Es
una
de
las
páginas más punzantes de
De marras (FCE, 2016). El texto, llamado simplemente "Neruda", apareció por vez primera en marzo de 1994 en la revista Viceversa, bajo el título de "Canto general", y fue recogido luego en Paños Menores (2001) primero, y más tarde en Red de agujeritos (2012).
Gerardo Deniz relata en él lo que vio y sintió al conocer al gran poeta chileno, una noche que acompañó a su padre a una cita de trabajo por los días en que Neruda pasaba una temporada en la ciudad de México –en una casa de la actual colonia Roma Norte–. Vaya
esta pequeña
muestra de aquel libro, que reúne la prosa del gran poeta hispanomexicano, como
una nueva
invitación
a
asomarse
a sus páginas.
Neruda. Fuente: internet |
Neruda
Por Gerardo
Deniz
Meses más, meses
menos,
fue
hacia
principios
de
1949. Tenía yo 14 años.
Una
noche,
mi
padre
me
preguntó
si
quería
acompañarlo.
Cosa
desacostumbrada.
De
seguro
me
explicó,
en
diez
palabras
a
lo
sumo,
quién
era
Pablo
Neruda.
Por
primera
vez
oía
yo
dicho
nombre.
Juan Almela (Gerardo Deniz) con su padre, Juan Almela Meliá, en el centro de la ciudad de México. Foto: Archivo de Juan Almela. |
Fuimos a casa
de
don
Wenceslao
Roces,
en
la
avenida
Veracruz.
Si
bien
la
visita
no
debió
pasar
de
un
cuarto
de
hora
y
no
me
provocó
ni
frío
ni
calor,
conservo
un
par
de
recuerdos
divertidos.
Había
por
lo
menos
media
docena
de
personas,
que
me
causaron
un
curioso
efecto
de
ansia
y
desconcierto,
como
si
poco
antes
el
perro
les
hubiese
dicho
un
refrán.
Tengo
la
impresión
de
que
nadie
se
estaba
quieto
ni
hablaba
fuerte.
Es
claro,
en
cualquier
caso,
que
no
me
hallaba
en
condiciones
de
apreciar
el
aura
exhalada
por
la
grandeza.
Sobre una especie
de
diván
psicoanalítico
pegado
a
la
pared
yacía
un
ajolote
hipertrofiado,
aunque
sin
simpatía
ni
branquias
aparentes.
Ignoro
cómo
iba
vestido.
Tenía
en
la
mano
un
vaso
de
agua
de
Tehuacán.
Bebía
un
poco
y
gargarizaba.
Emanaban
de
él
una
inercia
y
un
aburrimiento
infinitos,
en
con-
traste
con
la
inquietud
de
alrededor
—todos sin sentarse
y
haciéndose
crujir
nerviosamente
los
huesos
de
los
dedos.
Se trataba de
que
mi
padre
leyera
las
pruebas
de
un
libro
considerable.
Con
poco
riesgo
de
tomar
el
divino
nombre
en
vano,
podría
yo
asegurar
que
era
el
Canto general.
—Hí,
heñó
Almela.
Un
libro
de
heihienta
páhina
—decía Neruda con
una
voz
cansina,
saturada
de
vegetaciones
nasofaríngeas.
Tomaba
otro
sorbo
y
eructaba
el
gas.
Quiero imaginar siquiera
que
mi
desventurado
padre
se
aburriría
un
poco
menos
leyendo
las
pruebas
de
imprenta
de
Neruda
que
con
las
de
aquellos
tratados
de
medicina
y
química
que
le
eran
impuestos
como
dieta
habitual.
Por
mi
parte,
si
bien
acostumbraba
hojear
con
interés
las
pruebas
que
mi
padre
padecería
por
las
noches
y
en
el
fin
de
semana,
cuando
empezaron
a
llegar
las
longanizas
de
versos
nerudianos
las
rechacé
con
repulsión.
No
por
proceder
de
aquel
urodelo
conocido,
sino
meramente
—quede claro— por
ser
poesía.
