En 2015 estuvo en México para participar como invitada especial en el Encuentro de Poetas del Mundo Latino que se celebró en Aguascalientes. El poeta Marco Antonio Campos, alma del encuentro, tuvo a bien invitarme también a mí, por lo que pude hablar con ella ya desde la noche anterior al viaje por carretera desde la ciudad de México, al término de la lectura inaugural que se llevó a cabo en el viejo Centro Asturiano de la colonia Roma. Aquella noche, y luego durante los días que duró el encuentro, la escuché leer sus poemas y defender sus ideas con una mezcla perfecta de tersura y convicción. La última noche de actividades, todavía en Aguascalientes, asistí a la ceremonia de entrega del premio del encuentro, reconocimiento que en ocasiones anteriores había recaído en poetas como Alí Chumacero, Eduardo Lizalde o Tomás Segovia, y que aquel año le fue concedido a ella, compartido con el mexicano Antonio Deltoro.
Para mí, además de conocer a Yolanda Pantin, aquel encuentro fue la ocasión de entrar en contacto con algunos escritores como José María Micó, el gongorista reconvertido en músico que traduce actualmente a Dante, o José Ramón Ripoll, el conocido melómano gaditano que dirige la Revista Atlántica y que desde entonces se hizo asimismo colaborador de la revista de música que edito en línea. Entre otros poetas, todos del orbe de las lenguas romances (mexicanos, argentinos, italianos, quebequenses...), también conocí al notable escritor peruano Eduardo Chirinos, quien falleció al año siguiente.
Después del encuentro de 2015, Yolanda Pantin y yo seguimos la amistad en Facebook, en donde, durante todo este tiempo, he visto sus fotos y he leído sus opiniones sobre cuanto ocurre a su alrededor. Me refiero a su círculo más íntimo, en especial a la casa de sus padres en el pueblo de Turmero, a las afueras de la ciudad de Maracay (a poco más de cien kilómetros al suroeste de Caracas), pero también a lo que vive su país, Venezuela, en una de las épocas más difíciles y dramáticas de su historia.
Le había ya enviado a Yolanda el cuestionario que motiva este post cuando me enteré de que acababa de ganar el Premio de Poesía de la Casa de América de Madrid, por lo que mi particular interés en saber más sobre su persona y su trabajo cobró de pronto una actualidad periodística. A continuación reproduzco mis preguntas y sus respuestas, y lo hago aprovechando para mandarle un abrazo a ella, lleno de entusiasmo y agradecimiento, idéntico al que nos dimos la primera vez.
Turmero es el lugar de la infancia, de tus padres y tus hermanos. Por lo que se ve en las fotos, también de la naturaleza. Hay algo edénico en las fotos que publicas, aunque al fondo alcance a escucharse la protesta e incluso la metralla. ¿Cómo se viven estos días intensos y dramáticos en ese lugar en particular?
Es un lugar con base real aunque inventado… Lo que llamo Turmero está en mi cabeza. En la realidad es un pueblo muy feo, como son muchos pueblos en Venezuela, que he querido salvar de la indignidad porque es el lugar donde viven mis padres y donde se asienta la leyenda familiar.
El jardín de la casa de Turmero. Foto tomada de la página de Facebook de Yolanda Pantin |
La casa que mi papá construyó está en un terreno rodeado por un muro simbólico (no es alto), en lo que fue parte de una hacienda colonial y ahora es una enorme barriada de la capital del Estado Aragua, Maracay. Yo digo que Turmero junto con otros pueblos cercanos, es el derrame de Maracay. Aragua es un Estado del centro del país, con vocación agraria y ganadera, pero desde la dictadura de Gómez a principio del siglo XX es también la sede del ejército venezolano. Chávez salió de una de esas bases militares.
Cuando mi papá construyó esa casa la aisló simbólicamente para protegerla y para protegernos ya que dos de mis hermanos, siendo muy jóvenes, habían muerto en un accidente. Mi papá pensaba que las casas podían salvar a las personas. En mi primer libro Casa o Lobo del año
1981 aparece la casa de esta manera: “Mi padre sueña un lugar. Habla de paisaje, de jardín, de un alto muro que lo defienda.”
