Fotografías de Juan Miranda
Cuatro años antes de su muerte, un mediodía de primavera de 2014, María Luisa La China Mendoza me concedió una entrevista en el estudio de su casa de la colonia San Miguel Chapultepec de la ciudad de México. La conversación, que giró en torno a su paso por el periodismo, la literatura y la política, se mantuvo inédita hasta el pasado lunes, cuando la transmití en una emisión especial del programa radiofónico A Pie de Página del Instituto Mexicano de la Radio. Quiero dar las gracias a mis amigos Juan Miranda y Norma Yolanda Contla, compadres de La China Mendoza, quienes me llevaron por vez primera a su casa y volvieron conmigo unas semanas más tarde para hacer esta entrevista, en la cual la autora de las columnas La o por lo redondo y Trompo a la uña, y de las novelas Con Él, conmigo, con nosotros tres y El perro de la escribana se expresó con libertad y desparpajo característicos sobre su vida y su obra. Entre otras cosas, como verá quien lea, La China habló del olvido al que la condenaron algunas de las mismas autoridades y los mismos amigos que luego se lamentaron ostensiblemente en público por su muerte, ocurrida a fines del pasado junio. La prueba irrefutable del desdén de sus colegas y sus contemporáneos es que prácticamente ninguno de sus libros se consigue en la actualidad. Esta entrevista, que publico ahora transcrita en este espacio en dos entregas consecutivas, es un testimonio de la manera de expresarse –sabia, riquísima y de legítimo sabor mexicano– de esta apasionada mujer, inolvidable y entrañable, que exploró con gracia los diversos ámbitos y registros de la lengua. Las fotografías que acompañan este post son de Juan Miranda.
—¿Tú crees que esté peor el periodismo que hace veinticinco años?
—¿Ya me estás entrevistando?
—Ya puse la grabadora, pero… Yo digo que mientras más suelta sea la plática…
—Fíjate: yo estoy muy orgullosa de mi profesión. Siempre digo que de mi periodismo vengo y a mi periodismo voy. Yo soy esencialmente periodista, aunque no viva del periodismo en este momento porque me condenaron a sueldos de hambre. Soy de los menesterosos del periodismo. Y porque, además, ha ocurrido una cosa muy mala en el periodismo de mi país: que me ha desperdiciado. Formo parte de los desperdiciados. Habemos muchos desperdiciados. “Habemos” está mal dicho: hay muchos, y entre ellos estoy yo.
—¿Pero qué te hubiera gustado haber hecho para que no tuvieras esa sensación de desperdicio?
—Bueno, en primer lugar, no haber tenido esa tempestad literaria por escribir una novela, que fue lo que me arraigó a una silla de mi despacho, de mi cuarto de trabajo. Entonces, ya no tenía yo tiempo de hacer el periodismo que a mí me gusta, que es el de la calle, de la entrevista, de la investigación, de la hemeroteca.
Todo eso que es tan bonito del periodismo. Y las mesas de redacción, las juntas de los periódicos. El afecto de los colegas, que es un afecto muy cálido, muy frutal, que no lo encuentras fácilmente entre los escritores, que son unos jijos de la tostada. Nunca te llegarán a querer como te quieren tus compañeros de profesión. Algunos, claro, tengo yo muchos enemigos también, desde luego, pero en general mi relación con ellos ha sido muy cálida. Y cuando estuve en la televisión también descubrí ese afecto de los compañeros televisivos. Ellos sienten que si tú haces bien el trabajo, para ellos bien, porque eso les favorece mucho, lo cual en la literatura no es así: puedes escribir una obra maestra, y siempre te ningunearán. Yo sí creo que en la literatura he sido otra desperdiciada. Y creo, todavía tengo la esperanza, de las correas que van a salir del cuero cuando yo me muera, pero eso ya no me interesa. Y a mi familia menos. A mi familia no le interesa lo que yo escribo ni nada, no le interesa nada. ¿Verdad que no te interesa? [pregunta a una sobrina suya, que está presente, quien contesta, riéndose:]
—No. Casi no leemos sus libros...
—A lo mejor te va a pasar eso que está pasando ahora con Ricardo Garibay, que fue ninguneado por el medio literario…
—En qué forma.
—… y ahora resulta que los más jóvenes, los que nunca lo leyeron [en vida de él], se dan cuenta de que fue un escritor genial, con una prosa extraordinaria.
—¡Qué manera de escribir! ¡Qué manera de escribir! Yo sí he escrito prólogos para sus libros, reproducciones de sus libros. Cuando estoy leyendo y levanto los ojos, así, en una frase genial, que levanto los ojos para relamerla, para olerla de nuevo la frase, quiere decir que es un genio. Eso me pasa con muy pocos… Con Proust, con Nabokov, con Jaime Sabines, con López Velarde... ¡Son los grandes escritores! Se te mete dentro una nube y explota, y sale mucha agua y te baña. ¡Ah, es una maravilla la literatura!
—¿Valió la pena, China, que sacrificaras lo que pudiste haber hecho en el periodismo por las novelas?
