Fotografías de Juan Miranda
La semana pasada publiqué en este
espacio la primera parte de la charla grabada de poco más de una hora que
mantuve con María Luisa La China Mendoza cuatro años antes de su muerte (ocurrida en junio pasado). La entrevista, que giró en torno a su visión de su
propia vida y su obra, se mantuvo inédita hasta el pasado lunes 17 de septiembre, cuando fue transmitida en forma de emisión especial del programa radiofónico que conduzco. Como conté hace ocho días, la conversación transcurrió
en su casa de la colonia San Miguel Chapultepec, en presencia de sus amigos Juan Miranda y Norma Yolanda Contla. Las fotos son de él, y fueron hechas
aquel mismo día y durante una visita anterior.
—Cuando yo fui diputada, seguí teniendo el mismo fuelle respiratorio
que cuando era nada más así, observadora,
o alumna de Filosofía y Letras, o desvelada con mi grupo de amigos, bebiendo la
copa y coqueteando en aquellas redes sexuales tan hermosas que había cuando era
uno jovencito.
—¿Cómo? ¿Redes sexuales?
—Redes sexuales. Sí.
—¿A qué te refieres?
—Ahorita te lo explico. Eso se lo dije
un día a Carlos Fuentes. Fui a una fiesta a su casa, ya Carlos viejón. Yo
también y todos los demás, ya eran viejones. Fuimos amigos desde la
adolescencia. Estuve sentada, tomé la copa, cené, platicamos, pero todo era
como calmo, como apagado, ni siquiera era vibrante de política y de discusión.
Todo era así, aguado, pues. Yo le dije: “Carlos, tengo que decirte mi
observación. Hacía mucho que yo no venía al grupo. Para mí ha sido muy
impresionante ver qué poco jóvenes y llenos de vigor estamos”. “¡Ay, pero por
qué lo dices?”, porque Carlos Fuentes siempre creyó que tenía como veinte años,
¿verdad? Le dije: “Porque antiguamente estábamos sentados el mismo grupo,
estábamos platicando, lo que tú quieras, pero tú ya estabas enlazándote con el
muchacho que estaba enfrente, y el que estaba junto ya estaba enlazándose con
la que estaba de más acá. Podíamos estar casados, viudos, divorciados, todos
seguíamos tejiendo un tejido sexual, una telaraña en el ambiente, que era tan
excitante… La copa se te subía
más, el sabor de las enchiladas era más fuerte, la música era formidable,
bailábamos como locos. ¡No nos cansábamos nunca! Y regresábamos a nuestras
camas en un estado de indefensión, porque te habías dado plenamente con el
amigo que estaba enfrente de ti, nada más coqueteándote. No llegábamos a
mayores. Fuimos un grupo muy puro, muy temeroso. Bueno, pues era la época en
que el sexo siempre daba mucho miedo porque no había ni pastillas ni un demonio.
Entonces siempre íbamos como ángeles poseídos del deseo, pero sin llegar a
nada. Bueno, pues toda aquella sensación de tejido sexual, que tenías que hacer
así para caminar para tomar o a que te repitieran las enchiladas se había
perdido. Todos estaban serios…
—Se rió, se rió mucho. Y dijo: “No, pues
tienes tenía razón”.
—Pues lo que me cuentas confirma que tu
mundo es el periodismo y es la literatura mucho más que la política, pero la
política en este país marca con fuego, ¿no?
—Sí, a mí me marcó…
—En el mundo de los intelectuales, los
artistas, a uno que anda con los políticos se lo cobran, ¿no? Está vendido…
—Ya está vendido. Pero a mí, pues para
nada… Ora sí que pos cuícuiri, fíjate, yo nunca me vendí. Yo no tengo precio.
Pero también porque así me enseñaron en mi casa, mis padres. Así me enseñaron
mis directores de periódico y mis compañeros. Mis esposos, como si hubiera
tenido una caterva… Yo tuve dos esposos, periodistas honradísimos, impecables y
diamantinos. Entonces, pues así soy también, no faltaba más.
—Impecable y diamantino, como dice López
Velarde. En ese mismo orden de adjetivos.
—Sí, impecables y diamantinos.
—Oye, China, ¿y encuentra uno la
felicidad en el matrimonio?
—¡Ay, sí! A mí me encanta casarme,
francamente. Me gusta mucho, creo es una situación ideal, la del matrimonio.
Tener un compañero, un hombre que sabes que va a llegar a tu casa a comer
contigo. ¡O a pelearse, no importa! Y que sabes que en la noche se va a
desvestir delante de ti, ¡lo cual es un placer inaudito! Se va a acostar junto
de ti, a dormir junto de ti, y va a despertar a tu lado. Y todo eso lleva
implícito una protección, que yo siempre he necesitado la protección de mi
padre. Que me proteja, que decida por mí, que pague la renta, que me lleve a
pasear, que en los hoteles él arregle todo lo que hay que arreglar en el
escritorio, en el desk como dicen en
los hoteles. Y en fin, todo eso precioso del compañero sí me hace mucha falta.