La infancia ha sido un tema recurrente en tu obra y por esas mismas fotos me parece uno diría que ahora estás más cerca de ella, y que, ante lo difícil de la situación venezolana, es ella uno de los pocos espacios en los que uno puede buscar una cierta verdad. Lo mismo creo que se puede decir precisamente de la naturaleza. ¿Puedes contarme algo al respecto?
Cuando quiero tocar algo que sea “cierto” en el pantanoso terreno venezolano, voy a lo que está en mi mente. Entonces, cuando voy a Turmero y al pasar esa puerta, entro en lo único que nos pertenece.
En el jardín de la casa de mis padres descubrí cosas obvias: una de ellas, precisamente, es que los jardines se hacen en el tiempo. Mi hermano menor, Víctor, me dijo una vez que lo obvio pasa agachado y yo creo que eso es verdad.
¿Qué hacen tus padres? ¿Qué edades tienen? ¿Están en activo? ¿Qué puedes contarme de ellos? Tu padre, por ejemplo, ¿a qué se dedica ese hombre de aspecto entrañable en bermudas y calcetas, entre las plantas del huerto familiar?
Mis padres son
primos
hermanos
de
doble
vínculo
y
ese
dato
es
importante
porque
habla
de
una
familia
endogámica
y
lo
que
significaba
la
palabra
“primo”. Todos en
mi
casa
eran
“primos”.
Mis padres
son
más
o
menos
contemporáneos,
pasados
los
80’. Mi papá tiene
su
cabeza
perdida
pero
está
entero.
Fue
y
es
un
hombre
bello.
Siempre
inventando
y
creando
dentro
de
un
huracán
que
terminó
llevándose
todo
lo
que
fundó,
salvo
su
pasión
por
la
orquideología.
Dicho así
parece
pedante
pero
es
algo
natural
que
comenzó
cuando
él
era
un
niño
y
escribió
un
ensayo
escolar
sobre
las
orquídeas
de
Chacao,
la
parte
de
Caracas
donde
ellos
vivían.
Por
otro
lado,
yo
digo
que
soy
la
“amanuense” de mi
mamá
porque
heredé
o
aprehendí su
mirada.
Ella
mira
y
yo
escribo.
Esa
conciencia
de
ser
la
amanuense
de
mi
madre
me
perturba
un
poco
pero
la
acepto
porque
alguien
tenía
que
dejar
ese
testimonio
por
escrito.
¿Puedes decirme qué parentesco tienes con esa niña encantadora a la que llamas Marijí? ¿Cómo es tu relación con ella? Parecería que reflejas toda una visión tuya en lo que hace, en sus salidas y sus ocurrencias. ¿Me equivoco?
Marijí es mi
nieta
nacida
en
Caracas,
hija
de
Jimena
y
de
Manuel.
Los
“morochos” como aquí
le
decimos
a
los
mellizos,
son
hijos
de
Efraín
y
de
Ana
Elena,
nacidos
en
Dallas
unos
meses
después.
No
puedo
sino
escribirlos.
No digo
que
Marijí
sea
una
invención
mía
pero
sí
pienso
que
mi
mirada
la
ha
ido
creando.
La
mirada
del
amor.
¿Recuerdas
el
poema
de
Cernuda?
Igual
me
pasa
con
los
“morochos”. Ellos aparecen
con
sus
gracias
y
junto
con
Marijí,
tocaron
y
modificaron
profundamente
mi
poesía.
Además,
los
niños
hacen
un
puente
de
luz
que
lleva
a
la
casa
de
mis
padres
ancianos
en
su
jardín.
Tu poesía reunida se llama País (Pre-Textos, España,
2011). En octubre de 2014 declarase a El Universal de Caracas: “Tengo, como muchos, una borrachera de pérdidas, pero todo lo perdido está adentro, y es tuyo por derecho. Veo a Venezuela como un país que fue”. ¿Puedes ampliar esa declaración?
No hay misterio.
Vivir
en
la
pérdida
sabiendo
que
lo
único
que
te
pertenece
es
lo
que
perdiste.
Todo
lo
demás
es
una
fantasía.
Ya
no
te
pueden
arrancar
nada
porque
perdiste
todo
y
en
la
pérdida,
lo
perdido
está
adentro,
muy
tranquilo,
reposando.
