Estos son los textos que escribí y dije antes de
cada uno de los tres actos de la ópera de Richard Strauss que un equipo
encabezado por Sergio Vela montó durante los pasados días en el Palacio de
Bellas Artes de la ciudad de México. Tal como expliqué en este mismo espacio (“El
Narrador”, http://bit.ly/JaCc0M), la idea era que sirvieran de prólogo a cada de una de las partes de una obra de trama
famosamente compleja y enrevesada.
Los comparto con los lectores de Siglo en la brisa esta noche, la de su cuarta y última
representación, convencido de que su utilidad va más allá de la puesta en
escena. Las imágenes que acompañan esta entrega las hice yo mismo, tras bambalinas, el martes
pasado, mientras se desarrollaba la penúltima función.
Acto I
Había una vez un Emperador de buen corazón cuyo
poder alcanzaba hasta la última playa de las más remota de las Islas del
Sureste. Una madrugada, salió de cacería llevando en su brazo al Halcón Rojo,
su ave predilecta. En la espesura, de pronto advirtió la presencia de una
gacela, que suspendía la respiración atisbando el instante de la huida. Cuando
el ave quiso herir a la gacela, ésta se transformó en una joven de hermosura
resplandeciente, de una transparencia nunca vista entre mortales. Henchido de
deseo humano por ella, el Emperador quiso detener a su Halcón lanzándole su
puñal, y el ave salió volando, ensangrentada y ofendida.
La mujer sobrenatural resultó ser la hija de
Keikobad, Señor de los Espíritus. Ella también fue víctima de una pasión
vertiginosa, y en la confusión del primer encuentro perdió el talismán gracias
al que podía convertirse a voluntad en gacela, en pez, en ave.
La unión de la doncella divina y el Emperador
humano solamente podría aceptarse con una condición: la hija del Señor de los
Espíritus debe engendrar hijos y por lo tanto proyectar la sombra que, como ser
inmaterial, le es ajena; si al cabo de un año no lo consigue, será devuelta al
mundo intangible de su padre y el Emperador de las Islas del Sureste recibirá
un castigo ejemplar por su osadía: será irremediablemente convertido en piedra.
Un Mensajero de Keikobad llegará a las puertas
del palacio imperial para advertir a la Nodriza de la Emperatriz que sólo
faltan tres días para que se cumpla el plazo.
Esa misma mañana, sin enterarse de la visita del
Mensajero, el Emperador saldrá en busca de su Halcón Rojo y anunciará que
estará fuera precisamente tres días. Nada más alejarse, la Emperatriz se
despertará de los sueños en los que evocaba sus pasadas metamorfosis, y el
Halcón llegará entonces para recordarle la sentencia que ella había olvidado. A
pesar de abominar de los seres humanos, la Nodriza deberá aceptar la petición
de la hija de Keikobad para descender al mundo de los mortales, donde podrán
conseguir la sombra que le es tan necesaria.
Para ello será elegida la casa de Barak, un
humilde tintorero que vive con su esposa y sus tres hermanos. La esposa de
Barak es una mujer insatisfecha y caprichosa, que tampoco ha sido madre a pesar
de sus intentos por conseguirlo. La Nodriza supone que podrá convencerla de
vender su sombra a cambio de riquezas y placeres sensuales. Sembrará la duda en
el alma de aquella mujer y la separará de su marido; sin embargo, la aventura
apenas habrá comenzado y tendrá inesperadas consecuencias.
Acto II
Sólo quedan tres días para que se agote el plazo
y la sentencia se cumpla, a menos de que la Emperatriz consiga una sombra. La
Mujer de Barak ha resistido los embates iniciales de la Nodriza pero ya desde
la primera mañana sentirá el deseo de abandonar aquella triste casa en la que
vive con su marido y sus tres cuñados tullidos y holgazanes. La Nodriza hará
que aparezca un hermoso joven que la esposa del tintorero había visto en medio
de una muchedumbre, aunque la imagen se disolverá en cuanto el tintorero vuelva
del mercado con las manos llenas de comida y de bebida, y acompañado de todos
los niños mendigos que ha encontrado en su camino a casa.
