Quince días antes de su cumpleaños número 90, visité al poeta una tarde lluviosa típica del verano de la Ciudad de México. Llovía ya cuando llegué a verlo y siguió lloviendo prácticamente todo el tiempo que duró mi visita. Durante una hora larga, escuché a Lizalde hablar sobre sus días actuales (la organización de su imponente biblioteca), los trabajos literarios a los que está dedicado (su perfeccionamiento de la más famosa traducción de El cementerio marino de Paul Valéry) y el recuerdo de sus viejos amigos (Paz, Arreola, Pacheco) y maestros (González Martínez, Gorostiza). Al final, como no podía ser de otro modo, acabamos hablando de López Velarde.
El resultado se titula “Conversación bajo la lluvia” y acaba de aparecer en Luvina. Reproduzco mi nota de presentación y las dos primeras páginas de la charla, para invitar a los amigos a que busquen la bella revista de la Universidad de Guadalajara que dirige la poeta Silvia Eugenia Castillero.
Entrevista con Eduardo Lizalde
(en los 90 años del poeta)
[Fragmento]
(en los 90 años del poeta)
[Fragmento]
Por
FF
Visito al poeta dos semanas antes de
que cumpla 90 años. Al día siguiente, sus colegas de la Academia Mexicana de la
Lengua le rendirán un homenaje en la Capilla Alfonsina. Es miércoles, son las
cinco de la tarde y cae un tupido aguacero, típico del verano de la Ciudad de
México. En cuanto pongo un pie en su casa, la lluvia se convierte en violento granizo.
No tengo que hacer grandes esfuerzos para escuchar a Eduardo Lizalde, a pesar
del estrépito que hacen los pequeños proyectiles de agua congelada al golpear
el techo de la terraza que antecede al jardín, que adivino más allá de la
ventana empañada. Su voz, pero también su estampa física, su agilidad de juicio
y su inteligencia se mantienen intactas e imponentes. Antes de dejarnos a solas,
Hilda Rivera, su mujer, me ha ofrecido un café y me ha servido un whisky. Él se
ha servido una copa de vino. Después nos hemos sentado a la mesa del comedor, que
conserva el mantel de la comida reciente.
El poeta ocupa la cabecera de la mesa y da la espalda al jardín; yo me siento a su izquierda. Traigo conmigo dos libros suyos: uno, Autobiografía de un fracaso, la historia de sus años poeticistas, un autorretrato crítico del talentoso joven poeta; el otro, la segunda edición de Algaida (2004), el poema escrito a las puertas de la vejez, una de las cimas de la poesía mexicana del último cuarto de siglo. [1] Como yo mismo he cumplido años hace poco, el tema de nuestros aniversarios ocupa los primeros minutos de la plática. Después hemos regresado al tema de la ciudad, anegada ya a estas horas.
El poeta ocupa la cabecera de la mesa y da la espalda al jardín; yo me siento a su izquierda. Traigo conmigo dos libros suyos: uno, Autobiografía de un fracaso, la historia de sus años poeticistas, un autorretrato crítico del talentoso joven poeta; el otro, la segunda edición de Algaida (2004), el poema escrito a las puertas de la vejez, una de las cimas de la poesía mexicana del último cuarto de siglo. [1] Como yo mismo he cumplido años hace poco, el tema de nuestros aniversarios ocupa los primeros minutos de la plática. Después hemos regresado al tema de la ciudad, anegada ya a estas horas.
* * *
—[Él] Yo he sido un gran caminador de la
ciudad. ¡Pero es imposible ahora! Ahora está espantosa… Qué violencia de la
ciudad ¿eh? La inseguridad en la ciudad es verdaderamente terrible.
—[Yo] ¿Cómo has estado?
—Bien, bueno, pues más viejo que
antes, como es natural.
—Pero también más sabio ¿no?
—No. Mucho menos. Ya se me olvidó
todo lo que he leído.
—¿Al menos estás más tranquilo?
—No, tengo muchos problemas encima, y
luego una cantidad de libros que he tratado de organizar. Estoy empapelado y
lleno de problemas.
—Salud, querido Eduardo.
—Salud.
—Pero ¿qué problema tienes con esos libros? Son libros
tuyos.
—Todos los libros que tengo en la
casa. Tengo miles de libros, que estoy tratando de organizar. Los tres pisos
están llenos de libros ¡y de papeles! ¡Estoy empapelado! Luego busco cosas que
no encuentro. Todos estos libreros están llenos de papeles y libros. Se va uno
llenando de cosas.
