¿Fue por eso que le dedicó el poema “Fecal”, divagación sobre las deposiciones de los seres mitológicos?
—Yo, que apenas conocía el nombre de esa dama, descubrí de pronto su utilidad para reconstruir los hábitos del pterodáctilo y demás reptiles coprófagos, incluyendo un estilo periodístico floripondioso divertidísimo. Ojalá de veras me honrase con una imitación.
—¿Qué papel juegan en su aversión a los intelectuales de izquierda y los sicoanalistas sudamericanos, los años que trabajó para la editorial Siglo XXI?
—Un papel esencial, por supuesto. Acerca de los grandes personajes militares, decía un viejo refrán que había de ser muy héroe quien se lo pareciese al sargento que le quitaba las botas. Pues bien, la situación es análoga entre el intelectual y el erratonero de editorial, como yo. Y en los prados floridos del marxismo latinoamericano se alcanza, en esto como en todo, la perfección.
—¿Cuál fue su experiencia en España (en donde estuvo recientemente), país en el cual nació y al que no había vuelto en más de cincuenta años?
—Fue mucho más agradable de lo que esperaba. Claro que mi situación era monstruosa, sin tener nada que hacer sino comer, beber y caminar, pero pienso que aun en condiciones más reales habría estado a gusto. En especial me agradaron las mujeres, y no sólo por guapas, lo cual ya sabía.
—¿Hay algo en su carácter y en su manera de proceder que revele su origen español?
—Tanto como revelar, no. Determinadas asperezas mías parecen ser, estadísticamente hablando, más frecuentes en España que en el Anáhuac.
—¿Cuál ha sido su relación con el exilio español del que forma usted parte?
—Con unos cuantos exiliados como yo, siempre me he llevado bien, pero con el exilio no me relacioné nunca pues se sustentaba de actitudes que me eran y son ajenas.
—¿Cómo se explica el hecho de que a pesar de ser reconocido con tanto entusiasmo por ciertos críticos su obra sigue siendo inapreciada y desconocida, y su importancia frecuentemente ninguneada?
—Eso debería dar que pensar a esos tres o cuatro críticos. Confieso que las respuestas más rectilíneas herirían demasiado mi natural modestia. Prefiero subrayar que me he portado con poco savoir faire, y que pretendí engañar a conocedores dándoles gato por poesía.
—Según podría leerse de su biografía, es posible que sea usted visto en unas décadas como un poeta que renunció a todo por la poesía. Considerando que no tuvo éxito en sus otras vocaciones (mismas que usted ha descrito como más importantes), quizá los críticos del futuro piensen que fue la poesía lo que lo salvó de darse un tiro. ¿Cómo se defendería de esto?
—Si algún día (cosa improbable) alguien ve así mi caso, será porque se habrá enterado de algunos datos de mi vida, pero de otros no. Por qué habría de ocurrir algo tan raro. Y, si va a ocurrir, qué me importa. Por otra parte, escribir me ayuda, de tiempo a esta parte, a sobrevivir no de elevados desastres que, con el tiempo, van dirigiéndose, sino de una vida inmunda donde comprar unos zapatos hace fluctuar alarmantemente mi economía durante un mes.
—Ha declarado una y otra vez su hastío por los trabajos editoriales y de traducción, de los que ha vivido. ¿Cuál es, si la hay, la parte positiva de esa experiencia?
—No la hay.
—¿Tiene rencores?
—No, por desgracia, pues ayudan enormemente a vivir y a progresar, según me he dado cuenta. Por simple memoria, no olvido quién me agravió, pero, pasado el primer rato, aunque se muera, yo no siento nada, nada, nada.
—Diga tres deseos.
1) Una lámpara de Aladino. 2) Un instructivo acerca del régimen fiscal de dicha lámpara. 3) Lo diré al acabar de hojear dicho instructivo, antes de enfriarme.
—¿Considera que su lucidez y la consistencia de su postura han sido un obstáculo para su felicidad personal?
—¿Quién respondería que no?
—¿Cómo definiría su vida, ahora que está por cumplir 60 años?
—Como una verdadera chingadera que se convertiría en algo muy agradable con sólo disponer de los ingresos de cualquier economista de mala muerte.

