La semana pasada publiqué la primera parte de un recuento de diez
libros de poesía que fueron determinantes para mi formación. La idea de escribir
este post surgió cuando leí la respuesta que un poeta mexicano dio a la pregunta
de cuáles eran los libros del género por los que sentía más afecto. La lista incluía exclusivamente libros escritos en lenguas
ajenas a su lengua de trabajo, lo me hizo pensar en el triste efecto que ha
tenido en muchos poetas nacionales el que las traducciones hayan jugado un
papel preponderante en su educación. Como sea, el asunto me hizo
preguntarme cuáles fueron los libros de poesía que me formaron a mí. He aquí la
segunda parte de la lista.
Editora Nacional,
Madrid, 1977
Entre las páginas de esta edición bilingüe conservé, sin yo darme cuenta
sino hasta hace poco, cuando volví a abrirlo, mi credencial de alumno del único
trimestre que estudié italiano (1985), tiempo suficiente para darme cuenta del
modo general en que funciona esa lengua, la más hermosa de todas las que se hablan en el
mundo.
¿A cuántos poemas de este libro puedo referirme con entusiasmo y recuerdo preciso sin volver siquiera a releerlos? “Florencia” o “La cabra”, de Saba; “Tres jóvenes florentinas caminan”, de Campana; “Espera”, de Cardarelli (que me sé de memoria en italiano, y del que intenté, en su momento, como todos los que lo conocen y admiran, una traducción…); “Una paloma”, de Ungaretti; “Viento en Tíndari” o “La muralla”, de Quiasimodo… La belleza de expresión de este grupo de poetas, su capacidad de síntesis, la claridad de muchas de sus imágenes… todo hacía extraordinariamente atractivo este volumen, que anduvo largas jornadas a la luz del día, en mi compañía, entre mis cosas vigentes. ¡Cuántas veces hablamos mi querido amigo Fernando Rodríguez Guerra y yo de ciertos poemas de este libro precioso, y en cuántas ocasiones los citamos, analizamos y parafraseamos! ¿Y quién no se vio tentado a traducir alguna o algunas de sus páginas, como un modo de corregir lo que nos parecían desatinos de Antonio Colinas, su traductor y editor, razonablemente ingratos como somos cuando jóvenes?
¿A cuántos poemas de este libro puedo referirme con entusiasmo y recuerdo preciso sin volver siquiera a releerlos? “Florencia” o “La cabra”, de Saba; “Tres jóvenes florentinas caminan”, de Campana; “Espera”, de Cardarelli (que me sé de memoria en italiano, y del que intenté, en su momento, como todos los que lo conocen y admiran, una traducción…); “Una paloma”, de Ungaretti; “Viento en Tíndari” o “La muralla”, de Quiasimodo… La belleza de expresión de este grupo de poetas, su capacidad de síntesis, la claridad de muchas de sus imágenes… todo hacía extraordinariamente atractivo este volumen, que anduvo largas jornadas a la luz del día, en mi compañía, entre mis cosas vigentes. ¡Cuántas veces hablamos mi querido amigo Fernando Rodríguez Guerra y yo de ciertos poemas de este libro precioso, y en cuántas ocasiones los citamos, analizamos y parafraseamos! ¿Y quién no se vio tentado a traducir alguna o algunas de sus páginas, como un modo de corregir lo que nos parecían desatinos de Antonio Colinas, su traductor y editor, razonablemente ingratos como somos cuando jóvenes?
Castalia, Madrid,
1982
La gracia en estado máximo, la singular imaginación, el sentido
teatral, la frescura inaudita me hicieron lector fidelísimo de Lope de Vega, quizás
el poeta que más he leído de cuantos proyectaron su talento sobre los Siglos
de Oro. Su Lírica, compuesta por
Blecua, es probablemente el único libro que tengo repetido en mi librero: un día, en Bilbao,
en los tiempos en que viví en España, al salir de recabar un importante
testimonio para la escritura de lo que acabaría convirtiéndose en Oriundos (Cataria, 2018), sentí la
necesidad de volver a tenerlo conmigo y corrí a comprarlo.
