A fines
de noviembre del año pasado, cuando Margit Frenk estuvo en la Escuela Mexicana
de Escritores, y todos, propios y ajenos, gozaron la relajada conversación que
sostuvo con alumnos e invitados, me di cuenta de que no había publicado yo en este espacio ni un fragmento de la entrevista
que me concedió previamente en mi programa de radio. En aquella ocasión, noviembre de
2015, la charla giró en torno a uno de sus libros más recientes: El Quijote ¿muere cuerdo? y otras cuestiones cervantinas (colección
Cenzontle, Fondo de Cultura Económica, 2015).
De
ninguna manera es mi intención quitar lectores a la revista Este País, en cuya página en línea puede
leerse completa la transcripción de lo que pudo escucharse al aire (se llama “Me
entiendo a solas con el Quijote”, y apareció en las páginas de la revista ahora hace más de un año, en enero de 2016 –el link, al calce); por el contrario, mi propósito es invitar aquí a que se lea allá, reproduciendo para
ello algunos fragmentos escogidos especialmente pensando en quienes siguen Siglo en la brisa.
A cuatro siglos de la publicación del Quijote, ¿queda todavía mucho por
investigar?
¡Queda
todo por investigar! Hay centenares de libros, de artículos y ensayos de toda
clase y hay un autor español que dijo: “ya es poco lo que se puede decir sobre
el Quijote”. Pero a mí me indigna eso
porque es muchísimo lo que se puede decir y lo que se puede encontrar… Es una
obra realmente infinita, interminable: uno puede leerla y volverla a leer y
encontrar más cosas. Aparte de que es deliciosa… Esto es algo realmente muy
curioso: que uno puede leerla una y otra vez y cada vez es sorpresa tras sorpresa,
como si no la hubiera uno leído. Y, bueno, es un libro fascinante y si uno ya
se mete a leer atentamente encuentra muchas cosas.
¿Por qué es tan importante aclarar quién narra El Quijote? Usted dedica el primer largo ensayo de su nuevo libro a desbrozar
quién habla aquí y quien habla allá. ¿Para qué establecer quién lleva, por
decirlo así, la voz cantante de la novela?
Bueno, es
sumamente importante. Entre otras cosas, uno de los muchos aspectos que todavía
no están bien explorados es lo que llamo la voz narrativa o el narrador. Muchos
hablan de “los narradores” con una gran vaguedad, y sí, hay personajes que
relatan cosas –son personajes narradores– pero lo que a mí me interesa es esa
entidad, esa voz que dice: “En un lugar de
la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” y que aparece a lo largo del
libro. A veces se aparece más, a veces casi se desaparece, pero ahí está… Es el
narrador, es un solo narrador al que se ha llamado el supra-narrador o el
narrador externo y ya muy técnicamente el narrador extradiegético o
heterodiegético.
¿Cómo definiría usted a ese narrador?
Es
increíblemente variable, caprichoso diría yo. A veces toma una actitud, a veces
otra. Es contradictorio, inestable y sumamente interesante. Y es un aspecto que
yo considero fundamental del Quijote,
que está muy poco estudiado; quizá la explicación es que la gente, el lector,
tiende a pensar que esta voz que dice “En un lugar de la Mancha…” y que cuenta tantas cosas, describe o
se burla, es la voz de Cervantes mismo, y esto es un error. Ningún escritor
está presente en su libro directamente; tampoco es realmente un portavoz de
Cervantes, casi puedo decir que es como un personaje más, que en ningún momento
llega a ser un personaje pero que está ahí, flotando sobre el relato, sobre lo
que cuenta y sobre las voces de los personajes, y a veces casi se mete en el
relato pero al mismo tiempo siempre está fuera de él.
Llama la atención una característica de ese narrador a la que usted
dedica otro de los ensayos, que tiene que ver con determinadas cosas que decide
callar, cosas de las que prefiere no hablar. ¿Por qué de pronto calla el
narrador y qué tipo de cosas son las que decide dejar en el silencio?
Bueno,
pues es un tema que me ha apasionado recientemente y creo que todavía hay
muchísimo que ver ahí. Yo lo estudié en los últimos capítulos de la primera
parte, donde es realmente notable la cantidad de cosas que parecen ocurrir pero
que no se mencionan para nada, y no aparecen. Yo realmente ahí no pienso en el
narrador sino en Cervantes y por eso ese trabajo se llama “Cosas que calla
Cervantes”.
Una de las cosas que señala usted en su libro es que Alonso Quijano no
es precisamente el nombre del personaje y sin embargo nos hemos quedado con la
idea de que así es, de que efectivamente Don Quijote se llamaba Alonso Quijano
¿Por qué pasa eso?
