Ya
he contado que tuve la suerte de conocer a Alí Chumacero como tutor del
Centro Mexicano de Escritores, cuando fui becario de aquella institución
en el periodo 1988-1989 (el link, al calce).
La primera vez que escribí sobre ello, hace ahora cerca de ocho años, aproveché para
publicar un curioso documento: la fotocopia de un texto mío que estuvo en sus
manos durante una de las sesiones de trabajo, sobre la cual el gran poeta y
editor hizo tachaduras y correcciones.
Ahora que se han conmemorado cien años del nacimiento del autor de Páramo de sueños e Imágenes desterradas he vuelto los ojos a aquellos dibujos y los
he encontrado igual de simpáticos, pero más interesantes, y también, por qué no
decirlo, felizmente obscenos. Antes de verlos a detalle, diré todavía algo sobre el poema. Como fueron muchos y atinados los reparos
del tutor del Centro Mexicano de Escritores, “Envío”, como se llamaba el texto
entonces, quedó fuera de la plaquette
que armé al poco de acabar el periodo de la beca, El ciclismo y los clásicos (Los Cuadernos de Malinalco, 1990).
Más
de veinte años después, cuando el editor Miguel Ángel de la Calleja hizo la
segunda edición de aquella serie de poemas, me pareció que el texto no era peor que los
que sí habían sido incluidos así que procedí a restituirlo al lugar adonde
cronológicamente pertenece (Parentalia, 2012, pág. 7).
No fue en vano, desde
luego, cuanto reprobó Chumacero a finales de la década de 1980 por lo que versión
final del poema tiene algunos cambios tomados de su consejo. Por mi parte, hice
otros, empezando por el título: no fue ya “Envío”, sino, en la línea imperante
en el resto de los poemas, “Exhorta a una hermosa conocida suya a dejar la doncellez”.
Chumacero
se presentaba en las reuniones de la pequeña casa del Centro Mexicano de Escritores invariablemente reidor y dicharachero, como se dice que fue siempre. Yo tengo
los mejores recuerdos de su afabilidad y bonhomía. Simpático y flexible, lo cual era más evidente porque el otro tutor, Carlos Montemayor, era exactamente lo contrario, el poeta, que por entonces arribaba a los setenta años, tenía ya el
pelo totalmente blanco y todavía usaba esas características gafas de pasta
negra, rectangulares, de gran tamaño, que hacían más interesante el corte
triangular de su rostro moreno.
Becarios del periodo 1988-1989 del Centro Mexicano de Escritores. A la izquierda, arriba, el poeta Jorge Fernández Granados. |
Siempre
de traje y de corbata, Alí acomodaba su enorme humanidad a una de las cabeceras de la mesa del comedor de la casita que ocupaba el Centro en la colonia Villa de Cortés, y asistía,
monolítico y estupendo y en perfecto silencio a aquellas interminables y soporíferas
lecturas de sus jóvenes aprendices. De cuando en cuando, se las arreglaba para
echar una siesta, todo lo discreta que se quiera y sin perder nunca un solo milímetro de contención y
derechura. Eso sí, cuando le tocaba opinar, lo hacía con voz viril, de frente, al detalle y sin
perder nunca de vista cuanto le parecía relevante.
Como verá quien se asome a las fotocopias de mi poema, Alí anotaba problemas de ritmo y sintaxis, hacía ver el abuso
de ciertas palabras, recomendaba renunciar a peripecias formales injustificadas, sugería evitar las rimas que le parecían involuntarias y aconsejaba
acudir a los metros italianos cuando los becarios nos acercábamos a ellos, a
veces sin darnos cuenta. Para las discusiones
de filosofía creativa, la pertinencia o no de temas y maneras de abordarlos y otras florituras literarias, para
eso estaba allí, debidamente rígido y solemne, Carlos Montemayor. En realidad, estoy
convencido de que todo el numerito le producía a Alí una perfecta pereza, y ya
entonces yo me daba cuenta de que no le faltaba razón.
Otra
cosa es lo que se diría para sus adentros. Ahora que veo de nuevo la fotocopia
del poema que estuvo en sus manos se me ocurre una lectura de los dibujos que dejó plasmados en ella. Imagino a Alí meditando sobre lo que decía mi “Envío”,
calificando de inútiles los rodeos en los cuales se complacía mi poema,
y acaso diciéndose, como me parece que permiten suponer los trazos que hizo
distraídamente sobre los márgenes de la hoja, que con los problemas
amorosos como los que planteaba la elusiva Fabiana había que dejar de lado los
escarceos perifrásticos e intentar una suasoria más directa y carnal.
Díganlo,
si no, la nariz de uno de los dos personajes de la derecha, la cual se prolonga
hasta convertirse en un falo, disimulado a continuación con unas antenas que le dan un aspecto de oruga, y el evidente sexo femenino que aparece debajo
de ella, trazado con conocimiento de la materia e indudable pericia.
A la
izquierda, como si fuera el espíritu chocarrero siempre e incluso burlesco de
Chumacero, un simpático roedor celebra la feliz ocurrencia con notas divertidas
y entusiastas.
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Centro Mexicano de Escritores, 1989. |
Los retratos de Alí Chumacero proceden de la red,
donde se ofrecen si crédito de autoría. El que abre este post proviene de https://bit.ly/2AQecYh; la foto en la que también aparecen Octavio Paz y Marie-Jo Tramini, de https://bit.ly/2LXNFgx.
Más poemas en este blog:
Un poema de 1991, https://bit.ly/2vKy1tV
Brugmansias,
https://bit.ly/2AJvl5y
Querido Fernando, escribes una interpretación amena y certera sobre los trazos de Alí en Envío, y asimismo una estupenda viñeta de la vida del becario en el Centro Mexicano de Escritores. Y de Alí, por supuesto. Algunos extrañamos aquellas tardes de trabajo serio y severa crítica, en las cuales contrastaba tanto la personalidad de Alí con la de Carlos. Ahora veo cuán extraordinarias eran aquellas sesiones. Y el divertido dibujo de Alí lo prueba: tardes de escrutinio, de invención y controversia en las cuales la ironía y el humor de varios colores afloraba entre las letras. Abrazo grande
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