—Sí, sí, sí. Sí que valió la pena porque yo me he realizado mucho como escritora, estoy segura de lo que he hecho.
—Estás satisfecha como prosista.
—Absolutamente.
—Entonces por qué dices que también te sientes desperdiciada en el mundo de la literatura.
—¡Porque no me han dado el lugar que merezco! No faltaba más que me creyera yo también menos, ¿verdad? Porque todos los que nos representan en el mundo son Pedro, Juan y varios, ¡los mismos de siempre! A mí hace mucho que no me llaman a representar a mi país en Europa, en los congresos, en las ferias. Bueno, nunca he ido a la Feria de Guadalajara, es el colmo.
—No lo puedo creer.
—Pues créelo. Todo el mundo dice el mismo. Y creo yo que ahora empeño en no ir, para seguir salvaguardando esa gran queja, esa, esa…
—…sí, como una especie de protesta.
— … de protesta. ¡Cómo es posible!
—A lo mejor eso tiene que ver con eso que llaman los académicos, la creación de un canon literario, y que a veces para crearlo hay consideraciones, bueno, políticas, hasta turísticas, y de pronto la calidad literaria a veces no está en ese canon.
—Probablemente, ¿verdad?
—Por qué, por ejemplo, Ibargüengoitia tiene tanto reconocimiento, y se habla tanto de él, pero de Garibay no, cuando Garibay es mejor escritor que Ibargüengoitia.
—Sí, qué barbaridad… No. Ricardo es un tema aparte en la literatura de México. Es uno de los (para que no seamos catequistas y decir “solamente él”), uno de los mejores escritores del siglo pasado de México. Su prosa no tiene comparación con ninguno de los demás escritores que deambulamos por el mundo en este momento… O que deambularon en el siglo pasado. Es de una contundencia… La casa que arde de noche es verdaderamente sensacional. ¡Qué hermosa, qué bien escrita! Par de reyes: ¡qué páginas de amor, de celos, de desierto, de incendios, de caballos, de borracheras…! Amén de todo su trabajo como periodista, que fue de primera. Su reproducción del habla de la gente… Eso no tiene comparación. Yo nunca me acuerdo, cuando estoy escribiendo, de cómo habla la gente. Yo invento que habla así, pero ése es mi derecho de escritora, pero él no, él reproducía exactamente hasta los pujidos. Fuimos a América del Sur y cuando íbamos en el avión empezó a hablar como chileno. Bueno, todo el avión se mataba de risa. ¡Era exacto! “¿No es cierto?”… “¿No es cierto?”, terminaba. “Señor, ¿quiere usted hacer el favor de poner los brazos en la espalda, derecho por favor, porque lo voy a fusilar, no es cierto?”
La China Mendoza, con su comadre y querida amiga Norma Yolanda Contla. |
—Todas me parecen extraordinarias, y perdón por la soberbia. No es verdad, no es a tal grado lo que parece. Es como mi cojera: se ve más que lo que es en verdad mi rotura de pierna. Creo que De ausencia es uno de los logros míos. Pero Fuimos es mucha gente creo que ha sido también muy desvisualizada, muy ignorada. Le han volteado la cara, y es una novela preciocísima.
—Entonces no has encontrado, digamos, el diálogo crítico que hubieras querido.
—No, no, para nada. Ni mucho menos.
—Porque además es difícil seguir trabajando si que tus colegas, de alguna forma…
—Al principio sí tuve mucha aceptación, y fue un trancazo. Pero fui caminando, sobresaliendo en el periodismo y empezaron a crecer los rechazos. Y luego, fui priista… Bueno, el acabose. Y fui diputada. ¡Lo nunca visto! Desde que entré a la televisión, fíjate, empezó el rechazo mayor. Nada más el único escritor que era un asiduo de la televisión era Salvador Novo, y después de Salvador Novo le seguí yo, trabajando en televisión, y eso fue muy mal visto. Bueno, ahora yo pregunto ¿qué escritor de la actualidad no ha pasado por la televisión? Nomás pregunto, ¿verdad?… Ricardo Garibay, que en paz descanse y que fue glorioso. Y qué te digo… no sé…
—Arreola, ¿no?
—Arreola, que fue deslumbrante en la televisión. Todos, todos han pasado en su momento por la televisión.
—Quizá a lo mejor fue más gravoso tu paso por la política y tu priismo, que tu presencia en la televisión.