Por la
innecesaria preocupación de los críticos en saber cómo se llamaba originalmente
Don Quijote. Don Quijote, muy al comienzo, decide lo que va a ser su futuro; es
un hombre que se hace a sí mismo y decide que se va a llamar Don Quijote. Don
Quijote es Don Quijote, pero hay un empeño en saber cómo se llamaba el sosegado
hidalgo que en un momento dado enloquece por la lectura de los libros de
caballería y quiere ser caballero andante. Esa necesidad es comprensible, pero
yo la veo un poco inútil; entonces, en la búsqueda de un nombre, toman el que
Don Quijote se pone a sí mismo en su lecho de muerte. Al final de la obra dice
estar cuerdo –yo la verdad pongo en duda que esté realmente cuerdo–, y dice que
ya no es Don Quijote de la Mancha, que ahora es “Alonso Quijano, al que por sus
costumbres llamaron El Bueno”. Es un invento de última hora, del último
capítulo de esta obra que, en total, tiene 126 capítulos… En el último de esos
capítulos es donde Don Quijote, ya en su lecho de muerte, decide de pronto
darse otro nombre. Se ha bautizado
varias veces: primero se ha puesto Don Quijote de la Mancha, luego el Caballero
de la Triste Figura, luego el Caballero de los Leones, luego el Pastor Quijotis
[risas], y finalmente en su lecho de
muerte decide que se llama Alonso Quijano, y este nombre se ha creído que es su
nombre original… Pero ¿por qué no escribió Cervantes: “Soy nuevamente, soy otra vez
Alonso Quijano”? ¿Por qué cuando dice: “Soy ahora (o agora, como dice el texto) Alonso Quijano El Bueno” añade el
narrador que el cura, el barbero y Sansón Carrasco, que lo están escuchando,
“creyeron que le había tomado una nueva locura”? ¿Por qué? Si ése fuera su
nombre original, al contario, hubieran dicho “hombre, ¡qué bien! Ya se acordó
de cómo se llamaba originalmente”.
Entonces, al revés de lo que se ha venido diciendo, más bien parecería
que el Quijote sigue loco, como demuestra lo que dicen los personajes, y a
pesar de que él diga otra cosa.
Yo creo
que sí, yo creo que hay bastantes indicios de que está más loco que nunca [risas]. Bueno, la verdad es que toda la
obra es muy ambigua y, como digo, Cervantes no sería Cervantes si no llevara la
ambigüedad hasta el final de su obra. Hay indicios de que el Quijote está
cuerdo y indicios de que está loco… Hay esta fluctuación, lo que deja al lector
que tome una decisión. Y todos han decidido que muere cuerdo. ¿Por qué en su
lecho de muerte le cree la gente lo que dice? Nunca le hemos creído cuando dice
que las princesas se enamoran de él, que él ha vencido gigantes y vestiglos y
que ha hecho mil cosas que no ha hecho.
Llama la atención que en años recientes algunas instituciones, entre
ellas la Real Academia de la Lengua Española, han patrocinado y lanzado ciertas
ediciones “puestas al día” del Quijote. Hay una de Pérez-Reverte y hay otra
también de ese escritor (notable, por otro lado) llamado Andrés Trapiello. Son
ediciones en las que supuestamente se ha puesto al día el español de Cervantes.
¿Qué piensa usted de esas ediciones?
Pues yo
siento que son innecesarias, que la mayor parte del texto del Quijote se entiende perfectamente en
nuestros días. Yo no estoy a favor de esas adaptaciones: siento que el libro
está en un español asequible hoy… Hay una diferencia con respecto a Shakespeare:
el inglés de Shakespeare es mucho mas difícil de comprender, muchas cosas de su
lenguaje, de su riquísimo lenguaje, ya no se entienden hoy. No es el caso del Quijote. Entonces ¿por qué una edición
adaptada? No hace falta. Incluso yo estoy un poco en contra de un aspecto de
esa edición conmemorativa, que por otra parte me parece excelente, y es que
moderniza formas como “agora”. “Agora” alternaba con “ahora”; se usaban las dos
formas y en el libro alternan. Cuando al final Don Quijote dice: “Ya no soy Don
Quijote de la Mancha, soy agora…”, ¿quién no lo entiende? Y ocurre lo mismo con
la palabra mismo y la forma mesmo que alternaban. Si leemos mesmo ¿a poco no entendemos? Entonces,
yo no veo necesidad de modernizar todos los “mesmos” y todos los “agoras”, creo
que cualquier lector los entiende.
_________________
“Me
entiendo a solas con el Quijote”, la entrevista completa, puede leerse en la
página en línea de la revista Este País:
http://bit.ly/2jEuppD
La
entrevista fue grabada en la casa de Margit Frenk el 20 de noviembre de
2015 y transmitida al aire el 4 de enero de 2016 en una estación del
Instituto Mexicano de la Radio. Por la trascendencia de lo que afirma en ella,
me pareció que valía la pena recogerla por escrito. Gracias a Enrique Gil por
la transcripción y a mis queridos amigos editores de Este País por haberle abierto un espacio en su revista.
Más
sobre Margit Frenk en este blog:
El Grupo
Alatorre (guion radiofónico), http://bit.ly/1RVrqBr
Su visita
a la EME (video), http://bit.ly/2iQnK75
No hay comentarios:
Publicar un comentario