viernes, 7 de julio de 2017

Juan Rulfo en la Biblioteca Nacional

Visité la exposición los últimos minutos de la última tarde del breve tiempo que estuvo abierta al público en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional, en Ciudad Universitaria. Ya conté en esta página que Rafael Vargas, responsable de su propuesta y armado, me llamó la víspera de la inauguración para preguntarme cuál de las fotos que Ricardo Salazar le hizo a Juan Rulfo era la que yo había publicado en Viceversa.
Aquel día nos prometimos encontrarnos cualquier tarde de junio para ver las fotos en el lugar de su exposición. Como la noche del jueves 22 iba a ver una puesta en escena en el Centro Cultural Universitario, le propuse verlo a las cinco de la tarde de ese día en la puerta de la Biblioteca. Estaba yo con él, al final de nuestra visita, cuando le anunciaron que por motivos de logística debían retirar el montaje al día siguiente. Así que la vi casi de milagro, por lo que me considero afortunado. Como tomé unas fotos y escribí algunas notas, ofrezco esta reseña por lo menos en lo que tarda en montarse nuevamente, digamos que como una manera de estar allí. 
Ricardo Salazar, probablemente retratado por Rulfo con la cámara del propio Salazar.
Como todo el mundo, conocía algunas de las muchas fotos que Ricardo Salazar le tomó a Rulfo, en especial la serie que le hizo precisamente en la Universidad, primero entre sus colegas de la revista universitaria (Rosario Castellanos, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce y otrosy después en diversos lugares del campus. Ese mismo día le hizo más retratos como el que, todavía sin salir del edificio de Rectoría, le tomó al lado de un jovencísimo Augusto Monterroso
Augusto Monterroso y Juan Rulfo.
Foto de Ricardo Salazar.
Luego (¿o quizás antes?) caminaron por Ciudad Universitaria, probablemente en busca de lugares apropiados para hacer fotos. Entre otros retratos hay uno especialmente conseguido (y conocidoen una de las escaleras que están a un costado de Rectoría.
Casi con toda seguridad las mejores fotos de la exposición de la Biblioteca Nacional son las que conforman una serie que Ricardo Salazar le había hecho a Juan Rulfo unos cinco años antes, en el interior de su departamento de la planta baja de Río Tigris 84, que el curador de la exposición tuvo el tino de montar de manera consecutiva (o seriada), como muestran las fotos que hice ese jueves
En ellas, Rulfo aparece encotorina” –y no en chaleco, como dije yo delante de la imagen–, uno de esos objetos de lana que todavía se usan en los pueblos de Jalisco, según me explica Rafael Vargas. Mi amigo curador, después de analizar con todo cuidado la ubicación del departamento y de considerar el tono y los matices de las imágenes, ha concluido que las fotos fueron hechas a la luz de la tarde.
Juan Rulfo en cotorina. Foto de Ricardo Salazar.
La foto que apareció en Viceversa forma parte de una serie más, la que Salazar le hizo a Rulfo en esta otra ocasión a las puertas de aquel mismo edificio de la colonia Cuauhtémoc, y en las que aparece acompañado de su hijo Juan Francisco
Hay otra de esa serie en la que ambos están con Emmanuel Carballo, su vecino de entonces. Me gustan especialmente los rostros de Rulfo y su hijo en esa foto y por eso me acerco todo lo que puedo a la imagen, para que mis lectores puedan apreciarla a detalle.
Pero si todas esas fotografías, que han sido el pretexto principal para la exposición, son magníficas (y justifican plenamente el que vuelva a montarse en cuanto sea posible, por ejemplo en la Biblioteca de México de La Ciudadela, como piensa Rafael Vargas), la parte complementaria de la muestra es una verdadera sorpresa. La Biblioteca Nacional custodia los archivos del Centro Mexicano de Escritores (CME), institución que becó a Rulfo en los años de escritura de algunos cuentos de El Llano en llamas y de Pedro Páramo. Al parecer casi nadie ha andado entre esos papeles, entre los que están algunos de los testimonios más valiosos de la literatura mexicana del siglo pasado
Rulfo, en el extremo derecho de la imagen, entre sus compañeros 
de promoción como becario del Centro Mexicano de Escritores.
Para no ir más lejos, en el fondo de CME se conserva uno de los dos manuscritos de la gran novela de Rulfo que iba a llamarse Los murmullos y acabó siendo Pedro Páramo. (Me perdonarán mis amigos pero me niego a usar la odiosa palabramecanuscrito”, excesivamente embarrada de celo maxmordónico). El inestimable documento ocupaba la vitrina principal de esa sección de la muestra. (Rafael Vargas, por cierto, estima el precio de ese documento en unos 800 mil dólares…)
Manuscrito de la novela Pedro Páramo.
Fondo documental del Centro Mexicano de Escritores, 
Biblioteca Nacional de México.
