Únicos y singulares como lo fueron por separado, lo
normal es que su relación haya resultado única y singular, al menos como acaso
ninguna otra en la historia de la literatura mexicana. Se conocieron cuando
eran poco más que unos niños, en el Instituto Luis Vives de la Ciudad de México,
en 1945, a los once años de Juan Almela y trece de Pedro Fernández Miret. Se
parecían sus historias: habían nacido en España (el primero en Madrid, el segundo
en Barcelona), cosa que ocurrió durante los agitados y confusos años de la
Segunda República (uno en 1934, el otro dos años antes); eran hijos de
personajes públicos comprometidos con la circunstancia histórica y habían
viajado con sus padres a México, a donde llegaron con tres años de diferencia (Almela
en el vapor Nyassa, en 1942; Miret en el Sinaia, en 1939) y ambos terminaron inscritos
en aquel instituto, el Luis Vives, fundado por exiliados en la capital de su
país de acogida.
A partir de entonces y a lo largo de una década, particularmente
desde 1949, fueron amigos íntimos. En septiembre de 1955, sin que mediara
conflicto de por medio, dejaron de tratarse. En lo que les quedaba de vida no
volvieron a verse, con una sola excepción: una tarde de agosto de 1986, cuando
Eduardo Mateo Gambarte y José de la Colina, amigos comunes que los habían
conocido y tratado por separado, los invitaron a comer con el propósito de reunirlos
una vez más.
Habían transcurrido treinta y un años desde su último encuentro. Pasaron
la tarde juntos y rememoraron anécdotas, viejos profesores, músicas, amigos,
lecturas. Se despidieron prometiéndose reunirse de nuevo muy pronto, cosa que no
ocurrió pues ninguno de ellos hizo el esfuerzo inmediato de intentarlo y de ese
modo fueron pasando las semanas y los meses. Luego, un par de años largos. Dos
años y cuatro meses después, la muerte se adelantó: uno de ellos, Miret,
falleció inesperada y repentinamente; fue en la ciudad de Cuernavaca, el 22 de
diciembre de 1988, el mismo mes en que también moriría su viejo colega
adolescente, aunque veintiséis años después. El día de la muerte del primero de
ambos amigos, Miret tenía 56 años; Almela, 54.
Eduardo Mateo Gambarte, uno de los responsables de reunir, siquiera una tarde, a Deniz y Miret. Foto: internet. |
Pedro F. Miret. Foto: archivo de la familia Miret Schussheim. |
Juan Almela (Gerardo Deniz) en Chapultepec. Foto: FF |
Pedro F. Miret. Foto: archivo de la familia Miret Schussheim. |
Portada de Esta noche... vienen rojos y azules (1964), primer libro de Miret. Ejemplar en venta en la librería La Murciélaga (5000 pesos). |
Primer libro de Deniz (1970). Ejemplar de mi propiedad. |
Aunque no son muchos los críticos que han comentado la
literatura de Miret, su número resulta suficiente como para darnos una idea
exacta de sus principales virtudes, y para medir con precisión el tamaño y la
naturaleza de sus aportaciones. Algunos de ellos profetizaron en otra época una
suerte de boom de su literatura, que
nunca ha ocurrido. Esos mismos críticos entusiastas acaso se conformarían con
algo que es menos y al mismo tiempo es más: si no la gran circulación de su
obra, si no los grandes tirajes, la consagración de su autor como parte de la tradición
del cuento mexicano y su presencia en ella como un relevante autor de las
letras mexicanas del siglo XX.
José de la Colina, amigo de Deniz y de Miret, responsable de haber reunido a los viejos amigos por una única vez. En la imagen, el día que visitó mi programa de radio. Foto de Jonathan López Romo. |
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Gracias a Maia Fernández Miret por su permanente buena disposición y su constante ayuda en mi trabajo de investigación.
Más sobre Pedro F. Miret en este blog:
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Entrevista con José de la Colina, https://bit.ly/2MqROoV
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