Con
respecto
a
Venezuela,
me
doy
cuenta
que
inevitablemente
es
otro
país.
En
sus
líneas
gruesas
no
lo
reconozco.
Pero
no
me
importa
porque
conocí
un
país
que
conservo
intacto
por
el
grado
de
la
luz
cuando
era
una
niña.
O
sea,
no
tengo
nada.
¿Qué escribes? Tu libro más reciente es Bellas ficciones. ¿Cómo entra en tu obra, si es que es el caso, lo que está ocurriendo a tu alrededor?
Publiqué Bellas Ficciones en el año 2016 cuando me di cuenta que uno puede ordenar la vida de acuerdo a una línea argumental y contarla como un cuento. Cuando descubrí que la poesía también era un relato, me sentí liberada del peso de lo literario y entré de lleno en la celebración de la vida con los niños, los ancianos, los animales domésticos, las matas, los árboles. Todo eso estaba en Turmero esperando que lo descubriera. Claro que Bellas Ficciones es mi respuesta política a lo que hemos vivido y estamos viviendo en Venezuela. A mí me gusta estar encerrada a conciencia en una ficción e irla alimentando como si fuera un pájaro.
¿Cómo han cambiado las cosas en tu entorno desde que estuviste en México, en el Encuentro de Poetas del Mundo Latino de 2015?
Estos últimos años, sobre todo el 2017 con sus semanas, sus días, sus horas, sus minutos y sus segundos, nos han envejecido.
Menos mal que antes de secarme pude escribir los poemarios Bellas Ficciones y Lo que hace el tiempo. Ahora no podría. Donde yo vivo en Caracas, durante los meses álgidos de este 2017 que es además una continuación del 2014, un año muy cruel como fue el año 1814, escuchábamos las metrallas y los gritos de los vecinos, de día y de noche. Es difícil con esa música escribir cuentos… Sin embargo, con restos de esa parte, vamos a llamarla, infantil, pendiente de las pequeñas “señales”, pude llevar un cuaderno de notas con entradas más o menos diarias, y en eso estoy trabajando ahora.
Entre lo que ha cambiado para ti en un mundo que ya es otro, ¿ha cambiado tu idea de la poesía? ¿Y tu manera de acercarte a ella, como poeta o lectora?
Sí ha cambiado. Como me cuesta mucho concentrarme, no puedo leer. Estoy escribiendo con el poso de lecturas de cuando era joven y estaba buscando “lenguaje”. Ahora no busco nada. Cualquier riesgo que tome es mío. Al final, fueron muchos años y muchas páginas tanteando para que las frases pudiesen fluir sin tartamudeos.
¿Puedes hablarme de tus colegas poetas en activo? Desde tu punto de vista, ¿qué es lo más importante que está ocurriendo en la poesía venezolana de hoy?
La poesía venezolana
y
las
artes
en
general
están
pasando,
paradójicamente
dadas
todas
las
dificultades,
las
fracturas
y
los
traumas,
por
un
momento
extraordinario
de
hallazgos
y
vitalidad.
Una
experiencia
colectiva
nos
ha
atravesado.
Las
maneras
de
responder
son
diferentes
y
de
acuerdo
a
las
búsquedas
de
cada
quien,
pero
todos
hemos
sido
tocados
por
una
tragedia
histórica.
Desde
una
posición
radical,
algunos
poetas
reflexionan
sobre
la
pertinencia
de
la
poesía
en
un
país
donde
hay
hambre.
Desde
otro
lugar
responden
autores
con
búsquedas
espirituales.
La
vivencia
del
país
con
su
pesada
carga
cotidiana
(violencia, carencias, desarraigo,
exilio),
está
en
la
poesía
de
los
más
jóvenes.
Mi
idea
con
la
poesía
es
“salvarla por los
pelos”.
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La foto que abre este post es de Lisbeth Salas. La que antecede a mis preguntas, pertenece al diario venezolano El Universal. Las tomo en préstamo de internet.
Las demás imágenes proceden de la página de Facebook de Yolanda Pantin.
En la imagen de la derecha, con los poetas venezolanos Yolanda Pantin y Antonio Trujillo, en una de las actividades del Encuentro de Poetas del Mundo Latino de Aguascalientes. La foto es mía.
Más sobre Yolanda Pantin en este blog:
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