Según me explica él mismo, el cambio de nombre se debió a que Gastón García Cantú (un escritor y funcionario público hoy olvidado) tenía una novela que se llamaba de esa maneray que, por esas cosas de la vida, acabó publicándose como Los rumores–. Entre los papeles que se expusieron en la Universidad hasta hace unas semanas, hay una copia del contrato entre Rulfo y el Centro Mexicano de Escritores.
Contrato celebrado entre el Centro Mexicano de Escritores y Juan Rulfo.
También, el primer informe de Rulfo como becario, que dice a la letra: “Durante el periodo comprendido del 15 de agosto al 15 de septiembre he escrito varios fragmentos de la novela, a la que pienso denominar Los desiertos de la tierra”. Esos fragmentos, dice también, “no guardan un orden evolutivo, fijan determinadas bases en que se irán fundamentando [sic] el desarrollo de la novela; algunos de estos fragmentos tienen una extensión hasta de cuatro cuartillas, pero como es lógico no siguen un orden determinado”.
Primer informe de Juan Rulfo.
Otros documentos: algunos reportes de avance de trabajo, como su descripción del cuento que acaba de terminar, al que se refiere comoLoobina”… En carta fechada el 15 de enero de 1953, Rulfo escribe una sorprendente interpretación de famoso relato: Como antes había indicado, trata de la descripción de un pueblo de la Sierra de Juárez, hecha por un profesor rural a un recaudador de rentas del Estado. Aunque aparentemente se desarrolla por medio de una conversación entre las dos personas, es, en general un monólogo, ya que el profesor, como se verá al final, no existe [el subrayado es mío]. El recaudador se concreta a oír, mientras el profesor relata sus experiencias en el pueblo de Loobina, así como algunos rasgos su vida personal, todo enmarcado en un cuento de desilución [sic], interrumpidas de vez en cuando para beber, pues el profesor ha terminado por ser un borracho característico de los pueblos olvidados.
Informe de trabajo en que se describe el cuento "Loobina".
Finaliza el relato con la clave del cuento: el profesor representa la conciencia del recaudador quien va por primera vez a Loobina y, por consiguiente, obra como muchos hemos obrado en esos casos: imagina el lugar a su manera, ya que lo desconocido, en ocasiones, violenta la imaginación y crea figuras y situaciones que no podrán existir jamás”.
En este otro informe, fechado el 1 de noviembre de 1953, Rulfo afirma que ha terminado los dos primeros capítulos de su novela, aunque aclara que no van a ser los textos definitivos e informa que el nombre de sus protagonistas ha cambiado a los de Susana San Juan y Pedro Páramo.
Rulfo informa que ha escrito los dos primeros capítulos de su novela.
Una vitrina más de la exposición en la Biblioteca Nacional mostraba alguno de los reportes anuales que Rulfo tenía la obligación de redactar como tutor de becarios. En uno de esos reportes, el que corresponde a la promoción de 1968-69, el autor de El Llano en llamas se muestra particularmente duro con Carlos Montemayor (a quien llama Arturo Sotomayor), becado en el género del cuento. El asunto me hace gracia porque yo choqué duramente con el antipático escritor chihuahuense cuando fui becario y él hacía las veces de tutor del CME, por los mismos motivos que menciona Rulfo, lo que ocurrió a finales de los años ochentas –como conté en otra entrada de Siglo en la brisa (el link, al calce).
Informe de Rulfo como tutor de becarios.
El sexto punto se refiere con dureza a Carlos Montemayor.
Estas son las palabras de Rulfo –quien anteriormente en ese mismo reporte, por cierto, ha dedicado un elogio a la obra de María Luisa (La China) Mendoza–: “Aun cuando denota una gran seguridad en todo lo que [Montemayor] escribe y presentó junto con su solicitud algunas cosas buenas, esascosasno pasaron de ser infinitas variaciones sobre un solo tema obsesionate. Dedicó un año de trabajo a leer meros ejercicios experimentales sin [la] más mínima trascendencia. Se trató en fin de un caso de terca frustración”.
La breve pero muy notable exposición curada por Vargas y apoyada por la directiva de Biblioteca que encabeza Pablo Mora incluye algunas de las imágenes de archivo del CME en las que aparece Juan Rulfo. Por ejemplo la foto que reproduzco a continuación, en la que reconocemos a algunos escritores contemporáneos nuestros como Elsa Cross, Elva Macías o Héctor Manjarrez. Conmueve verlos muchísimo más jóvenes que la gran mayoría, ya no de nosotros –viejos poco menos que consumados–, sino de quienes nos leen varias décadas más tarde.
De izquierda a derechade pieAgustín MonsrealAdán Dante del CastilloWillebaldo López GuzmánHéctor ManjarrezJuan RulfoSalvador ElizondosentadosElsa CrossFrancisco Monterde y Elva Macías. 1971, autor desconocido. 

