¿Para
qué sirve la arquitectura? Algo que no me esperaba me arrebató violentamente la
felicidad apenas el segundo día de 2018 y me llenó de un intenso dolor. Aunque
no tenía ganas de nada, proseguí con el plan que había previsto y viajé a la
costa de Oaxaca a conocer las dos cabañas que acaba de construir Alberto
Kalach.
Durante
cuatro días y tres noches realicé una áspera inmersión interior para la cual
el sol, el mar y los espacios móviles y flexibles de las cabañas de mi amigo sirvieron
de acompañamiento. También, en cierta medida, de curación. Aunque la tristeza no
me ha abandonado, la estancia a la orilla del mar y el estímulo del trabajo de
mi amigo arquitecto me han servido para devolverme al camino, lastimado pero
entero. Estos días empiezo a redactar un texto que formará parte de un
ambicioso libro que se prepara sobre su obra.
La
cabaña es una caja de madera de planta rectangular de siete por catorce metros,
montada sobre una plataforma ligeramente separada de la arena por ocho pilotes
de concreto. No sólo está levantada a casi un metro de altura, como un hórreo,
sino que puede abrirse a los cuatro vientos: por los lados largos del
rectángulo, con puertas corredizas de madera de palma; por los cortos, con
puertas plegables del mismo material. El efecto combinado de la distancia del suelo y los espacios aireados por todos los costados da a la cabaña una sensación
de ligereza que evoca la de una embarcación. Además, como la plataforma es más
extensa que la caja habitable, por los cuatro lados del perímetro corre un
pasillo exterior que rodea la cabaña, por el cual se puede circular como si
fuera la cubierta de un barco.
Lo
más notable de las cabañas es la manera en la que Kalach ha resuelto el
techo. La natural necesidad de inclinarlo para recibir las aguas de la lluvia lo
llevó a proponer una solución que se nos aparece, vista desde afuera, como colmada
de encanto. Las dos vigas dobles que sostienen de manera longitudinal la cabaña
por debajo, las que están asentadas sobre los pilotes encajados en la arena,
tienen su correspondencia con las dos vigas dobles que reciben la techumbre.
Estas vigas están dispuestas con inclinaciones opuestas, de tal forma que el techo sufre una suerte de torsión, que es la firma más graciosa y aun hermosa de la fábrica. El resultado es parecido al de una txapela vasca sobre la cabeza de un hombre de campo que mira al mar: ligeramente más abierta del lado por el que nace el día, cuando la naturaleza misma, incluso en la costa de Oaxaca, pide el calor del astro mayor y la cabaña exige un baño de luz; y cerrada ligeramente por el lado por donde se mete el sol, para protegerla cuando el fuego del trópico arroja sus llamaradas más inclementes.
Estas vigas están dispuestas con inclinaciones opuestas, de tal forma que el techo sufre una suerte de torsión, que es la firma más graciosa y aun hermosa de la fábrica. El resultado es parecido al de una txapela vasca sobre la cabeza de un hombre de campo que mira al mar: ligeramente más abierta del lado por el que nace el día, cuando la naturaleza misma, incluso en la costa de Oaxaca, pide el calor del astro mayor y la cabaña exige un baño de luz; y cerrada ligeramente por el lado por donde se mete el sol, para protegerla cuando el fuego del trópico arroja sus llamaradas más inclementes.
La primera noche, aunque casi no pude dormir, las advertí apenas; las dos noches que siguieron tuve que oír los incesantes reclamos o gozos o lamentos de las ranas, que se mostraron en cambio bastante frías con respecto a lo que estaba pasando en mi interior. A la luz del día, en cambio, cuando tuve tiempo y disposición para escuchar sus historias, ellas optaron por mantenerse casi siempre en silencio.
A
lo largo de mi duro diálogo interior, varias veces me pregunté, en ese lugar y en aquellas
condiciones, sintiéndome como me sentía, para qué sirve la arquitectura. La
misma pregunta se mantuvo en mi cabeza cuando visité la Casa Wabi, en el
extremo opuesto de la playa. No olvido que Kalach dice algo al respecto a Juan
Palomar, en la entrevista que también formará parte del libro en proceso: sirve
para exaltarnos, para hacernos sentir bien, para sacar lo mejor de nosotros. Yo
me lo pregunto al reflexionar sobre la cabaña de Kalach, ahora que he habitado
su singular espacio levantado sobre la arena, a unos metros de distancia del
lugar en el que rompen las olas, en medio del jardín ideado para
envolverla. Puedo responderme, al menos en principio, que regresé aliviado de las
horas difíciles y solitarias que pasé en ella. Y acaso pueda añadir algo más en
el futuro inmediato, aunque me doy cuenta de que, por el momento, debo meditarlo un poco más. Me adelanto a las conclusiones para compartir algunas
de las fotografías que tomé esos días.
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Kalach, ca. 1986. Foto: FF |
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