Quién iba a
suponer
que
años
más
tarde
me
habría
de
embarcar
en
una
dilatada
campaña
de
lectura
poética,
un
tanto
estrambótica
pero
en
modo
alguno
fallida
—pues quien retorna
trayendo
en
las
alforjas
a
Chumacero,
Gorostiza,
López
Velarde,
Góngora,
Eliot,
Mallarmé,
Dante,
y
hasta
a
Rilke
descifrado
con
maña,
a
más
de
dos
docenas
de
lesser lights, nunca
podría
pretender
que
vuelve
de
una
incursión
improductiva.
Lo
único
malo
es
que
jamás
tuve
ganas
de
emprender
otra.
Pues bien, en
aquellas
refriegas
nuestro
gargarizante
tuvo
oportunidades.
Pesqué
por
ahí
sus
20 poemas y me
parecieron
inexistentes.
No
había
otros
Nerudas
en
venta.
Por
fin,
el
martes
26 de noviembre de
1957 descubrí en la
Librería
de
Cristal,
sucursal
Niza,
dos
librillos
argentinos,
económicos,
con
el
dichoso
Canto general.
Los
compré
y
corrí
a
Chapultepec,
al
grato
jardín
sin
pretensiones
que
hubo
donde
hoy
está
el
Museo
de
Arte
Moderno.
Por
aquellas
semanas
yo
estudiaba
genética
(aunque suene feo
declararlo)
en
libros
de
tufo
idealista
sacados
de
la
biblioteca
Franklin.
Las
avecicas
cantaban
seguramente
loando
a
Lysenko,
pero
yo
ni
me
fijaba.
Instalado a gusto,
no
recuerdo
si
soporté
dos
páginas
o
sólo
una.
Tampoco
tiré
el
libro,
puesto
que
aquí
lo
conservo,
fechado,
lo
cual
me
permite
situar
con
tanta
exactitud
algo
que
para
mí
fue
literalmente
nulo.
Imposible precisar, en
cambio
—y tampoco hace
falta—,
ni
siquiera
el
año
exacto,
a
mediados
de
la
sexta
década,
cuando
apareció
un
número
nerudólatra
del
inolvidable
México en la
Cultura —aquel suplemento
dominical,
legendario
hoy
en
día,
donde
no
faltaban
trozos
aceptables
pero
era
sobre
todo,
para
mí
al
menos,
un
recordatorio
semanal
de
la
necesidad
de
prolongada
pasteurización
de
las
bellas
letras
antes
de
poderlas
degustar.
Deniz. Foto: Roberto Portillo Archivo de FF |
Volviendo a Neruda:
en
el
periódico
que
ahora
recuerdo
aparecían
poemas
suyos
—los cuales, por
supuesto,
me
abstuve
de
leer—
y,
desde
la
primera
plana,
dos
o
más
fotografías
desternillantes
del
Poeta
sin
rasurar,
vestido
de
harapos,
descalzo
y
¡con
un
grillete
al
tobillo,
lo
juro!
Era
escalofriante
y
daba
idea
cumplida
de
los
perjuicios
del
imperialismo.
¡Cómo
no
solidarizarse
ante
un
mártir
tan
convincente,
cómo
no
enviarle
a
chirona
el
palomino
de
la
paz
con
una
botella
de
agua
de
gusto
a
pie
dormido!
—agua que por
entonces
aún
exhibía
en
la
etiqueta
su
perfecto
análisis
realizado
por
el
Instituto
de
Geología
de
la
UNAM,
recalcando
el
contenido
en
litio
sabroso
y
un
saludable
cosquilleo
de
radiactividad.
Algunas décadas más
tarde,
a
ruego
mío,
la
dirección
de
la
revista
Milenio me dio
a
conocer
por
fin
al
Neruda
esencial.
Desde
entonces
me
consta:
aquel
amb(l)istoma
gargarizante
escribió
tres
poemas
buenos
en
su
vida.
Puede
que
hasta
cuatro.
En
el
lugar
del
poeta
Borges,
algo
como
para
morirse
de
envidia.
Por
fortuna
andamos
lejos.
(Tomado
de
De marras,
prosa
reunida
de
Gerardo
Deniz,
FCE, México, 2016, páginas
414-416.)
_________________
Más sobre Neruda en este blog:
El retrato de Juan Almela es de Roberto Portillo.
Canto general de Pablo Neruda: http://www.amabpac.org.mx/wp/la-primera-edicion-de-canto-general-de-pablo-neruda-patrimonio-documental-de-la-humanidad
Juan Almela / Gerardo Deniz en Siglo en la brisa:
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