—Pero ¿por dónde se rompe el matrimonio?
¿Qué es lo que hay que cuidar para que no se rompa el amor?
—Yo creo que la frivolidad masculina, el
machismo masculino, que es un hecho en México. Pues bueno, ni modo, así es. Y
el ojo bravo del hombre. El lingui-li-lingui. No puede pasar una señora… Y se va sus ojos tras sus
traseros y tras sus piernotas. Llega un momento en que se va tras de ella
completamente, y se rompió el matrimonio. Porque nosotros fuimos educadas con
una necedad de dignidad, que tampoco ya no se usa, pero qué lata… No
puedes perdonar. Porque así te enseñaron también, oye. Yo a veces pienso: me
podría haber hecho guaje. Y yo seguiría casada, desde mi primer precioso esposo…
Seguría siendo la señora Deschamps.
—Tienes buena relación con ellos, ¿no?
Los dos viven ¿verdad, China? Te llevas bien con ellos.
—Sí. Tengo buena relación… pero de
lejecitos. Porque a mí no se me olvida, acuérdarte. Eso no se te olvida. La
piel no olvida. Los ojos que lloraron no olvidan la dignidad ofendida. Yo siempre
decía: “¡Bueno, pero ponme los cuernos con Rosario Castellanos, por el amor de
Dios… con alguien que valga la pena, no con esta liendruda… Por favor. O con esta
engargoladora, ¿cómo es posible?” ¡Qué humillación! Pues eso no se olvida…
—Oye, China, no tuviste hijos.
—No. Tuve muchos perros. También no tuve
tiempo. Y no tuve tiempo por el matrimonio, por el periodismo. Si yo hubiera
dejado de trabajar nueve meses, pues no sé cómo hubiera caminado la casa,
porque nosotros vivíamos de lo que él ganaba y de lo que yo ganaba. Y entonces
juntábamos los dos pobres sueldos y podíamos darnos lujos pequeños hasta de restoranes, que yo ya no
me doy. Y a mí me encanta ir a comer a los restoranes. Pues no, no me doy…
Bueno, si me invitan, sí… Ah, te digo que acabo de leer un libro que escribió
Socorro Díaz sobre Enrique Ramírez y Ramírez, que fue el director del periódico
El Día, otra de las picas en Flandes
de mi vida… Cuando yo fundé El Día,
como fundadora fundadora, realicé uno de los grandes hechos de mi vida
periodística, de mi vida real de ser humano. Dirigí mucho, aprendí mucho. Mi
primer viaje como enviada especial, me mandó Ramírez y Ramírez a Nueva York, a
la Feria Mundial… Fue maravilloso. Luego me mandaron a diferentes partes del
mundo. Empecé a salir de mi pequeño establo, donde yo namás tomaba mi agüita y
mis hierbitas, ¿verdad?, como burrito. Y fue fantástico… Entonces, Socorro Díaz
escribió un libro muy interesante, de la historia de Enrique Ramírez y Ramírez.
Y en ese libro están los fundadores, la gente que dirigió… No lo he acabado de
leer, por eso no puedo pelearme plenamente, pero hay una foto maravillosa en
donde está el director rodeado de periodistas, incluyendo un señor que fue rector de la
universidad en Argentina. Están Beltrán y mi adorado Dorantes. Y, en fin,
gente muy, muy importante del periódico. Como cinco hombres, y yo. Y yo traigo
un traje Chanel que todavía le suspiro porque era maravilla. Y en el pie de grabado, yo no existo.
No sabes cómo...
—No, no sé si se lo diga alguna vez… No. Pero me dolió
tanto... Dije: “¡Ándale, otra lección de humildad!” ¡Sin ningún derecho! ¡Pero
cómo! Pero si yo fui la maravilla en el periódico. ¡Si todo el tiempo que
estuve en el periódico fue triunfo tras triunfo! ¿Y por qué me salí? Porque me
empezaron a tratar muy mal porque yo andaba con Edmundo, y eso les molestó
muchísimo. Y entonces tuvimos que renunciar los dos. Pero fue una renuncia muy
digna, no nos dieron un centavo, nunca hicimos molestia ni hicimos escándalo ni
mucho menos. Y sale la fotografía más importante, por ahí anda, ahorita te la
enseño, están todos muy serios y a mí no me dan el crédito. Eso es un poco la
historia de mi vida, ¿eh?
—Entonces tus novelas no han tenido...
—Pues sí, sí tienen muy buena acogida,
pero como que no trascienden, porque… Bueno, yo creo que los premios ya están
comprometidos. Ya no hay…
—Sí, pues es un juego ahí, es un
mecanismo, ¿no?, y más ahora que todo es comercial…
—Y los boletos de avión están ya
repartidos también. Y el pago de los hoteles en el extranjero, ya está repartido.
Ya no hay para mí, ya se acabó. Además, no se te olvide que yo adolezco de una
falla tremenda en este país nuestro que yo adoro: soy mujer.
