Por
más esfuerzos que hago, no consigo recordar quién me regaló las dos soberbias
máscaras de cerámica verde que representan la tragedia y la comedia clásicas que
tengo desde hace por lo menos un cuarto de siglo, y que por fin el
año antepasado, cuando grababa las entrevistas del programa televisivo La Ruta del
Teatro, colgué en un rincón de mi biblioteca.
En el set de grabación de La Ruta del Teatro. Foto: Jesús Sánchez Maldonado |
El
teatro ha aparecido en mi vida de manera esporádica pero intensa desde una
imborrable primera experiencia ocurrida poco antes de cumplir mis quince años,
cuando tuve la suerte de presenciar hasta en dos ocasiones un
maravilloso montaje de Las galas del
difunto y La hija del capitán
traído a México por una compañía española.
Aquella vez hice cierta amistad con la primera
actriz María Fernanda D’Ocón, quien desde luego no se debe de acordar, casi cuarenta
años más tarde, nada menos que en 1978, del adolescente al que nunca sin un chispazo de tierna
ironía ella llamaba poeta, a quien permitió moverse libremente por el teatro —y todavía dedicó un cariñoso autógrafo que he conservado todo este
tiempo como oro en paño.
María Fernanda
era amiga de unos parientes madrileños de mi madre cuyas existencias estuvieron desde
siempre ligadas al teatro, lo que explica que en esa ocasión aquel muchacho sin ningún conocido en el mundo teatral que yo era hubiera acabado
mezclándose poco menos que familiarmente con los actores y las actrices –e incluso presenciado sus preparativos para la
representación, desde todos los puntos de vista–. En última instancia, si pienso en Eduardo Figueroa, primo carnal de mi madre, y en su
mujer, Blanquita Sendino, actores teatrales de cepa (y de toda la vida), quienes nos pusieron en
contacto con María Fernanda D’Ocón cuando ella venía de gira artística aquella vez a México, me doy cuenta de que quizás debería de aceptar que el teatro estaba en mi sangre
desde mucho antes de que me asomara a las atmósferas y el lenguaje prodigiosos de Valle Inclán. Ya me referiré con calma a ese emocionante momento de mi
vida en una entrega futura de este blog.
Sergio Vela dirige una lectura de Material de Medea. Febrero de 2018. Foto: FF |
Todo
esto viene a cuento porque estos días vuelvo a participar en un montaje teatral. En dos ocasiones anteriores he tenido
ya el privilegio de trabajar con mi amigo, el director de escena Sergio Vela: la primera ocurrió en 2000, cuando me
pidió que adaptara unos textos y unos diálogos de La flauta mágica a partir de una traducción de los originales de
Schikaneder, para una producción de la ópera de Mozart en el Palacio de Bellas
Artes, textos que dijo en escena nuestra amiga Sasha Sökol.
El Narrador de La mujer sin sombra, de Richard Strauss. Palacio de Bellas Artes, mayo de 2012. Foto: FF |
La segunda fue hace
poco más de un lustro, en la primavera de 2012, cuando Sergio me invitó a escribir unos
preludios dramáticos para orientar al público sobre lo que ocurre en cada uno
de los tres actos de La mujer sin sombra
de Richard Strauss, una ópera de argumento famosamente complejo, producción
que fue estrenada el 3 de mayo de aquel año, también en el Palacio de Bellas Artes. En esa ocasión,
como tuve la temeridad de ofrecerme a decir los preludios yo mismo, aunque nunca
de otra forma que no fuera tras bambalinas, mi amigo aceptó siempre y cuando me
animara a salir a escena debidamente caracterizado y maquillado, cosa que
acepté entre temeroso y encantado.
Una página del monólogo de Medea de Heiner Müller, en traducción de Sergio Vela. Las anotaciones de trabajo son mías. Foto: FF |
El
turno es ahora de Ribera despojada / Material
de Medea / Paisaje con argonautas, los temperamentales textos dramáticos de
Heiner Müller sobre el mito de Medea que mi amigo ha traducido e interpretado con
su sensibilidad y erudición características, y que protagonizará en escena la gran actriz
mexicana Renata Ramos Maza.
