Durante más de veinte años, Alberto Kalach luchó por que un nuevo aeropuerto ubicado en la zona de Texcoco fuera también el disparadero de una gran renovación urbana y ambiental de la ciudad de México. El proyecto, llamado Vuelta a la ciudad lacustre, probó ser utópico, pero no porque careciera de posibilidades reales, ya que, como le gusta explicar al arquitecto, estaba sustentado en un topos (“si la geografía no ha cambiado, si la topografía es la misma, si sigue lloviendo la misma cantidad de agua todos los años, podemos recuperar los lagos y los ríos, que no están porque los drenamos día a día”). Tampoco resultó utópico porque le faltara el sustento de los razonamientos de los expertos en cada una de las especialidades involucradas en el caso. Lo fue, en cambio, porque la sociedad que tenía que apoyarlo fue insensible a él (“no hubo una sociedad que pudiera organizarse en torno a un proyecto de esa naturaleza”).
Alberto Kalach. Enero de 2018. Foto: FF |
Estas semanas, un grupo de amigos (entre los que tengo en honor de contarme) prepara la edición de un gran libro sobre la obra de Kalach. Entre otros textos, su colega Juan Palomar, parte del equipo que firmó con él la Biblioteca Vasconcelos, uno de los edificios más importantes del siglo XXI mexicano, lo entrevistó largamente sobre todos los aspectos de su trabajo. Entresaco a continuación el fragmento de la charla que alude al proyecto del lago y aeropuerto.
Juan Palomar: El nuevo aeropuerto de la Ciudad de México es un tema de escala eminentemente territorial. Es uno de los más amplios y significativos proyectos de tu vida. Sabemos que no se reduce al mero aeropuerto, sino a todo el lago de Texcoco, el tratamiento del agua, la recuperación de los cauces, y al final, del medio ambiente de todo el Valle de México. Es desolador que el gobierno tome una acción aislada y ubique al aeropuerto en el peor lugar de la cuenca, con todas sus consecuencias, y nadie diga nada. Siguen rodando los acontecimientos y no se levanta alguien para decir que estamos ante la gran oportunidad de mejorar la vida de veinte millones de personas, de hacer un rescate ambiental de grandes alcances. En esa distancia entre lo que se debería y podría hacerse y lo que finalmente se está realizando por las autoridades existe un menosprecio más o menos expreso por un territorio que concierne a toda la población que vive en él. A todo un sistema territorial, y por supuesto, humano.
Alberto Kalach: Es bien sabido, y José María Buendía lo repetía muchas veces, que la ciudad es un reflejo de la sociedad que la construye. Ciudad y sociedad son uno. Y una sociedad pusilánime tendrá una ciudad totalmente dejada a su suerte.
Juan Palomar. Imagen tomada de su cuenta de Facebook. Foto: Alejandra Sube |
JP: Alguna vez fuimos capaces en México de hacer ciudades dignas, fuimos capaces de hacer ciudades lógicas. Partiendo de las ordenanzas de Felipe II, que eran muy sencillas y claras, se establecieron ciudades que funcionaban y que crecían con cierta armonía, que tenían sentido. ¿En qué momento se perdió ese sentido de lógica y de responsabilidad, entre la gente y la sociedad?
AK: El problema empezó con la explosión demográfica de los años cincuenta, cuando se empezó acelerar el crecimiento de la población y el estado no estaba preparado ni siquiera para educar a la gente. Eso lo estamos viviendo ahora, dirigentes, gobernantes, empresarios, profesionistas, todos muy mal educados, sin siquiera los principios cívicos más básicos.
JP: Existe una degradación moral y ética, política. ¿Cuál sería la relación con la evidente degradación del gremio encargado de gestionar el territorio y de gestionar los grandes hechos urbanos?
AK: Supongo que el gremio no funciona como tal. Los colegios de arquitectos, ingenieros, médicos, sirven como una puerta hacia la política, en donde encontrarán botines más cuantiosos. En ningún momento ninguno de esos colegios se ha propuesto cambiar esa dinámica.
JP: Creo que sería apropiado que hicieras un recuento de la lucha territorial, urbana y arquitectónica que tiene como foco aparente al aeropuerto de la ciudad de México. Hemos escrito, dibujado, pensado, trabajado todo lo que tiene que ver con esa oportunidad única en la historia del país: la ciudad lacustre. […] Hablemos de la génesis de esta preocupación, en términos más amplios, por la ciudad, que entonces se empezó a desarrollar con más claridad y continúa hasta la fecha. Háblame de ese fenómeno de la ciudad lacustre desde tu iniciativa y tu visión, las gentes a las que nos convocaste. Creo que sería de utilidad que la gente pueda leer tu visión de todo esto.
