viernes, 3 de marzo de 2017

Visita sabatina

La visita se prolongó a lo largo de unos seis o siete minutos. De los barrotes de hierro saltaron a la maceta de las sábilas, donde picotearon cuanto encontraron, y dieron luego un brinco de regreso. El macho, un tanto más corpulento y decididamente más colorido y hermoso que la hembra, llevaba el ritmo de las circunvoluciones, hechas de impulsos cortos y decididos, de súbitos levantamientos y caídas abruptas; ocasionalmente hundía el pico en la axila o se esponjaba para sacudirse sin moverse un milímetro de su lugar. Ella no se quedaba atrás y se mostraba sensible a las piruetas del otro siguiéndolo de aquí para allá y posándose luego a su lado, interesada siempre en demostrar que podía con cuantas acrobacias su compañero pudiera desafiarla.
De pronto hacían una pausa, digamos que contemplativa: suspendían los frenesíes y las ansiedades y descansaban un momento, visiblemente despreocupados y satisfechos, como si se sintieran seguros en ese lugar. Sin embargo jamás habían visitado mi balcón, o no al menos estando yo presente, de la misma forma que puedo afirmar que desde aquel mediodía del sábado 21 de enero pasado, no se han dejado ver nuevamente por aquí.
Diversas son las aves que veo desde mi lugar de trabajo, especialmente gorriones: ya sea posados en los barrotes de mi balcón o agarrados a las ramas del trueno que asoma a mi escritorio. En época de lluvias, aprovechan las aguas recogidas en la bandeja de las macetas de barro y suben a beber… 
Antes, cuando tenía colgada de las vigas superiores una de esas suculentas llamadas cola de borrego, o cola de burro (Sedum morganianum, en todo caso), les gustaba demorarse picoteando sus jugosas cápsulas para obtener así un delicioso néctar.
De cuando en cuando, también, algún pinzón mexicano, un simpático pajarillo que parece un gorrión a cuya cabeza hubiera caído una imprevista mano de pintura roja. En otras ocasiones es un tórtola (Columbina inca, quiero decir) la que se anima a explorar estas alturas y aparece repentinamente con gesto característico, receloso y asustadizo, como puesta aquí de pronto, sin que para nada manera hubiera mediado su voluntad. Excepcionalmente, un colibrí…
Las aves de mi calle deben de estar bien advertidas de la presencia de un terrible felino que las ojea en silencio detrás del vidrio de mis ventanas, y quizás por eso mi balcón no es precisamente el aviario que bien podría ser tratándose de estos rumbos, contaminados y ruidosos, es verdad, pero ya francamente acodados a una esquina del bosque de Chapultepec. Contaba yo hace unas semanas en este blog que el poema que aparece en mi nuevo librito, Chirimoya (Ediciones Acapulco, 2016), se ocupa de una de esas visiones: el grupo de gorriones que una tarde, mientras me comía una chirimoya, vi desvalijar impunemente las inflorescencias del trueno que tengo del otro lado de la ventana.
Esta vez la visión tuvo algo más, empezando porque la especie de pájaro a la que pertenecían mis inesperados visitantes era completamente nueva para mí. Primero no hice más que admirar a la hermosa pareja, ocupada en sus asuntos, sin que nada turbara su tranquilidad; después, como se prolongaba su visita, decidí hacerles una fotografía. 
Reparé en mi celular, a mi lado sobre mi escritorio; también me di cuenta de que, un poco más allá pero todavía al alcance de la mano, estaba la pequeña camarita fotográfica que tengo en uso. Alargué el brazo con sigilo, tomando las precauciones necesarias para no denunciar mi presencia, y temiendo siempre que mis visitantes se dieran cuenta y se dieran a la fuga. Para conseguirlo quizás trabajó en mi favor el que, a aquellas horas, el reflejo de la ventana vista desde afuera me otorgaba una completa invisibilidad. Disparé unas cuantas veces. 
Pronto me di cuenta de que, aunque los pájaros estaban cerca de mí, las imágenes que resultaban los alejaban considerablemente de la vista del observador; accioné el zoom sin esperanza de conseguir nada interesante –acostumbrado como estoy a que esas distancias, salvadas con rudimentarios artificios mecánicos como las de mis cámaras de aficionado, difícilmente ayudan a conseguir una deseable nitidez. Me equivocaba: las fotos que pueden ver los lectores de Siglo en la brisa, sin retoques ni reencuadres de ninguna especie, salieron suficientemente claras y hermosas. Por lo menos cumplen el objetivo de transmitir con exactitud lo que vi.
Con ellas en la computadora, más tarde le he escrito a mi amigo Fernando Ortiz Lachica, ornitólogo aficionado, para preguntarle si me podía decir a qué especie pertenecen. Amable como de costumbre, Fernando me contesta de inmediato en estos términos: “Tus hermosos visitantes son una pareja de pinzones cebra. La especie es originaria de Australia y es común en cautiverio. Seguramente ese par escapó o los soltaron. A veces los anuncian con su nombre en inglés: zebra finch. Dice Wikipedia que se han introducido en Portugal y los EUA. Su pico indica que se alimentan de semillas. Les podrías poner alpiste y algún recipiente para que se bañen y tomen agua, aunque lo más probable es que lleguen otros: pinzones mexicanos, gorriones comunes, tórtolas o palomas”.
Ya por mi lado, leo que el nombre científico de la especie es Taeniopygia guttata guttata; también, que tiene otros nombres populares, además del de pinzón cebra, como Diamante cebra de Timor o simplemente Diamante mandarín. A la vista de esos pájaros, todos esos nombres sugerentes y hermosos parecen justificados a plenitud. Ilustro este post con algunas de las fotos que hice el tercer sábado de enero para el disfrute de quienes siguen mis publicaciones. Como comprenderá quien las vea, la visita fue extraordinaria y como tal la consigno en este lugar.

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El retrato de Fernando Ortiz Lachica, en el que aparece firmando un ejemplar de su nuevo libro, Psicoterapia corporal, procede de su página de Facebook. El resto de las imágenes son mías.

Más sobre naturaleza urbana en este blog:
Dracaena fragrans, http://bit.ly/2lx4qP5
Guía de árboles de la Ciudad de México, http://bit.ly/bSTUI2  
El árbol de Giovanna, http://bit.ly/1KnArSE
El gomero de Plaza San Martín, http://bit.ly/1FZKBkM
Informe sobre la estupidez, http://bit.ly/oSklUj
Mi cuaderno botánico, http://bit.ly/acYY4W


1 comentario:

  1. Genial, Fernando. Esas pequeñas maravillas que nos humanizan, cuando sabemos apreciarlas. Abrazo grande

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