En
el recuerdo me parecen trompas de elefantes adornadas según el gusto oriental. Cuando
veo nuevamente las fotos que les hice los últimos días de enero de 2018, advierto que
se adosan al edificio al que sirven de apoyo, y se yerguen, mediante una curva elocuente
y algo retórica, como riñones sacados de proporción, para descansar en unas
columnas posadas en el suelo cerca de nuestros pies, que las contemplamos con ojos
perplejos.
Cuando
hago el ejercicio de evocarlos sin buscar las fotos que les hice, pero también
cuando los vuelvo a ver en ellas, los famosos contrafuertes barrocos del templo
de Santa Rosa de Viterbo de la ciudad de Querétaro vuelven a producirme la
sensación que tuve cuando los vi por primera vez, a fines de enero del año pasado: una caprichosa
curiosidad.
Acudí
a la capital queretana porque había pasado los días finales de 2017 leyendo
cuanto pude conseguir sobre Maximiliano, y especialmente
sobre el sitio de Querétaro, el cual marcó el final de su triste imperio, y
quería ver con mis propios ojos los espacios donde pasó sus últimas semanas. La
historia de aquel fugaz régimen, estrafalario y trágicamente romántico,
se parece a esos botareles: un capricho que ayuda a sostener, como si fuera un
contrafuerte adornado de una insólita manera, la construcción histórica del
presidente Juárez.
El catre de viaje de latón, propiedad de Maximiliano, que se muestra en el Convento de la Cruz, en Querétaro. Foto: FF |
Como
el segundo imperio mexicano, no puedo decir que me gustan; son una extravagancia,
me parece, y, picado por la curiosidad que producen en mí, acudo al papel a poner por escrito mis impresiones, acompañadas de un puñado de fotos para compartir con quienes siguen este blog.
En este mismo espacio publiqué el
texto que leí en la presentación de El
vaso de tiempo de David Huerta (el link, al calce). En ese libro, mi amigo poeta cuenta que
descubrió el arte de la arquitectura cuando uno de sus tíos lo llevó a
contemplar los contrafuertes queretanos, que él llama, con hermosa palabra, “botareles”. David se refiere a ellos y pasa luego a relacionarlos con un
afortunado verso de Muerte sin fin: “en
sus azules botareles de aire”. Como verá quien lea, por cierto, en la misma estrofa está el
verso de donde salió el título de su libro. Aquí el pasaje de Gorostiza:
Es el tiempo de Dios
que aflora un día,
que cae, nada más, madura, ocurre,
para tornar mañana por sorpresa
es un estéril repetirse inédito,
como el de esas eléctricas palabras
–nunca aprehendidas,
siempre nuestras–
que eluden el amor de la memoria,
pero que a cada instante nos sonríen
desde sus claros huecos
en nuestras propias frases despobladas.
Es un vaso de tiempo que nos iza
en sus azules botareles de aire
y nos pone su máscara grandiosa,
ay, tan perfecta,
que no difiere un rasgo de nosotros.
que cae, nada más, madura, ocurre,
para tornar mañana por sorpresa
es un estéril repetirse inédito,
como el de esas eléctricas palabras
–nunca aprehendidas,
siempre nuestras–
que eluden el amor de la memoria,
pero que a cada instante nos sonríen
desde sus claros huecos
en nuestras propias frases despobladas.
Es un vaso de tiempo que nos iza
en sus azules botareles de aire
y nos pone su máscara grandiosa,
ay, tan perfecta,
que no difiere un rasgo de nosotros.
David Huerta, marzo de 2016. Foto: FF |
Hace
Huerta una de esas incursiones filológicas, tocadas por su inmenso talento poético, que hacen tan sabrosos sus ensayos sobre poesía, y esto escribe, sobre
la palabra misma, “botareles”:
Veía o entendía yo,
vagamente, la presencia de otras palabras como enterradas en la palabra “botareles”:
el verbo “botar” –como en el acto de “botar las naves”–, el vocablo “botes” –y
un sinónimo: la voz “bajeles”. “Botar los bajeles”: botareles.
Me
gusta pensar que los lectores de David podrán encontrar frescas e invitantes
estas imágenes hechas por un aficionado apenas (a la arquitectura, desde luego, pero también a la fotografía) que fueron tomadas ahora hace casi un año, y que publico sin
otra intención que poner forma y color a una palabra especialmente hermosa.
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Sobre El vaso de tiempo, de David Huerta: una apasionada defensa de la tradición, https://bit.ly/2M7pPMq
Más sobre arquitectura en este blog:
En elogio del Periférico, https://bit.ly/2K8y6lz
Calpan, https://bit.ly/2KgyfiB
Luis Barragán, el hombre libre, http://bit.ly/2pShTlB
Alberto Kalach, dos cabañas junto al mar: https://bit.ly/2trBai5
Carlos Mijares en Michoacán, http://bit.ly/QFoXOY
Ruinas de Antigua, http://bit.ly/Ub423w
Atlatlahucan, https://bit.ly/2yAMM7B
A las vueltas con Vladimir Kaspé, http://bit.ly/sSM2Ql
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