Viceversa, número 7, noviembre-diciembre de 1993

_______________________
El artículo de David Huerta puede leerse en http://bit.ly/YO1GL6

La foto que antecede a la entrevista es de Conchita Perales y pertenece a una serie que le hizo a Deniz en el Zócalo de la ciudad de México el sábado 16 de marzo de 1991. El dibujo que representa una "Manifestación comunista atónita ante al arte por el arte", es del propio poeta. El maravilloso retrato de Pedro Miret de perfil, dibujando, pertenece al archivo de su hija Maia, a quien le doy las gracias por dejarme reproducirlo; el de José Emilio Pacheco lo tomo prestado de la página en la red de Infosur, que lo publica sin indicar autoría (http://bit.ly/V92t9G ); el de Margarita Michelena pertenece al archivo de la Coordinación Nacional de Literatura del INBA y es de Rogelio Cuéllar. La foto en la que aparece Deniz vestido de negro y con gorra, es de su viaje a España en 1992. Por último, la que ilustra la pregunta sobre el exilio español muestra a su padre a espaldas de su padrastro, nada menos que Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista Español. El resto de las imágenes pertenecen a mi archivo, como el retrato reciente de Deniz en Chapultepec, que es del año antepasado, o han sido tomadas de la red.

Sobre David Huerta y Gerardo Deniz en este blog:

Más sobre Deniz en Siglo en la brisa:
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
“Noticias” recientes, http://bit.ly/V95VkF
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Gerardo Deniz, lector (1), http://bit.ly/hs2IA1
Gerardo Deniz, lector (2), http://bit.ly/ii4qxC

domingo, 3 de febrero de 2013

Bernal Díaz del Castillo según Mario González


El mismo día que me contó que estaba leyendo la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, en el momento en que vi brillar en sus ojos la chispa de la fascinación, le pedí al escritor Mario González Suárez que escogiera cinco fragmentos del portentoso libro de Bernal Díaz del Castillo para publicar en mi blogEntiendo sus prevenciones respecto a la dificultad de señalar unos pasajes en detrimento de otros, más cuando he visto la edición en la que lo leyó, llena de subrayados a lápiz. 
Al final, Mario ha elegido los episodios en que se habla de la antigua presencia de gigantes en estas tierras, confirmada por un hueso mayor que la estatura del propio cronista; la descripción física de Moctezuma; una de las menciones de la antropofagia (tema que, junto con el de los códices prehispánicos, más ha despertado la fascinación de mi amigo); el negro que trajo la viruela que causó una gran mortandad entre los indios y la alusión al escandaloso silencio que siguió al momento la derrota mexica. Mario González Suárez ha escrito una espléndida presentación, llena de sugerencias y matices, que hace superfluo cualquier comentario más.