—Bueno, sí ha cambiado porque en el
periodismo hay muy buenas periodistas. Han sobresalido las mujeres de muchas
maneras, ¿eh?, a pesar de que siguen siendo muy solemnonas. Como lagartos
parados. ¿A poco no? Y yo no, yo tengo mucho sentido del humor, me burlo mucho
de mí misma, me uso mucho para hacer reír a los demás. Pero desde luego hay
directoras, hay muy buenas novelistas o reporteras o cronistas, o lo que tú
quieras y mandes. No se le puede negar la preponderancia a Elena Poniatowska,
¿verdad?, como la tuvo Rosa Castro, cuando vivía y era la hermosa venezolana
periodista que triunfaba en México; como lo era Magdalena Mondragón, una gran
periodista mexicana; como fue la doctora Chapa. En fin. Hubo grandes
periodistas a lo largo de la historia del periodismo en México y sigue
habiéndolas ahora en este tiempo. No me preguntes quiénes, porque no soy capaz
de hacerte una lista, pero sí te digo que como periodismo en general, ha sido
magnífico conforme pasa el tiempo. Yo leo todos los periódicos con una
felicidad y una dicha… Me encanta leer periódicos. No sé cómo hay gente a la
que no le interesa el periódico. ¡Pero cómo! ¡Quién…! Ya te imaginarás que miento madres cuando está mal
escrito algo. Vuelvo a leer la frase: ¿qué es lo que este desgraciado me quiso
decir?
—Por qué será que algunos de tus colegas
te desprecian, si tú fuiste quien…
—Ah, no, pues se les olvida. Hablan de
todos los importantes en México menos de mí. Hablan de periodismo, pero no
aparezco, ¡no me dan crédito! ¡Qué coraje! ¿Por qué? ¡Con qué derecho si me he
roto las manos trabajando! … Qué cosa… ¡Pero qué pasa, por qué me ningunean!
¿Están esperando a que yo me muera para…? Yo no soy Ricardo Garibay, con esa
obra literaria maravillosa. Y también me han negado mucho de la obra
periodística. Claro que mis columnas son preciosas, pero no son tomadas en
cuenta como periodismo. Claro que yo me paro en un foro, y hago reír hasta al
boletero. Se hacen pipí de risa. Les devuelvo la alegría. Les regalo mi experiencia
de mi grupo de inteligentes, que es maravilloso, yo vengo de la inteligencia… Les
regalo el humor negro de mi familia. Me he criado entre políticos, pero me he
criado entre reidores, entre palabras inteligentes, de risa loca. Eso no me lo
perdonan…
—No…
—¿Ninguno?
—No, no, ni uno de jodida… Si yo fuera
Susan Sontag. O de perdida Elena Poniatowska, ¿no?
—¿Y tienes todavía algún proyecto
literario, alguna novela, algunos cuentos?
—No.
—¿No se te quedó en el tintero algo?
—No. Acabaron conmigo.
—Pero yo te veo muy bien. Te veo guapa,
te veo fuerte...
—Sobreviviente soy del horror.
—¿Eres de 1930, verdad?
—Sí. Yo creo que soy sobreviviente. Todos mis amigos ya se
murieron, todas mis primas hermanas ya se murieron. Ya la casa de Guanajuato no
existe. Ya nada. Pero, bueno, sigo viviendo y… Ayer vino Kena a comer aquí, con Lorenza.
—¿Kena
Moreno?
—Sí. Entonces
estaban hablando mal de los hombres, que una mierda, y esto y lo otro… Dijo Lorenza: “Bueno,
pues aquí La China es la única que todavía tiene muchas ganas de tener que ver
con los hombres”. “¡Ay –yo dije–, pero pues si estoy viva!” Yo adentro sigo
siendo la muchacha de veinte años. Yo veo los muchachos en la televisión, y
¡pero, ay, pero qué guapura! Ay, que este muchacho estuviera aquí sentado junto
a mi cama platicando conmigo, qué delicia. ¡Estoy viva! Porque éstas no,
fíjate. ¡Los odian, los odian a los hombres! Qué cosa, ¿no?
—Pero estás sensacional, China, estás
muy bien, ¿eh? Estás sensacional. Guapa, joven, llena de luz. Y en esta casa,
llena de luz, y en este precioso lugar que estás aquí defendiendo como debe de
ser.
—Porque estoy viva, estoy joven…
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Todas las fotos que acompañan este post son de Juan Miranda.
Más sobre Juan Miranda en Siglo en la brisa:
Foto: Juan Miranda |
Un retrato de Rulfo en Viceversa, https://bit.ly/2lYMqOM
Contra la fotografía de paisaje (portada), http://bit.ly/1BwLVfM
Octavio Paz en el velorio de Juan Rulfo, http://bit.ly/XJsi1s
Octavio Paz en el velorio de Juan Rulfo, http://bit.ly/XJsi1s
Maestro de fotógrafos ciegos, https://bit.ly/2OgOQot
Más
entrevistas en este blog:
A José de la Colina, https://bit.ly/2Obpjgl
A Gerardo Deniz, https://bit.ly/2MorbRq
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