En agosto de 1999, ahora hace exactamente veinte años, se cumplió un siglo del
nacimiento de Rufino Tamayo y Jorge Luis Borges (éste había nacido el 24 de agosto de
1899; aquél, dos días después.) La revista Viceversa
se sumó a las celebración de ambos centenarios con el número que da pretexto a esta entrega de Siglo en la brisa.
Ha envejecido tan bien el ejemplar que tengo delante, a pesar de que han transcurrido dos largas décadas desde que el número fue publicado, que cualquiera podría creer que me lo trajeron de la imprenta esta misma mañana. La explicación está, al menos en parte, en la
bellísima fotografía que aparece al frente de la revista: uno de los extraordinarios retratos que Irving
Penn hizo a Rufino Tamayo en 1951 en Nueva York.
No menos que en eso, me parece a mí, en lo bien que la clavó Soren García Ascot, en ese momento diseñadora gráfica de Viceversa, en el rectángulo de la portada; la forma
en el cual, de ese modo, el gran pintor oaxaqueño apoya el brazo izquierdo
sobre la mesa a la que está arrimado, a sólo unos milímetros del corte de guillotina del extremo inferior del papel couché en la que fue impresa; la manera en que quedaron ocultas, detrás de su cabeza perfectamente
modelada, las tres letras que siguen a la “V” inicial del nombre de la
revista; la precisión con la cual dejó caer la escasa pero rotunda información del contenido
del número: “100 años de Rufino Tamayo”, arriba, a la izquierda de quien tiene el ejemplar en las manos, contra la textura grisácea del
ciclorama, aprovechándose correctamente del espacio libre; más pequeña, tocando apenas la textura del saco de pata de gallo (houndstooth), la información complementaria: “BORGES: Crónica del
centenario”.
Y los tonos, por supuesto: el sobrio amarillo de la cabeza del
título; las calidades perfectas de retrato de Penn. Hasta el código de barras abona al equilibrio de una portada perfecta que, sin ninguna duda, es una de las más
hermosas de las casi cien que publicó la revista entre noviembre de 1992 y mayo
de 2001.
Para
conmemorar el centenario del gran pintor mexicano armamos un dossier de textos encabezados por un estudio sobre su primera etapa y otro sobre sus mixografías,
firmados respectivamente por Sylvia Navarrete y Germaine Gómez Haro.
De Ana Cecilia Terrazas publicamos un artículo sobre las
falsificaciones de la obra del pintor oaxaqueño. Antes de esos ensayos incluimos
una anécdota de Tamayo contada por Teresa del Conde, y después una entrevista de
Daniel Rodríguez Barrón, entonces editor ejecutivo de la revista, con Juan Carlos Pereda, curador del Museo Tamayo, quien nos prestó una ayuda invaluable para la realización de la entrega. También de Rodríguez Barrón es la estupenda nota editorial que abre el número.
El último trabajo es un estudio sobre Tamayo
como coleccionista de arte, entregado por Gonzalo Vélez. El dossier cierra con dos colecciones de fotografías. La primera, un
álbum de Tamayo: de niño, a los seis años; en la Ciudad de México, en 1917; en la década de
1930 en Nueva York, acompañado de Siqueiros, Orozco y otros; un hermoso retrato (fotográfico) hecho por él mismo de Olga, su mujer, en el Coliseo romano; ella y él, con los Picasso; delante de su óleo Picasso al
desnudo, en el año de 1990, retratado por Álvarez Bravo. Esas fotografías
corrían a lo largo de una cronología elaborada por Aída
Maltrana. El segundo grupo de fotos es una espléndida colección de retratos de
Juan Guzmán (1955), otro de Irving Penn (1948, esto es, hecho tres años antes de la foto que nos servía de portada), uno de John Rawlings (1941) y uno más, hecho en
París, en el estudio Maywald (1959).
Para
celebrar a Borges viajé yo mismo a Buenos Aires con el
propósito principal de vivir en persona el ambiente en que se festejaban los cien
años del nacimiento de uno de los máximos
escritores del siglo XX.
Recabé todo género de novedades editoriales para completar
mi bibliografía sobre el tema (para entonces, probablemente, una de las más
completas en México), y me asomé, invitado por Noé Jitrik, a un coloquio
internacional de escritores que fue inaugurado por la viuda de Borges, María Kodama, y en
el que tuve la fortuna de conocer en persona a Gonzalo Rojas (como conté en
otro lugar de este blog; el link, al calce).
Pero
la médula de mi trabajo en la capital argentina fue la realización una serie de
entrevistas, la primera de ellas precisamente a María Kodama, con quien tuve
un pequeño y desagradable incidente a propósito de la foto que Rogelio Cuéllar le tomó a Borges
en los baños de San Ildefonso, y que Viceversa
había dado a conocer por vez primera tres años antes, en un número especial publicado cuando se cumplió una década de la muerte del autor de El Aleph, de todo lo cual estaba ella bien
informada porque yo mismo le había enviado previamente un ejemplar.
Me
reuní también con César Aira, Ricardo Piglia y María Esther Vázquez. Si la
conversación con ellos, con Piglia y Aira, en diversas cafeterías de la ciudad, resultó especialmente interesante (las recuperaré próximamente en este mismo espacio), el encuentro que tuve con ella, amiga íntima y biógrafa de Borges, en el
sereno y amplio departamento en Palermo que compartía con el poeta Horacio Armani, a unas
calles de botánico de la ciudad, fue uno de los momentos más entrañables de mi
estancia de diez días en la capital argentina.
El
resultado de la semana y media que pasé en junio de 1999 en Buenos Aires fue un extenso trabajo, mitad reportaje y mitad crónica, que titulé “Crónica del
Centenario” y que apareció en Nagara,
el suplemento literario de Viceversa —y que luego, por cierto, nunca recogí en ningún otro lugar.
Comparto algunas imágenes de aquel
número, empezando por su hermosa portada, para mí una de
las más conseguidas de la historia de la revista.
__________________
Más sobre Viceversa en este blog:
La infancia según Viceversa, https://bit.ly/2YAHDJ5
Viceversa en la historia del
diseño gráfico en México: primera parte, http://bitly.com/S5fFHU; segunda parte, http://bit.ly/XDodtG; tercera parte, http://bitly.com/Ze9KW8.
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