Creo ver la influencia de Lope, aunque ciertamente desfigurada por la inevitable torpeza propia, en algunas de las primeras cosas que publiqué y no escribí sino intentado comunicar, remotamente aunque fuera, algo siquiera mínimo de lo que siempre admiré en él. Con el tiempo, redacté el prólogo a una edición artesanal de su Gatomaquia (La Dïéresis, 2016) y pude depositar en él, con argumentos precisos, refiriéndome a procedimientos y ejemplificando con pasajes y versos específicos, todo lo que aprendí de este poeta cuando empecé a leerlo en esta edición que con plena justicia se ha ganado el derecho a tener dos existencias simultáneas en mi biblioteca.
Creo ver la influencia de Lope, aunque ciertamente desfigurada por la inevitable torpeza propia, en algunas de las primeras cosas que publiqué y no escribí sino intentado comunicar, remotamente aunque fuera, algo siquiera mínimo de lo que siempre admiré en él. Con el tiempo, redacté el prólogo a una edición artesanal de su Gatomaquia (La Dïéresis, 2016) y pude depositar en él, con argumentos precisos, refiriéndome a procedimientos y ejemplificando con pasajes y versos específicos, todo lo que aprendí de este poeta cuando empecé a leerlo en esta edición que con plena justicia se ha ganado el derecho a tener dos existencias simultáneas en mi biblioteca.
Losada, tercera
edición, Buenos Aires, 1970
Digo Belleza, pero también podría
decir Piedra y cielo o alguna de las
muchas antologías que tengo de Juan Ramón Jiménez, el poeta que más admiré
durante los años finales de la década de 1980. La planta serena de sus formas, su claridad voluntaria y la limpieza de su inspiración me hicieron allegarme todos
los libros de su autoría (o sobre su obra) que me fuera posible, y leer así la totalidad de sus poemas,
desde los modernistas primerizos, que nunca me gustaron mucho, hasta aquellos
más ambiciosos, aunque para mí menos interesantes, del final de su vida.
La poesía pura, como se llamaba aquel fenómeno de luminosidad ganada a la transparencia y la sencillez, me hizo intentar, sobre todo en los tiempos en que tuve la beca Salvador Novo, un género de expresión sencilla que me ayudó a deshacerme de los infaltables barroquismos de toda mocedad (mucho más porque del otro lado del librero irradiaba indiscriminadamente su atracción el intrincado y fascinante Borges). ¿Cuántos poemas no admiré de él? Dos o tres sobre la muerte, cinco o seis sobre el mar o la tarde, y aquel otro en que imaginaba lo que iba a ocurrir en cuanto él se ausentara, todo eso que me impedía advertir siquiera esa manía estúpida que ahora me parece intolerable de cambiar todo sonido de /g/ por “j”… Si opto por Belleza es porque ese volumen fue el escogido por mí para escribir mi tesis de licenciatura: el proyecto consistía en analizar, texto a texto, y donde fuera necesario verso a verso, cada uno de los poemas del libro. Iba francamente avanzado en su análisis (conservo el cuaderno donde la exégesis alcanza casi los poemas finales) cuando irrumpió el poeta cuyo libro sigue en esta lista.
La poesía pura, como se llamaba aquel fenómeno de luminosidad ganada a la transparencia y la sencillez, me hizo intentar, sobre todo en los tiempos en que tuve la beca Salvador Novo, un género de expresión sencilla que me ayudó a deshacerme de los infaltables barroquismos de toda mocedad (mucho más porque del otro lado del librero irradiaba indiscriminadamente su atracción el intrincado y fascinante Borges). ¿Cuántos poemas no admiré de él? Dos o tres sobre la muerte, cinco o seis sobre el mar o la tarde, y aquel otro en que imaginaba lo que iba a ocurrir en cuanto él se ausentara, todo eso que me impedía advertir siquiera esa manía estúpida que ahora me parece intolerable de cambiar todo sonido de /g/ por “j”… Si opto por Belleza es porque ese volumen fue el escogido por mí para escribir mi tesis de licenciatura: el proyecto consistía en analizar, texto a texto, y donde fuera necesario verso a verso, cada uno de los poemas del libro. Iba francamente avanzado en su análisis (conservo el cuaderno donde la exégesis alcanza casi los poemas finales) cuando irrumpió el poeta cuyo libro sigue en esta lista.
FCE, México, 1988
Como he contado en diversas ocasiones, la primera vez que visité al poeta fue para recoger unos
poemas para la revista que hacía yo con un grupo de amigos de la Facultad. El
texto, un tríptico llamado “La caza del unicornio”, apareció a finales de ese
mismo año como parte del libro Grosso
modo. Acaso el hecho de haber tenido en las manos el manuscrito
original, cuyo texto pasé yo mismo a máquina para que fuera reproducido en la
revista, me hizo ver las cosas, en cierto modo, desde adentro.
