Así que esta semana he aprovechado una visita al Botánico de CU para intentar confirmarlo. Con todo, no he ido por esa razón sino por otras tres: la primera, porque debo de hacer tiempo hasta que den las dos y media de la tarde, hora a la que he quedado de encontrarme con mi viejo maestro Javier Díez Brassetti, quien me ha citado en un restaurante de la plaza de San Jacinto.
Mi amigo Javier Díez Brassetti en la Plaza de San Jacinto, el jueves antepasado. Foto: FF |
La segunda, porque he leído en una nota en el periódico, que ha puesto en línea mi amiga Andrea Casar, precisamente con quien visité el Botánico por primera y única vez, que la Universidad ha fundado un centro de adopción de plantas mexicanas en peligro de extinción (cactáceas, crasuláceas, orquídeas y agaves), y he venido a curiosear para conocer a detalle el proyecto y ver si me llevo alguna a mi casa.
La tercera razón quizás sea la más importante: ver de nuevo aquel maravilloso paraje y pasar un rato de reflexión y descanso en alguno de sus hermosos rincones. Ha sido un complicado inicio de año para mí. Estuve lastimado, primero, y luego enfermo, por lo que debí de tomar dos series de antibióticos, y todavía después, un domingo por la noche sufrí una absurda caída en la calle. Además, he hecho algunos viajes, lo que quiere decir que no he sido tan sensato como para dar el debido crédito a mi Séneca, quien dice a Lucilio que aquél que ha sufrido una pérdida dolorosa o se ha roto algo necesita urgentemente un médico, no otro país.
Ya que estoy en este sitio, intento lo que ahora me parece complicado: ubicar de nueva cuenta el letrero en el que, según creo recordar, leí aquella curiosa manera de describir el canto de un pájaro. Me temo que será una tarea ardua: todo cambia irremisiblemente en México, aun en la pétrea Universidad. Además, ¿qué posibilidades hay de que mi letrero siga en un lugar visible, sin haberse arruinado?
No estoy visitando las salas relativamente resguardadas de un museo sino los espacios a cielo abierto de un jardín público, que no cierra ni un solo día de la semana, sujeto a todo género de accidentes e inclemencias. (Ayer mismo, para no ir más lejos, cayó una violenta granizada que duró más de quince minutos.) Para colmo, aquella primera y única visita ocurrió por lo menos hace tres largos lustros… Y todo ello, desde luego, partiendo de la suposición de algo de lo que ahora ya no estoy tan seguro: ¿y si no fue más que una broma?
En efecto, las piezas de cerámica dibujadas y escritas a mano que describen las aves, las mariposas, las plantas y los árboles del Botánico del Pedregal, permanecen en su sitio, colocadas en lugares estratégicos, directamente sobre el pasto o la tierra. Sigo su rastro con paciencia. Voy hasta el arboretum y más allá; me meto entre unos muchachos que ensayan algún género de danza debajo de unos fresnos (Fraxinus uhdei).
Ninguna es la que busco, así que renuncio a ello y me pongo a dar un paseo, ya que a eso he venido este mediodía hasta este lugar.
Entonces he circulado por cuantos caminos se me han aparecido delante, trazados entre los grupos de las suculentas, y he admirado especialmente los ejemplares de agaves –de los que el Jardín Botánico de Ciudad Universitaria posee una considerable muestra. Por cierto, no dejo de recordar que “agave”, palabra de origen griego, significa “admirable”, como leí ya no sé en qué lugar, porque eso es lo que aparentemente les pareció a quienes la bautizaron de esa manera: una planta admirable.
Dejo para otra ocasión internarme por ciertas rutas improvisados sobre las piedras que veo que toman algunos grupos de estudiantes, con grandes cuidados para no resbalarse, en fila india, riendo a carcajadas, y luego un cuidador de aire suspicaz detrás de ellos, y después todavía un misterioso personaje vestido de cualquier manera que circula sin cesar entre los macizos de las plantas sin que sea posible discernir a qué va o viene.
He visto una banca de concreto colocada un tanto artificiosamente sobre unas rocas, a la sombra de un pirú, y me he preguntado cómo se llegará hasta ese lugar. No le he dado importancia al asunto porque tengo la intención de vagar sin rumbo preciso, pero a la vuelta de dos o tres recodos por los que he circulado libremente, siempre cediendo a sus trazos caprichosos, después de una pequeña cuesta ascendente he dado con ella. Ya que la suerte me la ha puesto delante, me acomodo bajo la sombra del árbol y tomo un respiro. También, algunas fotos: sobre todo una de las ramas que corren casi horizontalmente a mis espaldas y hacen, contra un hermoso celaje con nubes, una imagen interesante.
Una vez en esa suerte de mirador, me dedico a contemplar el entorno. ¡La contemplación! Nada satisface tanto al alma, nada la consuela tanto, dice precisamente Séneca, sobre todo si está dolida, que la contemplación de la naturaleza. Los cuerpos paralelos y esbeltos de los órganos. Los picos de las yucas. Por ahí, un pájaro que me parece que podría ser un pinzón mexicano, con su característica pincelada roja en la testa, exactamente como aquel que alguna vez ha asomado al balcón de mi estudio. Por allá, otro pájaro, solitario también. Y otros dos, todavía acullá... ¿Alguno de ellos será el que canta como diciendo José María?
Arriba a la izquiera descubro los árboles superiores de la cima del cerro Zacatépetl, y más allá, un poco a la derecha, la punta del Ajusco. La altura de la vegetación oculta felizmente cualquier rastro de vida humana. Por un momento recuerdo las fotos de Salas Portugal de los tiempos anteriores a la creación del Pedregal de San Ángel, por ejemplo aquélla en la que el largo Barragán aparece con una pierna flexionada, con un bordón en una mano y una manzana mordida en la otra.
Como veo que el tiempo se estrecha, despierto del ensueño y me dirijo al centro de adopción de plantas. Ya allí, me doy cuenta de que ya no tengo los minutos suficientes para cubrir los requisitos, de los que me entero por un video informativo: escoger la planta, llenar un formulario, pagar 70 pesos de recuperación, esperar a recibir un certificado… Me prometo que lo haré otro día, cuando vuelva sin prisas. En cambio, una pequeña Echeveria colorata,
colocada junto a varias de sus congéneres entre las “plantas subutilizadas”, llama mi atención. Cuesta 100 pesos. Sólo tengo que ir a la caja a pagarla así que decido llevármela conmigo.
Me acerco a la salida del Botánico, de camino al estacionamiento. Hacia la puerta veo todavía otros letretos descriptivos de las aves que hay en el entorno... Una búsqueda más a fondo quedará también para otra ocasión. Aun así, me fijo. Veo un par de ellos y ninguno es el que busco.
Cuando tengo delante la puerta de salida, a mano izquierda todavía me asomo a uno más. No puedo acercarme porque el letrero está del otro lado de un surtidor de agua que está en funcionamiento, regando las plantas de aquel rincón. Me empeño en leerlo.
El jardinero que vigila el surtidor, a quien le cuento lo que sucede (que no puedo acercarme para ver lo que dice ese letrero), toma con dos manos la gruesa manguera negra y practica en ella un ángulo firme que inmediatamente provoca que el agua deje de salir. Me acerco entonces, con todo cuidado para no resbalarme, y leo, con todas sus letras:
Mosquero (Cantopus pertinax). Mide de 17 a 19 cm.
Su plumaje es gris. Habita en bosques templados. Se alimenta de insectos. Es residente y canta como diciendo "josé maría".
Su plumaje es gris. Habita en bosques templados. Se alimenta de insectos. Es residente y canta como diciendo "josé maría".
Hago un par de fotografías para llevarme conmigo la prueba de que, por extraño que sea, existe una descripción del canto de un ave que parece que dice el nombre de mi hermano. Voy satisfecho: ahora puedo demostrarle a José María que aquello que tanta gracia nos hace, existe en realidad.
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Visita sabatina. Foto: FF |
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Una prueba más de lo inolvidable de José María... A mí también me canta su recuerdo al oído a veces, muy quedito
ResponderEliminarEstimado Fernando, creo recordar que en el parque del UNIVERSUM, al lado de un laberinto hecho de plantas, hay una serie de descripciones de pájaros en un tipo mirador bajo que hay para, supongo, ayudar a salir a los niños del laberinto. Si tengo oportunidad, iré pronto a ver si está la descripción de esta misma ave. Saludos.
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