AK: Hace treinta años, atorado en el tráfico del Viaducto me pregunté por qué demonios se formó precisamente aquí esta monstruosa ciudad. Recordé que, según las crónicas de los conquistadores, éste era un paraíso con un clima maravilloso, extensos bosques, inmensos lagos, un lugar maravilloso. ¿Y dónde quedó todo eso, qué fue de ese lugar? Y entonces, a vuelta de rueda por el Viaducto, por el Río Piedad, pensé que todos estos automóviles trataban de moverse sobre los ríos entubados, pero que los ríos de alguna manera seguían existiendo. Había oído del proyecto del lago que rescató Nabor Carillo a principios de los ochenta, había oído del proyecto por Teodoro González de León. Seguí por el Viaducto hasta Texcoco con el ánimo de visitar el lago recreado. Y ahí estaba, un extenso espejo de agua de mil hectáreas reflejando la margen opuesta, el perfil de la ciudad de México, la Torre Latino, el Hotel de México; entonces no había muchos edificios altos. Me resultó increíble pensar que existía aquí, a cinco minutos del aeropuerto, un lago inmenso. Entonces reflexioné: si la geografía no ha cambiado, si la topografía es la misma, si sigue lloviendo la misma cantidad de agua todos los años, podemos recuperar los lagos y los ríos, que no están porque los drenamos día a día. La idea me pareció fascinante porque la ciudad recuperaba su sentido; esta ciudad está aquí porque hay unos lagos maravillosos y porque hay un paisaje espléndido, y volcanes y bosques; y pensé que todo eso se podría recobrar, y así empezó el proyecto de Texcoco.
Tan pensábamos que se podía llevar adelante que lo empujamos por más de veinte o veinticinco años. Hicimos talleres en la universidad con estudiantes y profesores muy valiosos de muchas disciplinas. Porque, claro, esta intuición de que se podían recuperar los lagos y de que podían emerger los ríos había que probarla técnicamente. Entonces invitamos a profesores de geología, hidrología, y gente de otras disciplinas, que nos ayudaron a entender un poco más la cuenca, las cualidades y las características de ella y así ver cómo podría hacerse el rescatarse. Entendimos la topografía de la cuenca y su geología, cómo las arcillas se formaron por las cenizas volcánicas y sobre ellas, perfectamente impermeables, se formaron los lagos; entendimos la gran importancia de las zonas de rocas volcánicas en las laderas, donde el agua se infiltra hasta los acuíferos profundos. Entendimos muchas cosas y trabajamos mucho. Y además del rescate de los lagos nos dimos cuenta de que había desde entonces una idea de construir un nuevo aeropuerto pues el actual desde entonces parecía ser insuficiente. El aeropuerto podría convivir con el lago porque, finalmente, salvo la terminal, un aeropuerto es un gran espacio abierto. Pensamos que el aeropuerto era compatible con el lago. Todos los aeropuertos están en lagos o pegados al mar, en extensiones planas, en donde los aviones pueden efectuar sus carreras de despegue o aterrizaje.
Cuando empezamos a difundir el proyecto en muchos foros y a platicarlo con políticos, con funcionaros en turno, no faltó quien dijera que eso era una utopía. No era una utopía, estaba arraigado en el topos, era físicamente posible: es más fácil y económico que haya lago a que no lo haya. Pero después de esos veinte o veinticinco años tuvimos claro que, en efecto, era una utopía, porque no había una sociedad que pudiera organizarse en torno a un proyecto de esa naturaleza, y fue un poco cuando abandonamos el proyecto. Ahora mismo el lago Nabor Carrillo está siendo desecado también, sin que nadie levante la voz.
JP: Pero había, hay, una racionalidad en el proyecto que es el rescate ecológico y toda la cuestión hidrológica y es de enorme beneficio para veinte millones de habitantes. Había una racionalidad económica, porque la recuperación del lago generaba ochenta kilómetros de litoral, y la posibilidad de un replanteamiento de una muy extensa zona de la ciudad…
AK: De desarrollo urbano, rural, agrícola, desarrollo para muchos habitantes. Es un proyecto que podría generar una gran riqueza.
JP: Hemos platicado reiteradas veces que es una batalla que tú tiendes a dar por terminada, a decir, bueno lo intentamos… Pero yo te he insistido en que no hay que quitar el dedo del renglón, en que finalmente esa gran pieza que es el aeropuerto que a tuertas o derechas está construyéndose es un generador, un magneto poderosísimo, cuyas fuerzas pueden ser conducidas a todo lo que imaginaste, o imaginamos…
AK: Claro, con el 2 % de lo que van a invertir en el aeropuerto se puede hacer todo el rescate de los lagos, el rescate ambiental y el desarrollo urbano en toda la periferia de aeropuerto. No se está haciendo, nadie lo piensa, nadie lo exige. Hemos hecho ya cuatro publicaciones bastante bien difundidas, un congreso con memorias, organizado por el Instituto de Cultura de la Ciudad, otra edición de Clío, con un tiraje importante y bien difundido, el libro aquel de Ciudad Futura, y después el Atlas de Proyectos para la ciudad de México, con diez mil ejemplares. Pero esos libros al parecer tuvieron poco impacto. Quizá todo nuestro planteamiento es una fantasía, o quizá la sociedad es inmadura y pusilánime.
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Las imágenes que ilustran este post pertenecen al libro México, ciudad futura (2010), libro colectivo que reúne textos de Teodoro González de León, Gonzalo Celorio, Juan Palomar, Gustavo Lipkau, Humberto Ricalde, Eduardo Vázquez Martín, Gabriel Quadri y Alberto Kalach.
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Continua siendo genial y disruptiva la propuesta lacustre de Kalach; brilla más ahora en contraste con el trasfondo de las 2 propuestas en juego, Santa Lucia y NAICM. Una verdadera lastima.
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