Poco va en saber sus nombres
Por Mario González Suárez
Un feliz extravío en una librería de viejo del centro me orilló a leer la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Me llamaron la atención los dos volúmenes en que la editó la Biblioteca Porrúa. Andaba yo buscando un libro de un autor uruguayo y me encontré la obra de Bernal ahí mismo en la sección de novelas. Mi amigo el librero respondió a mi pregunta “pues ahí va, con los latinoamericanos”.
Luego reconocí que sí, que Bernal Díaz del Castillo es el natural patrono de la literatura en América. Muchos de los lectores probos de su libro han dicho que Bernal era un mentiroso, y eso me parece también una prueba de que la escritura de Bernal está electrizada por la tierra, así empezó a comportarse el español cuando hizo contacto con nosotros, y parece que ese primer choque lo tomó desprevenido. No porque Bernal haya sido un soldado podemos decir que no era hombre de letras. Con esa su lengua española empezó a nombrar todo lo de aquí. Para nada se me ocurre que haya habido en su idioma alguna inferioridad, más bien aquí se nota cuánto pesan las ideas que tácitamente expresa cada lengua.
Lo que más me seduce de su prosa es la displicencia con que escucha y reproduce los nombres de las cosas y las personas de México. Uichilobos, Tatelulco, Cuedlabaca nos dan una idea. Quizá no es sólo displicencia, jamás menciona, por ejemplo, el nombre del señor de Tlacopan que anduvo con Guatemuz y convivió con la tropa hasta que Cortés dijo que los mataran. Tampoco sabe el del cacique tlaxcalteca que era su aliado, “que no le sé el nombre”, dice. Y en general sostiene Bernal acerca de los capitanes de Montezuma y los lugares de aquí “que poco va en saber sus nombres”. Más bien muestra una urgencia por bautizarlo todo, en un pase de magia busca tornar inofensivas las realidades de esta tierra apellidándolas en cristiano, basta ver cómo en un giro propio de la picaresca al señor de Tezcuco, Cortés y su gente lo nombran don Hernando Cortés, doña Marina tenía otro nombre, y así.
Algunos han dicho que es una novela de caballería pero a mí me parece una novela de aventuras que ha sobrevivido como una premonición de lo que luego ya formalmente se llamó la narrativa latinoamericana, con sus vicios y querencias, realismos decimonónicos, mágicos y revolucionarios. Por ejemplo, resulta que el capitán Cortés tenía un doble en México, un indio idéntico a él, y en Pedro de Alvarado los culúas vieron la encarnación del dios del sol, Tonatío escribe Bernal. El pasaje de Cortés haciéndole trampa a Montezuma en el juego del totoloque, así como le escamotea la paga a su ejército o la facundia con que viola el palacio de Axayaca, hacen de este héroe histórico un personaje literario. Y no hay que olvidar que la ingente desgracia que cuenta esta epopeya parecía plenamente justificada por las profecías de los caídos acerca del regreso de Quetzalcóatl.
Sin embargo, debo agradecer que mi mayor descubrimiento vino de la continua mención de los libros de los indios. ¿Dónde quedaron? ¡Cómo me gustaría ver, más que un original de cualquier Evangelio, el retrato que un cacique de Veracruz “mandó pintar al natural la cara y rostro y cuerpo y facciones de Cortés, y de todos los capitanes y soldados, y navíos y velas, y caballos, y a doña Marina y Aguilar, y hasta los lebreles, y tiros y pelotas, y todo el ejército que traíamos, y los llevó a su señor” Montezuma!
Bernal menciona que en el mercado de Tatelulco vendían papel amate, que se usaba regularmente para escribir. Habla de una nutrida correspondencia entre el rey y sus embajadores acerca del avance de los teúles; Montezuma recibió informes de la llegada de extraños a las costas de Yucatán desde antes de la expedición de Francisco Hernández de Córdoba. Consta que la burocracia azteca llevaba por escrito el registro de los tributos y los asuntos judiciales. Bernal dice que ha visto también pinturas en henequén. Y en más de un templo de los que iban quemando encontró “muchos libros de su papel, cogidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla”.
La historia del libro de Bernal me ha llevado a preguntarme cuál es su contrapunto entre los indios. Habría que ver un manuscrito autógrafo de Nezahualcóyotl para estar seguros de que no escribió en español. No pienso ni en visiones de vencidos ni en las confesiones de los indios escuchadas por el padre Sahagún. 
Se perdió o escondieron casi todo lo que habían escrito los indios. Son poquísimos los libros considerados verdaderamente prehispánicos, como el Códice Borgia; se acepta que en principio lo son aquellos cuyos escritores jamás conocieron el alfabeto que trajeron los conquistadores. Están escritos con unas imágenes que no han conseguido decodificarse sino muy poco. Quedaron reservados a los especialistas. Se ha difundido que un contenido valiosísimo de ciertos libros es que son tonalpohuallis, calendarios adivinatorios; el caso es que si estos códices son un oráculo nadie ha podido decir cómo se usan, qué cuentan, desde dónde. Como una piedra sagrada que se ha tenido bajo llave.
Sabemos que esta escritura se enseñaba en escuelas especializadas, se enseñaba a escribir la religión y la filosofía y el mito y la historia, que eran una sola cosa. ¿Con tales antecedentes estaremos a un paso de afirmar que había una literatura en América? Podríamos lamentar de los expertos en el tema cierta timidez al respecto, entre otras cosas, porque los americanos no tenían alfabeto, argumentan. Supongo que la escritura de palabras que impusieron los frailes tuvo que haber fascinado a los tlacuilos, y así se perdió también la habilidad de leer en imágenes, de dibujar un pensamiento que se correspondía con las imágenes de lo que durante cuatro Soles vinieron viendo los antepasados de los mexicas.