Esa noche, el Emperador, que por fin ha dado con
el rastro de su Halcón Rojo, será conducido por el ave a la Halconera Imperial pero
sufrirá una decepción al no encontrar a su amada señora en el pabellón de caza,
en donde ella le había mandado decir que estaría. Manteniéndose oculto, verá
llegar a la Emperatriz acompañada de su Nodriza y se dará cuenta de que han
estado con mortales. Él, que ignora lo que sucede en el alma atribulada de su
mujer y desconoce los términos de la sentencia, va a sentirse engañado por ella
y se preguntará si debe matarla.
La mañana del segundo día, de nuevo en la casa
del tintorero, la Nodriza dará de beber a Barak un somnífero para que su esposa
vea de nuevo al hermoso Joven que la víspera hizo aparecer delante de sus ojos,
pero al ir a tocarlo la mujer se asustará y correrá a despertar a su marido,
que ni siquiera va a sospechar lo que está sucediendo a su alrededor.
Esa noche, en el pabellón de caza, la Emperatriz
tendrá algunos sueños premonitorios y agitados, y comenzará a sentir
remordimientos por los sucesos que la Nodriza ha desencadenado para
complacerla.
Al día siguiente, el tercero y último del plazo,
nuevamente en la casa de Barak, las cosas entre el tintorero y su esposa
estarán a punto de alcanzar la violencia, cuando ella le diga que ha estado en
brazos de otro hombre y que vendido su sombra a un precio espléndido. Barak
querrá entonces matar a su mujer.
¡Ah de lo que vendrá a continuación! No quiero
ni siquiera imaginarlo. El caos se precipitará sobre el mundo de los mortales
sin que el cielo mismo parezca conmoverse. Y todo se derrumbará sin aparente
remedio.
Acto III
Se venció el plazo anunciado por el Mensajero al
final de la duodécima luna y el caos se precipitó sobre la casa del tintorero
Barak. A partir de ahora, penetraremos en un mundo fabuloso en el que ya todo
puede pasar. La primera visión, sin embargo, será todavía oscura: en una
galería subterránea, el tintorero y su mujer estarán presos en cámaras
contiguas, sin saberlo. La reclusión, la soledad y el silencio los harán
entender el amor que se tienen, lo que les permitirá ascender hacia la luz.
La barca que llevará a bordo a la Emperatriz y
la Nodriza va a detenerse frente a un Templo, en el que la hija de Keikobad
reconocerá la casa de su padre. Presa de un ataque de miedo, la Nodriza le
suplicará que no sigan pero la Emperatriz responderá que no tiene nada que
temer y tomará la decisión de atravesar el umbral. La Nodriza será condenada a
vivir para siempre entre los seres humanos. En los dominios del Señor de los Espíritus, la
Emperatriz rogará a su padre que le revele cuál debe de ser su sitio entre los
mortales. Ella vencerá la tentación de beber del agua de la vida para hacerse
de la sombra de la Mujer de Barak y conseguir de esa manera que el Emperador,
ya petrificado, recupere su apariencia de carne y hueso.
Entonces, en el momento en que pronuncie las
palabras “¡no quiero!”, la hija de Keikobad va a proyectar una larga y bien
definida y hermosísima sombra humana. El Emperador recuperará su apariencia y
un torrente de voces de niños no nacidos se apresurará a descender como una
lluvia imperiosa sobre los corazones bendecidos de las dos parejas.
Y así llegaremos a la última visión: en un ameno
jardín, el Emperador y la Emperatriz, y Barak y su mujer han de encontrarse
purificados por el sacrificio de la hija de Keikobad y escucharemos el canto
sereno y gozoso de los niños no nacidos, celebrando su llegada a una fiesta en
la que van a ser, al mismo tiempo, los anfitriones y los primeros invitados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario