Tal como prueba la bellísima página que
reproduzco a continuación, el espíritu científico y el profundo humanismo de
Ramón Menéndez Pidal brillaban también en el relato anecdótico. Como prefiero que
sea él quien cuente el emocionante episodio, me limito a decir que ocurrió en un
pequeño poblado de Soria en el año de 1900, por los días en que se esperaba un
eclipse de sol, durante el viaje de novios que el gran estudioso del Romancero
y su flamante esposa aprovecharon para recorrer y fijar los ámbitos en los que
vivió el Cid.
En cuanto tomé la decisión de compartir el
texto con los lectores de Siglo en la brisa me puse a hacer una investigación iconográfica y encontré el rico álbum fotográfico en línea que me
permite ilustrar esta entrega en términos bastante precisos: la foto de novia
de María Goyri, algunas imágenes de la pareja durante su luna de miel e incluso
un par de hojas con los apuntes que resultaron de la aventura en Osma, precisamente
el día del fenómeno astronómico.
Copio el texto de la edición del Romancero
viejo de la profesora María Cruz García de Enterría, editado en la colección
Castalia Didáctica; las fotos pertenecen al álbum en Picasa del Romancero de la
Cuesta del Zarzal, cuyo vínculo ofrezco al calce.
Eclipse en Osma
Por
Ramón Menéndez Pidal
En mayo de 1900, haciendo una excursión por
ciertos valles del Duero para estudiar la topografía del Cantar de Mío Cid,
y acabada la indagación en Osma, deteniéndome allí un día más para
presenciar el muy notable eclipse solar del día 28, ocurriósele a mi mujer (era
aquel nuestro viaje de recién casados) recitar el romance de la Boda estorbada
a una lavandera con quien conversábamos.
La buena mujer nos dijo que lo sabía ella
también, con otros muchos que eran el repertorio de su canto acompañado del batir
la ropa en el río; y enseguida, complaciente, se puso a cantarnos uno, con una
voz dulce y una tonada que a nuestros oídos era tan “apacible y agradable” como
aquellas que oía el gran historiador Mariana (1) en los romances del Cerco de
Zamora. El romance que aquella lavandera cantaba nos era desconocido, por eso
más atrayente:
Voces corren, voces corren, voces corren por
España
que don Juan el caballero está malito en la
cama… ;
y a medida que avanzaba el canto, mi mujer (2)
creía reconocer en él un relato histórico, un eco lejano de aquel “dolor,
tribulación y desventura” que, al decir de los cronistas, causó en toda España
la muerte del príncipe don Juan, primogénito de los Reyes Católicos, porque esa
muerte ensombrecía los destinos de la nación.
Y en efecto, estudiado después, aquel era un
romance del siglo XV, desconocido a todas las colecciones antiguas y modernas.
Era preciso, en las pocas horas que nos quedaban de estancia en Osma, copiar
aquel y otros romances, primer tributo que Castilla pagaba romancero tradicional
de hoy día; era necesario también anotar aquella música, evitando el defectuoso
sistema de recoger sólo la letra.
Y buscando al Maestro de Capilla de la Catedral,
haciendo a la bondadosa lavandera repetir y repetir sus cantos, se nos pasaron
las horas, sin tiempo apenas para contemplar el gran eclipse solar que entonces
ocurría, y que habiéndonos retenido en aquella vieja ciudad, ya poco
significaba para nosotros ante el sol de la tradición castellana que allí
alboreaba tras una noche de tres siglos, desde que Juan de Ribera publicó el
último pliego suelto de romances orales en 1605.
Nuestra buena cantora de romances los había aprendido
de niña en su pueblo de la provincia de Burgos, La Sequera, cerca de Aranda del
Duero. La exactitud con que aquel romance de la Muerte del Príncipe don Juan
conservaba las circunstancias históricas del suceso, era sorprendente; era
fidelísima sobre todo en el nombre del doctor de la Parra de quien se comprueba
documentalmente que asistió al Príncipe en su última enfermedad en Salamanca,
médico muy valido entonces, pero después ignorado de todos. Aquel romance
nuevamente descubierto hablaba muy alto a favor de la fidelidad con que la
tradición romancística se conservaban aquel corazón de Castilla, donde se creía
totalmente decaído el antiguo espíritu épico.
(Ramón Menéndez Pidal, Romancero hispánico
(hispano-portugués, americano y sefaradí). Teoría e historia, Madrid,
Espasa-Calpe, 1968, tomo II, pp. 291-292.)
(1) El Padre Juan de Mariana (1535-1624), el
mejor historiador del Siglo de Oro. [Esta nota y la que sigue son de la
profesora García de Enterría]
(2) Doña María Goyri, también excelente
estudiosa e investigadora del Romancero.
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En la foto que abre este post aparecen
Ramón Menéndez Pidal y su esposa haciendo la ruta del Cid durante su viaje de
novios (fuente: http://bit.ly/12w7vh1). Pertenece al Archivo Digital Menéndez Pidal,
pero la tomo, igual que las otras que también publico, del espléndido álbum en
Picasa del Romancero de la Cuesta del Zarzal (http://bit.ly/154ozfY ).
Los documentos que aparecen retratados son la
lista de los primeros romances recogidos en 1900 en El Burgo de Osma (Soria)
por el matrimonio Menéndez Pidal- Goyri y la versión oral del romance de la
Muerte del Príncipe don Juan (1497) dicha por la mujer de La Sequera (Burgos).
El resto de las imágenes son de diversas
fuentes de internet. La que aparece al lado de estas líneas, la tomo prestada del blog Hispaniarum, que firma Arfaraz (http://hispaniarum.blogspot.mx/).
Más sobre Menéndez Pidal en este blog:
Más sobre literatura medieval en este blog,
De viaje con María Rosa Lida de Malkiel, http://bit.ly/Uynw4I
Fin de año en Donceles, http://bit.ly/Yfs2cy
Hay algunos resquicios de la poesía no escrita que permanece de los juglares, interesante recuperación de las canciones populares de Pidal, y que buen regalo de bodas. Saludos.
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