Aunque ya había
penetrado en su extraño mundo leyendo Enroque
(FCE, 1986), el menos complejo de sus tres primeros libros, me di cuenta cabalmente
de la profunda belleza de la poesía de Deniz cuando leí y luego releí Grosso modo. El
uso filoso y sugerente de la lengua, su perfección formal, su sentido hipercrítico del entorno son
algunas de las virtudes que conocí en las páginas de ese libro, y todas ellas se convirtieron en
lecciones permanentes para mí. También en varias ocasiones he contado en cuáles versos
en concreto de qué poema en específico me di cuenta del tamaño del poeta al que
empezaba a tratar en persona. Dejé la tesis que escribía sobre Juan Ramón
Jiménez y me puse a estudiar su obra con un interés que no ha hecho sino crecer
durante los últimos treinta años.
Dedicatoria manuscrita en mi ejemplar de Grosso modo, escrita al poco de anunciarle al poeta mi decisión de escribir mi tesis universitaria sobre su obra. |
10. El poeta y su trabajo, publicación de la Universidad Nacional Autónoma de Puebla. Varios números.
Nunca leí esa serie de libros de manera constante o continua. De tarde
en tarde compraba algún ejemplar aislado, y de ellos tengo ahora uno puñado (y luego, con el tiempo, por supuesto, adquirí y leí algunos otros de la serie Poesía y Poética). Recuerdo un
poema de Denise Levertov que nunca ha vuelto a ver, ya que, por desgracia, no
está en ninguno de los ejemplares conservo (y la duda empieza desde muy abajo:
¿fue en El poeta y su trabajo, o, como más bien me parece ahora, en Poesía y Poética?): en aquel poema, la poeta norteamericana
hablaba de manera extraordinariamente efectiva de un brutal desgarramiento, el
cual estoy casi seguro que se debía a una ruptura amorosa, que me impresionó desde la primera lectura.
Decía algo así como que nadie diría que había sido ella desgarrada
por la mitad, como con un cuchillo, de la garganta a los pies (“¿Quién diría
que me partieron…?”). Lo importante no son, en suma, las torpes palabras con
que intento recuperar ahora lo que leí en él, sino el modo en el cual el poema se desarrollaba
sobre la página, la bellísima manera en que transcurría verticalmente añadiendo
emoción a cada una de las sorpresas que deparaba la secuencia espacial descendente del texto. Por aquellos días hice una estimulante amistad
con poeta norteamericano Roberto J. Tejada, entonces en México (trabajaba
en la redacción de la revista Vuelta),
con quien tuve la oportunidad de hablar largamente (o más bien, de oírlo hablar)
sobre algunos poetas que aparecían, una entrega sí y otra también, en aquellas
publicaciones de Hugo Gola, entre ellos Gustaf Sobin, la propia Denise Levertov o Charles Olson.
Lo que leí en las páginas de aquellos libros y contrasté no pocas veces con mi amigo poeta, influyó en la manera en
que escribí algunos poemas en 1989, cuando fui becario del Centro Mexicano de
Escritores, como he referido en otro rincón de este blog. Algunos de
aquellos ejercicios provocaron la furia de uno de los dos tutores responsables
de la beca, Carlos Montemayor, mientras el segundo de ellos, el gran Alí Chumacero, miraba hacia
otro lugar.
Denise Levertov. Foto tomada de la página en línea de Eterna Cadencia. |
En compañía del poeta Roberto J. Tejada, en el sitio arqueológico de Tula, ca. 1989. Foto: Archivo de FF |
____________________
Diez libros de poesía determinantes, primera parte, https://bit.ly/30oZOyl
Más sobre poesía en ese blog:
Más sobre poesía en ese blog:
Lope de Vega, http://bit.ly/9ZpQ2U
Macedonio Fernández, http://bit.ly/wZS9zU
César Vallejo, http://bit.ly/yNbYFH
Fonollosa, http://bit.ly/SNtIEE
Wendell Berry, http://bit.ly/Qmlyjl
Neruda, http://bit.ly/YLutPM
Ángel González, http://bit.ly/1INUvry
El Capitán Aldana: http://bit.ly/1yS7C7B
No hay comentarios:
Publicar un comentario