Eduardo Lizalde hojea mi ejemplar de la segunda edición de su gran poema Algaida. La foto fue tomada quince días antes de que cumpliera 90 años. Fotos: FF |
—Veinticinco años tenemos aquí, en
esta casa.
—Y has sido un gran coleccionista de libros y de documentos
¿no?
—Lo que pasa es que hemos comprado
libros toda la vida, y en cuanto tuvimos casa compramos más. Cada cambio de
casa ha sido verdaderamente una tragedia. Nomás mira cómo está aquí, ya se caen
los libros. ¡Estoy lleno! Tengo un joven que me está ayudando allá arriba en el
tercer piso, que es un horror. ¡Y discos! 20 mil discos.
—¿Conservas los LPs?
—No, ésos los tiré hace mucho
tiempo. Conservo joyas. No, tengo puro DVD, de video y de audio. Y un aparatazo
que ya no puedo manejar.
—¿Por qué? ¿Por viejo o por novedoso?
—No, por incompetente, por
incapacidad mía. Le vinieron a hacer unas conexiones, y bueno… La cantidad de
discos es enorme. Ya subirás un día de estos al despacho del tercer piso, que
es terrible. ¡Salud!
—¡Salud! ¿Y qué se siente estar en casa y no ir a la Biblioteca?
—No sé, porque ir a la Biblioteca
era bastante cómodo como trabajo, y me gustaba. Pero el centro de la ciudad es
inhabitable. Por fin descansé no yendo a la Biblioteca, ya no lo necesito.
Además, estuve muchos años en las bibliotecas, ¡imagínate!
—Es cómodo trabajar en casa ¿no?
—No siempre para mí. No siempre.
Estaba yo acostumbrado a andar en instituciones. Siempre me he manejado con
instituciones muy grandes, direcciones de publicaciones, todo eso; porque tenía
yo muchos ayudantes y muchos servicios ¿no? Pero la ciudad no es cómoda. Pero,
bueno, vivimos en una zona civilizada. ¿Dónde vives tú ahora? ¿Igual, en el
mismo lugar?
—Vivo en la colonia Cuauhtémoc.
—Ah, en Cuauhtémoc.
—En una calle en la que vivió Arreola.
—Claro, él vivió en toda la colonia
Cuauhtémoc. En Río Guadalquivir, en toda la colonia. Ahí vivió y trabajó. Y
jugamos ajedrez durante cuarenta años.
—Sí. ¡Fuimos amigos cincuenta años!
—¿Cómo lo conociste?
—Desde que era yo niño casi. Yo
tenía dieciocho años cuando conocí a Arreola y a Rulfo, que eran diez años
mayores que yo.
—Tampoco es tanto ¿no?
—No, sí era mucho, en una etapa
determinada me parecían muy viejos, pero luego fuimos amigos medio siglo.
—¿Dónde los conociste?
—En la Ciudad de México, donde
vivíamos todos. Pero nos vimos mucho en su casa de Guadalajara. ¡Fuimos amigos
toda la vida, Arreola y yo!
—Él fue tu primer editor ¿no?
—Arreola editó La mala hora. Y editó mis plaquetas. Y bueno, conoció toda mi obra.
Ahora que me están pidiendo textos sobre mis libros para los homenajes, ¡no
encuentro nada, hombre! Los textos de Arreola, que eran muy pocos, ahí están;
pero he perdido textos de mucha gente importante.
—Textos que escribieron sobre tu obra.
—Sobre mi obra, claro, sobre mis
libros. Ya estoy abrumado frente a la cantidad de libros, hombre, mira nada más
cuánto hay aquí, por toda la casa. El segundo piso está lleno y el tercero
también. Y estoy tirando papeles. Soy un coleccionador de papeles feroz. Todos
los días tiro toneladas de papeles, copias, apuntes, bueno…
—Habrá otros que conservas ¿no?
—Conservo lo que me parece posible. ¡Oye,
qué aguacerazo! Bueno, pues conservo algunas joyas. Ahí hay 700 diccionarios… [dice, señalando hacia un gran muro que tiene
enfrente, en la sala, del otro lado del comedor]
[...]
[...]
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Foto: Lucirene Castellanos. FIL de Guadalajara, 2017 |
Más sobre Eduardo Lizalde en este blog:
Homenaje
en la FIL, https://bit.ly/3468kEQ
Adjetivos
de Algaida, https://bit.ly/2HvA2kC
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