Renata Ramos Maza, en un momento de una lectura de sus textos de Material de Medea. Febrero de 2018. Foto: FF |
Se trata de tres textos que pueden ser montados de
manera independiente, sucesiva o fragmentaria, y que incluso pueden
entrelazarse haciendo de ellos una pieza única, cosa que precisamente ha hecho
Sergio, siempre en el espíritu de absoluta libertad que distingue al trabajo
del gran poeta, dramaturgo y director alemán.
Lectura con música de Material de Medea en el Foro Castalia. José Pablo Jiménez, Ranata Ramos Maza, Manuel Mejía y Paulina Franch. Foto: FF |
En
el corazón de su nueva puesta, Sergio ha colocado el monólogo de Medea,
puntuándolo, si puedo decirlo así, con las intervenciones grabadas en audio de los
otros dos personajes del texto, su Nodriza y Jasón. Mientras la voz de la
Nodriza va a hacerla la experimentada actriz Rosenda Monteros, yo me encargaré de dar voz a Jasón. La
idea del director es utilizar esas apariciones sonoras con un sentido de
ambigüedad que no nos deje percibir con plena certeza si las voces que escucha la
hechicera de la Cólquide ocurren en la “realidad”, o si son apariciones sonoras con las que
ella, perdida ya la razón después de haber dado muerte a sus hijos, dialoga en
una suerte de espantosa fantasmagoría.
Sergio Vela dirige la grabación de las voces de Renata Ramos Maza y Rosenda Monteros. Foto: FF |
Habrá
una tercera intervención, más allá de las grabaciones de la voz de Rosenda
Monteros y la mía: la música. Como es muy sabido, Vela es uno de los máximos
conocedores del arte musical en el país. Como director de escena, además, se ha
especializado en ópera: su trabajo más reciente fue La fancuilla del West de Puccini, que
estuvo en el Palacio de Bellas Artes apenas en septiembre del año pasado.
Escena de La colaboración, de Ronald Harwood, puesta en escena de Sergio Vela. Coyoacán, julio de 2016. Foto: Lorenzo Rosi |
Su
trabajo anterior a ése fue su primera incursión en el teatro no musical: La colaboración de Ronald Harwood (véase
el enlace alusivo al calce). A pesar de que la obra del dramaturgo sudafricano se ocupa de la relación entre Richard Strauss y Stefan Zweig, quienes trabajaron en colaboración para
hacer la ópera La mujer silenciosa,
Sergio Vela decidió que en aquel montaje no hubiera ni un solo acorde musical.
El músico Manuel Mejía Armijo en un ensayo de Material de Medea. Foto: FF |
Al
revés de eso, ahora que vuelve al teatro, Vela ha invitado a participar a Manuel
Mejía Armijo y a José Pablo Jiménez, expertos en música antigua, quienes
tocarán algunos instrumentos como el laúd, la cornamusa, la pandora romana, la fídula o el arpa de boca, para crear una
atmósfera apropiada a los intereses de este montaje en particular.
Arpa de boca (o guimbarda), propiedad de José Pablo Jiménez. Foto: FF |
Prefiero
no decir más sobre la sorprendente puesta en escena que mi amigo ha preparado, por lo que me limito a
invitar a mis lectores a que asistan a alguna de las únicas cuatro
representaciones de la obra de Müller que llevarán a cabo desde el 10 de
marzo, día de su estreno, en el Foro Castalia del Seminario Mexicano de
Cultura, en Masaryk. Están todos invitados.
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Sergio Vela, un par de horas antes del estreno de La mujer sin sombra. 3 de mayo de 2012. Foto: FF |
La lengua de La Celestina, a
escena, http://bit.ly/2pjD0RK
El día que fui el Narrador, http://bit.ly/2rCRdqg
El día que fui el Narrador, http://bit.ly/2rCRdqg
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