Cinco pasajes de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España

LXXVIII [Gigantes]
Y como nuestro capitán y todos nosotros estábamos ya informados de antes de todo lo que decían aquellos caciques [tlaxcaltecas], estorbó la plática y metióles en otra más honda, y fue qué cómo habían ellos venido a poblar aquella tierra, y de qué parte vinieron, que tan diferentes y enemigos eran de los mexicanos, siendo unas tierras tan cerca de otras. 
Y dijeron que le habían dichos sus antecesores que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras que los mataron peleando con ellos, y otros que de ellos quedaban se murieron. Y para que viésemos qué tamaños y altos cuerpos tenían trajeron un hueso o zancarrón de uno de ellos, y eran muy grueso, el altor tamaño como un hombre de razonable estatura, y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera. Yo me medí con él y tenía tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo. Y trajeron otros pedazos de huesos como el primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra; y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra.

XCI [Montezuma]
Era el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años y de buena estatura y bien proporcionado, y cenceño, y pocas carnes, y el color ni muy moreno, sino propio color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas y bien puestas y ralas, y el rostro algo largo y alegre, y los ojos de buena manera, y mostraba en su persona, en el mirar, por un cabo amor y cuando era menester gravedad; era muy pulido y limpio; bañábase cada día una vez, a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas, hijas de señores, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente que no lo alcanzaban a saber sino alguno de los que le servían. Era muy limpio de sodomías.

XCII [Antropofagia]
…y un poco apartado del gran cu [de Tatelulco] estaba otra torrecilla que también era casa de ídolos o puro infierno, porque tenía la boca de la una puerta una muy espantable boca de las que pintan que dicen que están en los infiernos con la boca abierta y grandes colmillos para tragar las ánimas; y así mismo estaban unos bultos de diablos y cuerpos de sierpes junto a la puerta, y tenían un poco apartado un sacrificadero, y todo ello muy ensangrentado y negro de humo y costras de sangre, y tenían muchas ollas grandes y cántaros y tinajas dentro de la casa llenas de agua, que era allí donde cocinaban la carne de los tristes indios que sacrificaban y que comían los papas, porque también tenían cabe el sacrificadero muchos navajones y unos tajos de madera, como en los que cortan en las carnicerías…

CXXIV [Viruela]
Y volvamos ahora a Narváez y a un negro que traía lleno de viruelas, que harto negro fue para la Nueva España, que fue causa que se pegase e hinchiese toda la tierra de ellas, de lo cual hubo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la conocían, lavábanse muchas veces, y a esta causa se murieron gran cantidad de ellos. Por manera que negra la ventura de Narváez, y más negra la muerte de tanta gente sin ser cristianos.

CLVI [Caída de Tenochtitlan]
Prendióse a Guatemuz y sus capitanes en trece de agosto, a hora de vísperas, en día de Señor San Hipólito, año de mil quinientos veintiún años. Gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora la Virgen Santa María. Amén. Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta media noche mucho más agua que otras veces. Y después que se hubo preso Guatemuz quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre encima de un campanario y tañesen muchas campanas.

_________________________
La fotografía de la lápida con el nombre de Bernal Díaz del Castillo la hice yo mismo en la ciudad de Antigua, Guatemala, en octubre del año pasado. Los retratos de Mario son míos: el primero lo hice en Tlalpan en junio de 2012; el segundo, que puede verse abajo de estas líneas, en Avándaro, el pasado diciembre. El resto de las imágenes que ilustran este post han sido tomadas de internet; algunas pertenecen a diversos códices como el Telleriano-Remensis, el Borgia, el Laud y el Florentino. La pieza que ilustra el fragmento titulado "antropofagia" se llama precisamente de ese modo y es de la fantástica pintora brasileña Tarsila do Amaral.

Más sobre Mario González Suárez en este blog:
Su trabajo como fotógrafo, http://bit.ly/111Qa30
Amparo Dávila en la Escuela Mexicana de Escritores, la escuela que dirige, http://bit.ly/111PKJS
Las fotos que reveló para mí, http://bit.ly/Y5nRw6