Lo
normal es que el visitante del Museo Metropolitano de Nueva York, en particular
si lleva la cabeza metida en una lectura reciente de Eurípides, mucho más si está
involucrado de alguna manera en el montaje de alguna tragedia clásica, pongamos
por caso una Medea (no importa que sea en una versión modernísima), en el momento en el que ingrese en los ricos ámbitos del gran repositorio norteamericano –después de comprar su entrada y pasar
al guardarropa, en donde ha podido liberarse de mochila, abrigo, guantes y bufanda–, se dirija resueltamente hacia el ala del edificio en donde se expone su extraordinaria colección de arte y objetos del antiguo mundo griego.
No todos los visitantes advertirán una singular vasija de terracota que tiene la forma de un falo. Aunque se conserva en perfectas condiciones,
se calcula que fue modelada en el siglo VI antes de Cristo, acaso en la isla de
Rodas.
Foto: MET de NY |
Sus pequeñas dimensiones (apenas 11.4 x 10.2 x 8.9 cms.) permiten suponer
que fue utilizada para contener aceites perfumados, de naturaleza
erótica o medicinal. Los alfareros griegos arcaicos, según hace constar la
cédula que acompaña la pieza (la cual, con todo, no deja de señalar su rareza), solían
modelar vasijas con una amplia gama de formas como “cabezas humanas, piernas y animales”. Siempre según esa ficha, esos ejemplos de cerámica revelan la ligereza y el carácter gozoso que están presentes a lo largo de toda la
historia del arte griego.
A pesar de que las salas griegas, como el resto del
inmenso museo, estuvieron siempre repletas de visitantes, yo nunca vi, por lo menos en los veinte
minutos que dediqué a esa galería en particular, que nadie se fijara en la insólita
y simpática pieza. Así la retraté, pensando en quienes siguen este blog,
discreta dentro de su singularidad, metida en su arcaico y elocuente silencio.
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Todas las fotos son mías, excepto la que he tomado prestada de la página del MET.
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