Tal como me cuenta el propio Rafael Vargas, mi amigo curador ha presentado a un editor universitario un libro de fotografías de Ricardo Salazar en el que reúne hasta medio centenar de retratos hechos por el gran fotógrafo jalisciense, cuya obra merece una atención que al parecer por fin empezaremos a darle. Pocos proyectos de libro se me antojan tanto como ése.

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La exposición Juan Rulfo en el Pedregal fue inaugurada el 17 de mayo de 2017 en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional de México. Fue una manera de celebrar el centenario del nacimiento del gran escritor, pero también los 150 años de la propia biblioteca y los 50 del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM.

Sobre Ricardo Salazar, de la ficha museográfica:Originario de Jalisco, al igual que Rulfo, Salazar llegó a la Ciudad de México a principios de los cincuentas y con su cámara retrató a un sinnúmero de escritores, pintores, músicos y gente de teatro durante casi medio siglo
José Carlos Becerra.
Foto de R. Salazar
La impecable factura de sus imágenes le dio fama, pero en la última década de su vida la enfermedad lo aisló y nuestra olvidadiza república cultural lo perdió de vista. Aunque sus fotografías continúan imprimiéndose en revistas y suplementos, por lo general aparecen sin el debido crédito a su autor. Hoy es rara la gente menor de 40 años conoce su nombre”.

La mayoría de las fotos exhibidas en el recinto universitario pertenecen al Fondo Salazar, parte del Archivo Histórico del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación.

Cuando fui becario del CME, http://bit.ly/2rNOTgc

Más sobre Juan Rulfo en este blog:
Un retrato de Rulfo en Viceversa, http://bit.ly/2t4YnYC
Rulfo retratado por Juan Miranda, http://bit.ly/1euDvXV


1 comentario:

  1. Qué delicia de post, Fernando. Me pregunto qué fue de Adán Dante del Castillo y de Willebaldo López Guzmán.
    Abrazos,
    JS

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