—En principio, fue la televisión, luego siguió la política y sobre todo la política protagónica, como es el caso de ser diputada federal. ¡Pero cómo iba yo a decir que no, si yo me crié entre políticos, yo soy guanajuatense! Los guanajuatenses hicimos la Independencia, somos conspiradores de naturaleza. ¡Cómo iba yo decir que no! Que me estuvieron oteando, me echaron el pial, como dicen en mi tierra. Bruta sería…
Mi padre fue diputado en Guanajuato dos veces, fue dos veces presidente municipal, fue presidente de la Suprema Corte… ¿cómo se llama en Guanajuato la Suprema Corte? No me acuerdo. Bueno, como se llame… Lo correspondiente. Presidente de la Suprema Corte. Fue un hombre con una gran trascendencia política. Fue desde luego un hombre muy importante. Y así nos lo hizo saber a nosotros, así lo vivimos pues. Entonces, la política se desayunaba, se comía y se merendaba en mi casa. El otro día leía yo a Octavio Paz, que decía que su abuelo Irineo, cuando contaban las batallas, las batallas de no sé dónde de la Revolución y demás, era tan vivo, tan vívido lo que él contaba, que el mantel olía a pólvora. ¡Es una belleza! Bueno, pues yo viví, yo comí, desayuné y merendé en manteles que olían a pólvora. Pues mi papá era de Celaya, pues imagínate que allí Álvaro Obregón, pos era la papa, ¿verdad? Y las batallas, y te contaban cómo, la forma. Y tú lo oías deslumbrada. La Revolución fue para mí como si fuera una fiesta de familia, o un duelo de familia. Una cosa muy cercana. Por eso me siento yo tan mexicana… Yo nunca he estado avergonzada de ser mexicana. O que dijera yo: “chin… si yo fuera Susan Sontag”, tú verías como yo tendría en este momento un lugar desarrolladísimo en la literatura y en el periodismo, porque era Susan… Es más, pero fíjate que no.
—¡Ah, claro! No hubo un instante... Siempre digo que es el gajo de una mandarina helada que yo me llevé a la boca con más placer, y lo saboreé con más placer. No ¡pero cómo puedes comparar la diputación con un gajo de mandarina! Sí, la comparo. En primer lugar me sentí realizada, me sentí respetada, me sentí joven y mujer… Me sentí coqueteada, me sentí... Bueno, casi lo puedo decir, que deseada. Fue muy hermoso. Y además, con esa cosa que da el fuero, no para que asaltes ni para que robes dinero, sino para que te sientas defendida de mí misma. Yo siempre he necesitado un hombre que me defienda, y casi nunca lo he tenido. Han sido temporadas chiquitititas. Nadie se la quiere jugar por mí, y la Diputación sí se la jugó por mí, el PRI, el Partido se la jugó por mí, desde que hice la campaña en Guanajuato. La gente que me cuidaba, la gente que me sostenía, la gente que me mandaban del Partido para que viera también cómo iba caminando… Mis discursos, el respeto que me empezaron a tener los demás políticos. ¡Ay, por favor! ¡Cómo no! Fue una satisfacción enorme. Si la vida me volviera a dar la posibilidad de volver a vivir la vida, y me dijeran: “¿qué quieres ser: periodista, escritora… o diputada?”, yo diría: “Diputada. Y senadora”.
—Es que ya ves que hay esa tradición muy del siglo XX, de que no puedes meterte a la política porque eso significaría que entonces ya no vas a poder hacer la crítica del poder. Supongo que ésa es la confusión que se puede criticar a un escritor que toma el gancho de la política: es decir, que está ya en el poder y entonces ya no puede criticar al poder, que casi en esencia tiende a la maldad…
—En cierto sentido sí hay una cierta razón, porque dentro de la política tú tienes una lealtad a tu partido, y hay muchas cosas que hay que atacarlas, pero con inteligencia, con sentido del tamaño de lo que vas a criticar y qué vas a criticar. Yo he pasado la vida, en mi estilo, criticando al gobierno, incluyendo el tiempo de diputada. Bueno, pero es que yo también traigo toda la caminata del periodismo. Yo crecí como mujer, como ser humano dentro de la política… No sólo crecí de niña en la política, como pueblerina, como provinciana...
Cuando fui mujer, me casé con dos periodistas, y entonces en mi casa pues se hablaba de periodismo. Mis amigos son periodistas, o eran en aquella época. Mis compadrazgos son con periodistas. Yo tengo nada más dos compadres y dos comadres, y todos son periodistas. Cómo voy a no tener la respiración periodística. Por eso estoy tan orgullosa y por eso me gusta tanto. Y por eso me hiere cuando no me consideran como periodista. Acabo de empezar a leer un libro que escribe Socorro Díaz, periodista. Llegó al periódico El Día cuando yo estaba subdirigiendo El Gallo Ilustrado, con Alberto Beltrán, y luego Enrique Ramírez y Ramírez me dio la posibilidad de dirigir Fin de Semana yo solita. Amén de que tenía toda la fuente de la literatura, de la pintura, de la música, etcétera, y me empecé a hacer muy sobresaliente en todo lo que sea cultura, dentro del periodismo. Entonces, cuando yo fui diputada, seguí teniendo yo el mismo fuelle respiratorio que cuando era nada más así, observadora, o alumna de Filosofía y Letras, o desvelada con mi grupo de amigos, bebiendo la copa y coqueteando en aquellas redes sexuales tan hermosas que había cuando era uno jovencito.
—¿Cómo? ¿Redes sexuales?
—Redes sexuales. Sí.
—¿A qué te refieres?
—Ahorita te lo explico.
(La segunda parte de esta conversación aparecerá en este mismo espacio la próxima semana.)
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Todas las fotos que acompañan este post son de Juan Miranda.
Foto: Juan Miranda |
Un retrato de Rulfo en Viceversa, https://bit.ly/2lYMqOM
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